Opinión

Neoacomplejados

Las etiquetas políticas están de moda. Entrar en detalles aburre y, por ello, qué mejor que una buena etiqueta para reducir a una sola palabra un programa. Etiqueta, según la RAE es “5. Una calificación estereotipada y simplificadora” y su uso en política responde al esquema amigo-enemigo y trata de sustituir los argumentos y el debate por eslóganes simplificadores y despectivos del oponente.

Constantemente las oímos, al tertuliano de turno o al cuñado, a todas horas, sin más importancia que lo que pueda molestar la simplificación a quien sea muy leído y le guste desmenuzar argumentos. Pero hoy ya no se trata de discutir en el aperitivo o escuchar debates en la tele. Hoy parece que la formación de los gobiernos depende, nada más y nada menos, que de eso, de una etiqueta.

Rivera y los suyos han entrado al juego de Sánchez y de una izquierda que, desde la superioridad moral que se autoatribuyen, deciden quiénes son buenos o malos demócratas. Y han decidido que esos de Vox son “extrema derecha”, lo que supone, per se, que son populistas, intolerantes e inconstitucionalistas.

En consecuencia, los de la nueva política, acomplejados por el qué dirán, no quieren ser vistos hablando con los señalados, pues corren el riesgo de que aquella izquierda y toda su inteligencia mediática les tilden de ser sus socios, ¡Vade retro, amigo de los fachas! Es la izquierda la que reparte etiquetas y los acomplejados los que las asumen. Así, son populistas los de Vox, pero no los que dicen que las pensiones no están en peligro o los que quieren subir más el SMI o regalar rentas mínimas.

Son intolerantes los de Vox, pero no los escrachadores, los que proponen cinturones sanitarios o hacen referéndums ilegales, con esos hay que sentarse a buscar “soluciones políticas”. Y son inconstitucionalistas los que, como Vox, cuestionan el tinglado autonómico pero no si, como propone el PSOE, quieres ir a un modelo federal. Parece pues que ser constitucionalista depende de si lo que quieres cambiar gusta a la izquierda o no.

Todos los partidos quieren cambiar algo de la Constitución, como la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión a la Corona, y muchos comparten (Cs y Vox, precisamente) suprimir el cupo vasco. ¿Les hace ello inconstitucionalistas? No, sabemos que no. Lo inconstitucional o, sencillamente, antidemocrático, es querer cambiar las cosas por el camino de en medio, y no como Dios (léase la Constitución) manda.

Dice Scruton que “la tolerancia significa estar dispuesto a aceptar opiniones que te desagradan intensamente. De igual forma, democracia significa consentir en ser gobernado por gente que te desagrada intensamente”. No sé si muchos de los etiquetadores pasarían el examen de tolerancia de Scruton (intelectual conservador, por cierto). Lo que sí sé es que ser ultra depende más de las formas, del cómo, que del qué. ETA, Tejero o lo indepes, son ultras. No tanto por sus ideas, sino por cómo las defendían. Y también lo son los de la kale borroka, los asaltasupermercados o los escrachadores. Esos son ultras demostrados, los otros, como todos los demás, están por demostrarlo.

Mientras tanto, Cs puede, como propone Scruton, ser tolerante y hablar con quienes pueden ayudar a hacer un gobierno afín o, por el contrario, ser esclavo de las etiquetas y dejar que los más alejados de sus ideas económicas como los de Galapagar y los indepes o los que quieren indultarles gobiernen comunidades y ayuntamientos y que los partidos del cómo va lo mío, como el PNV de allí o el PAR de acá, sigan sacando su renta vitalicia. Para tal caso propongo una nueva etiqueta, los neoacomplejados. Porque ante eso estamos, ante el temor de lo que puedan decir la intelligentsia progresista y el resto de falsos guardianes de la esencia democrática.