Opinión

En manos de un forajido (mejor, de dos)

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Venimos informando de los aconteceres del encuentro en la cumbre entre Santos Cerdán, el costalero de Sánchez, y el forajido Puigdemont, como si en realidad se tratara de la reunión de dos personas decentes de partidos diferentes para abordar una coalición o, más de tejas para abajo, un acuerdo parlamentario para salvar una ley. Es tan indecente lo que ocurre en esta España de ahora mismo que la felonía destructora por parte del Gobierno nacional nos parece intrascendente.

El país, tonto del haba, se ha volcado sólo en averiguar, modo Rappel, si los interlocutores de Suiza firmaban la paz y Sánchez, el gran afectado, puede resistir un tiempecito más en La Moncloa, lo justo para darse un garbeo por el universo vendiendo su planta de dependiente del fenecido SEPU.

Esta España indigna ya acepta como normal la mayor de las putrefacciones políticas e institucionales; a saber, que un tipo ágrafo viaje al extranjero para negociar con un delincuente el porvenir de su jefe, que no de otra cosa se ha tratado en este menester. Hasta los mismos periodistas -digo- contamos el suceso de tal forma y manera que no nos produce el menor escándalo.

Es de una inopia irrelevante el hecho de que el futuro de país se halle en manos de un fugado de la Justicia en situación permanente de busca y captura. Ya se comprueba hasta qué punto el Gobierno leninista que padecemos dejó que Puigdemont huyera ante el pasmo general y cómplice de los servidores del Orden, Mossos, Policía Nacional y Guardia Civil incluidos.

El director general de la Benemérita ha sido destituido, tras sólo cuatro meses en el cargo, después de haber dejado, al menos con su inepcia, que el El Lute del momento, nacido Carlos Puigdemont, se paseara por Barcelona como un turista para propalar, además, un mitincillo en un atril preparado al efecto por el alcalde socialista de la ciudad, y se marchara de nuevo a su palacete de Waterloo donde recibe, como una corista, a lo más granado de la sociedad catalana, también banqueros y empresarios, que le rinden pleitesía como si aún fuera El Muy Honorable President de la Generalitat. Una aberración pública.

Es normal que en el PSOE, pobres palanganeros como los prebostes de la claque parlamentaria, los inefables Patxi López y Simancas, el tipo éste con mayor rencor en el cuerpo que se haya conocido, aplaudan furiosos a su patrón cada vez que este anuncia solemnemente en el Parlamento o fuera de él, una nueva transgresión del orden constitucional, o sea, un delito, para qué nos vamos a andar con contemplaciones.

No puede entender este cronista, por cierto, que en las cárceles españolas los miles y miles de presos internos en ellas no se hayan lanzado en motín para reivindicar sus amnistías porque es más que probable que los pecados que hayan cometido muchísimos de ellos sean más veniales que el que mantiene en libertad a Puigdemont y, ¡ojo! a los que se reúnen con él como si estuvieran en el papel de un mandatario extranjero. Si esta España dormida que ha entregado ya la cuchara de la resistencia conservara un ápice, sólo un ápice, de capacidad para la revuelta, ocuparía permanentemente las calles para protestar contra lo que la está haciendo un sujeto tan indeseable como Pedro Sánchez Pérez-Castejón de viaje por Nueva York, mientras su enviado especial, el fontanero -fontanero- Santos Cerdán rogaba sumisamente al forajido catalán que, por favor, por favor, les dejara unos días más gozar de los parabienes de la Moncloa. Pero el forajido le ha dado una larga cambiada hasta que probablemente la semana que viene, con más dinero en la buchaca, le vote el maldito techo de gasto.

Aquí, en España, los titulares con que algunos medios, los más, adornan la coyunda Sánchez-Cerdán-Puigdemont y se fijan sobre todo en el aplazamiento de resultados a corto plazo que el viajante ha ordenado para ver si sus interlocutores ceden que, ya lo verán, cederán al fin. Pasan, como de rondón, y sin romperlo ni mancharlo, por el hecho punitivo de que un representante del Gobierno de España cambie cromos en el extranjero escondiéndose con un perdulario que hace tiempo que ya debería estar en el trullo. Sánchez puede darse por satisfecho: ha conseguido que a los españoles lo anormal nos parezca de uso corriente, incluso aceptable.

Vamos a ver: ¿Qué diría el ministro de Justicia, el pequeño (en todo) Bolaños, si un narcotraficante, más o menos mediano, tampoco hay que irse a más, se reuniera, pongamos que en Gibraltar, tierra de acogida de los cocaleros, con un delegado del Gobierno español para intercambiar propuestas de negociación? ¿No esperarían los guardias del citado y del depauperado (cada día su ocaso es más evidente) Marlaska al otro lado de la verja para detener al narcotraficante? Sorprende, de verdad, que los presos más inquietos, brutales, de nuestras cárceles no estén apretando a las instituciones penitenciarias para que, sin ir más lejos, les concedan similares beneficios, hasta la fuga desde luego, a los que goza el forajido Puigdemont.

Nada le ocurrirá al felón Sánchez si, cuando llegue el caso de votar los Presupuestos, caso hipotético, el Junts de la Nogueras le hace una peineta: «Los prorrogamos y a otra cosa, mariposa», como suele repetir el finísimo Patxi López, antiguo portador servil de la cartera de Nicolás Redondo, pongamos por ejemplo.

A otra cosa, mariposa, a seguir sin cuentas públicas anuales, lo cual parece otro delito en la seguridad, no obstante de que, al final, los independentistas catalanes de vario pelaje terminarán -lo reafirma el cronista- componiendo la figura parlamentaria de Sánchez, porque nunca van a estar mejor que con él, nunca nadie les concederá los mismos diezmos y primicias que él.

España, 2024, a la vera misma del 25, se encuentra gobernada por un forajido que se mofa de unos pastueños que se dejan lidiar mientras sus oponentes se refugian en el manido diálogo para disfrazar su entrega. La pobre portavoz del Gobierno, toda una tristeza de Alegría, informa de las «complicadas negociaciones» (Sic) que en Suiza han ejecutado dos viejos conocidos: un pirata que pretende destruir la Nación más vieja de Occidente y un penoso diablo que, con certeza, no conoce ni las raspas de la Constitución que está malvendiendo. Asco. ¿España en manos de un forajidos? No: de dos.