Lo del PNV y Núñez Feijóo
El Partido Nacionalista Vasco (PNV) que hoy preside Andoni Ortuzar fue fundado por un ultracatólico con txapela, Sabino Arana, cuya militancia religiosa no le impidió, sin embargo, ser un fanático xenófobo a la par que supremacista, sin que se conozca a ciencia cierta en qué se argumentaba para sostener la última tesis, a no ser que le molestara que los romanos pasaran de la agreste tierra vasca.
El mejor historiador español de todos los tiempos, don Claudio Sánchez-Albornoz, presidente del Gobierno de la II República en el exilio, en su inmortal obra España, un enigma histórico, subraya que la única diferencia entre los «españoles» y los «vascos» es que aquéllos viven en los territorios conquistados por Roma, mientras que a sus Legiones nada les interesó de Vasconia.
Bien. Tras la Guerra Civil, donde el único personaje destacable para bien dentro del nacionalismo vasco fue don Manuel Irujo, el ministro de Justicia que se enfrentó a las checas y a los fusilamientos de Paracuellos del Jarama (entre otras orgías salvajes), el nacionalismo vasco no se jugó el tipo ante el franquismo, más bien se mimetizó con él. A los antiguos gudaris se les había mojado la pólvora. Luego, durante la II Guerra Mundial, cuando creyeron que Hitler terminaría por engullir toda Europa, dirigentes del PNV se aproximaron al nacionalsocialismo alemán con la intención de que, tras su victoria, el asesino austriaco les concediera territorios y estado propio (ver el documental La esvástica sobre el Bidasoa).
Surgió ETA y ahí estuvieron Arzalluz y el resto de los musculosos muchachos peneuvistas poniendo la cesta para que cayeran las nueces. Llegó Rajoy, consiguieron llenar sus cestas y hete aquí que, tras arrancar 200 millones de euros, le traicionaron pensando que al llegar un jefe de gobierno inane y sin moral podrían subir las apuestas. Y en eso andan, utilizando a Aitor Esteban (madre soriana) como repartidor de estopa, no sin un cierto rictus de teórica superioridad porque para eso tiene ADN vasco..
Feijóo, cuando estuvo en Galicia, se llevó de perlas con el entonces lendakari Urkullu (veinte apellidos euskaras) e ingenuamente pensó cuando aterrizó en Madrid que su apoyo parlamentario iba de suyo. ¡Ingenuo!
Sólo tendrá su proximidad cuando tras la debacle sanchista el pueblo español en su conjunto le acerque a la mayoría absoluta, con el permiso de Vox, naturalmente. Entonces tendrá calentando su brasero a nombres como el del lendakari Pradales (oriundo de la Ribera del Duero), el pícnico Ortúzar y, of course, a Aitor, el de la pasta.
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