Llarena, sé fuerte

Llarena, sé fuerte

Llarena es el último bastión de un Estado paralizado y colapsado. Una bombona de oxígeno que, mientras lo demás se desmorona, pudriéndose a ambos lados en las cunetas, mantiene vivo el sentido del deber y la justicia. El magistrado ha demostrado, hasta la fecha, que se mantiene firme en sus posiciones y no le tiembla el pulso cuando se trata de hacer su trabajo. Misión más que imposible, titánica, la de un juez que avanza con paso firme —los hechos en una mano y la ley en la otra— para abrir un esperanzador camino de certeza entre el sinsentido político en que se ha instalado España.

Ni los mismísimos ministros están a salvo de los tentáculos instructores del buen hombre togado. Llarena se ha puesto el mundo por Montoro y no retrocede ante nada ni ante nadie. Envido más del titular de Hacienda, órdago inmediato y apertura de sumario. Nada de faroles. Valiente él que se atreve a abofetear sin piedad a la clase política hasta ponerla en evidencia. Incuestionable a pesar de un Gobierno en dejación de funciones, ausente y timorato que ha renunciado a la iniciativa en la acción política, incapaz en la toma de decisiones eficaces y zarabeto —por no decir mudo— en la contra argumentación al propagandismo del sector separatista. Gobierno que no está, ni se le espera. Metáfora de una patria ingobernable, que podría llegar a ver a algunos miembros de su ejecutivo procesados por colaboración necesaria con el golpe de Estado en diferido pero no simulado.

Ninguna sociedad puede mantenerse erguida y sana si no cuenta con el apoyo de normas que acoten la convivencia y embriden los desmanes. Llarena se ha convertido, sin querer evitarlo, en el baluarte de la democracia. Su causa, en el equilibrio entre la pasión, la razón y los datos —intersección perfecta del ethos, pathos y logos en la filosofía clásica—. Donde la separación de poderes era un putiferio orquestado tras la derrota de dos de ellos por incomparecencia, el  tercero, ha salido reforzado. El reto profesional de un nombre ajeno —hasta hace poco— a la mayoría de los mortales es el encargado. En sus puñetas reposa la encomiable virtud  de restituir la legalidad, recuperar el respeto a la Constitución y las decisiones judiciales pero sobre todo —y por encima de todo— devolver los derechos y las libertades a los ciudadanos.

Llarena, sé fuerte. Y no es tarea fácil la tuya. No hagas caso. No cedas a las presiones, las advertencias y las amenazas. Que las pintadas de unos cuantos no emborronen la lucidez de una investigación en la que muchos tenemos puesta la mirada. Por el modo en que está siendo planteada, por la integridad de las actuaciones, por la gallardía y la constancia de las decisiones tomadas. Llarena, sé fuerte. De tu fortaleza depende el buen fin de las futuras sentencias que castiguen como merecen —con arreglo a la gravedad de los actos cometidos y su reproche penal— las ilegalidades conscientes de los políticos catalanes en connivencia con el parapeto de los “centrales”.

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