Juan Lobato no es tonto
Juan Lobato no es como Begoña Gómez. A diferencia de la mujer de Sánchez, terminó las carreras de derecho y de administración y dirección de empresas en la Universidad Autónoma de Madrid y consiguió aprobar las oposiciones de Técnico de Hacienda, aunque ha ejercido poco, porque enseguida se metió en política. Afiliado a las Juventudes del PSOE desde los 15 años, comenzó a ser concejal de Soto del Real cuando apenas tenía 18 años recién cumplidos, con 30 fue alcalde y con 37 se convirtió en Secretario General del PSOE de Madrid. Lobato no es tonto, pero en su camino se han cruzado Isabel Díaz Ayuso y Pedro Sánchez y sería difícil afirmar cuál de los dos ha perjudicado más su brillante carrera política, que está a punto de terminar.
La mañana del día 14 de marzo pasado, en el Pleno de la Asamblea de Madrid, Lobato se puso en pie delante de Ayuso y cumplió las órdenes que había recibido unas horas antes de Pilar Sánchez Acera, quien ejercía como jefa de Gabinete de Óscar López, que a su vez era entonces jefe de Gabinete de Pedro Sánchez. Actuando como portavoz del PSOE de Madrid, Juan Lobato sacó de su cartera el correo electrónico confidencial cruzado entre la fiscalía y el abogado de Alberto González Amador, pareja de Ayuso, pretendiendo así demostrar que la presidenta de la Comunidad de Madrid mentía.
Lobato no es tonto, pero cuando se siguen las instrucciones de presuntos delincuentes, hasta el más listo comete errores. Y Lobato cometió aquella mañana el error de mostrar el documento original que le había enviado a primera hora la jefa de Gabinete del jefe de Gabinete de Pedro Sánchez, no el ya publicado por la prensa a esa hora con las marcas de agua del medio que trató de hacer colar como una exclusiva lo que no era más que una filtración, presuntamente delictiva.
Por eso no cuela la versión que ha dado después en la que intenta hacer creer que tanto Moncloa como él obtuvieron por la prensa un documento por cuya filtración está siendo investigado el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, ese del que la UCO de la Guardia Civil dice que tuvo una «participación preeminente en los hechos que, por último, derivaron en la filtración». Documento que, además, no fue publicado hasta una hora más tarde de la conversación entre Juan Lobato y Pilar Sánchez Acera, cuando el portavoz del PSOE se negó a ser él quien mostrara el documento si no era publicado antes.
Varios meses después de aquel 14 de marzo, Lobato volvió a cometer otro error cuando se asustó y acudió a la notaría a protocolizar aquella conversación, justo después de que el fiscal general fuera imputado, no teniendo ningún sentido las absurdas explicaciones que está dando al respecto. Aplicando la lógica y el sentido común que debemos presumir de un político que sabemos que no es tonto, sólo caben dos posibilidades no excluyentes. O Lobato pensó que desde Moncloa podrían acusarlo a él de ser quien había filtrado a la prensa la comunicación confidencial que ellos mismos le enviaron, o creyó que podría usar esos mensajes contra la cúpula de su partido si finalmente y como todo parece indicar, pretendieran sacarlo de la Secretaría General del PSOE-M, para sustituirlo por el mismo Óscar López, desde cuyo Gabinete le enviaron el documento. No hay más.
Fuera cual fuera su motivación, el Tribunal Supremo lo ha citado como testigo para que este mismo viernes aporte dicho documento notarial en la causa en la que investiga al Fiscal General. Como testigo, Lobato está obligado a declarar la verdad y colaborar con la Justicia, con lo que se estrechará el cerco sobre Pedro Sánchez, de quien dependen tanto Óscar López como Álvaro García Ortiz. Ya veremos si todos los investigados aceptan ser condenados para encubrir a «El 1», o alguno más resulta que, como Juan Lobato, no es tan tonto.
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