Opinión

José Hila, el turista accidental

Como en la triste película de Lawrence Kasdan, protagonizada en el año 1988 por William Hurt, en Palma hemos tenido como alcalde -en estos últimos años- a un turista accidental. Turista, por estar al frente -muy a pesar del sector- de una de las principales ciudades turísticas del mundo y accidental, porque nada hacía presagiar, en la personalidad y trayectoria vital de José Hila, que acabase dirigiendo los destinos de una compleja ciudad de más de 2.000 años, que hoy supera los 400.000 habitantes.

Pocos tienen la convicción de que Hila haya sido un buen alcalde para nuestra ciudad. Pese a reconocerle que tiene pinta de buen tipo, la ausencia de carácter y la grisura general de su gestión, unidas a la misma forma en la que repartió el cargo temporalmente con Antoni Noguera -por esos peajes típicos de los gobiernos de coalición-, han hecho que se genere un escaso arraigo de ambos entre la ciudadanía palmesana. Tampoco su actuación al frente de la corporación municipal será jamás recordada como un modelo de éxito y eficacia. A la mayoría de los habitantes de la ciudad se nos transmite la sensación de que nuestro Ayuntamiento es un deslavazado reino de taifas, en el que los partidos del Pacte se han repartido las áreas de gobierno dirigiéndolas a su bola, actuando en cada una de ellas completamente al margen de las demás. La coordinación entre todos los departamentos municipales, labor que -como mínimo- debería desempeñar un buen alcalde, ha brillado en todo momento por su ausencia.

Como ciudadano de a pie, tengo que decirles que Palma tiene actualmente -en mi opinión- dos grandes problemas. Uno, que no es exclusivo de nuestra ciudad sino común a la mayoría de nuestras actuales administraciones públicas, es que la urbe está dirigida por personas manifiestamente incompetentes para desempeñar sus cargos. Recuerden ustedes que de las primeras cosas que organizó el actual equipo de gobierno -al llegar al Ayuntamiento- fue un referéndum popular para suprimir las terrazas de bares y restaurantes en las calles de Palma. En una de las ciudades más soleadas y turísticas de Europa. El resultado, por si no lo recuerdan, fue una humillante derrota.

El segundo gran problema que hoy padecemos es que nuestra ciudad lleva demasiado tiempo sin estar dirigida por palmesanos. En el equipo de gobierno de los dos últimos mandatos se pueden contar con los dedos de una mano las personas con largo arraigo personal o familiar en nuestra ciudad. Y eso resulta un lastre evidente en su continuada actuación política. La gente que nos gobierna no comprende esta ciudad. Han conseguido desertizar el centro con una desquiciante política de movilidad, vulgarizar sus más elegantes calles, ideologizar la gestión con cuestiones ajenas al interés municipal, deteriorar sus antiguas fachadas y callejas con pintadas y grafitis infames, convertir nuestras elegantes vías en mercadillos de pueblo, y transformar nuestras fiestas populares en un mal pastiche de las celebraciones de la part forana de Mallorca. Porque nada tiene que ver Sant Sebastià con los dimonis i Sant Antoni. Un pleno al quince de ignorancia y despropósitos que han despersonalizado la ciudad, privándola de su viejo espíritu señorial, misterioso y bimilenario. Hoy ya poco queda de esa vieja ciutat esvaïda que nos describió magistralmente en su obra Marius Verdaguer. De desvanecida ha pasado, tristemente, a desvencijada.

Acabamos de conocer que José Hila se va a presentar como candidato a la Alcaldía de Palma por tercera vez. No creo que sea la mejor noticia para esta vieja capital. Y ni siquiera para él, que no puede hacer más que continuar con su particular decadencia política y con el deterioro de la propia ciudad. Recordemos que hace un año se hizo tristemente famoso, en el ámbito nacional, por suprimir de algunas calles de Palma los nombres de almirantes del siglo XIX con la excusa de que eran franquistas. El ridículo y la pésima imagen de la ciudad fueron espantosos, hasta el punto de que el académico de la Lengua Arturo Pérez-Reverte le calificó de “idiota” y “pastelero” en las redes sociales, ante el regodeo de toda España.

En cualquier caso, le espera una dura pugna con verdaderos palmesanos de pro -lo siento, pero de otra demostrada categoría personal y profesional- como el general Fulgencio Coll Bucher o el arquitecto Jaime Martínez Llabrés. El castigado comercio local, la recuperación de la antigua alegre vida de nuestras calles, el feísmo urbanístico que hoy nos domina, la arbitrariedad sectaria en la toma de decisiones, las absurdas restricciones a la movilidad, la renqueante situación de la hostelería y la restauración, la ansiada pujanza económica, la escasa limpieza general, los patéticos ridículos de imagen y la recuperación del viejo espíritu mediterráneo de esta compleja y delicada ciudad necesitan -manifiestamente- otro nivel de gobernantes. 

Que los espíritus de nuestro patrón San Sebastián y del viejo fundador Quinto Cecilio Metelo velen por los palmesanos y nos concedan la suerte electoral que ya hace tiempo merecemos.