Opinión
MERCADO LABORAL

El narcótico del Estado de Bienestar

Los empresarios logran paliar la falta de trabajadores gracias a la inmigración

La subida del salario mínimo castiga a agricultores y empleadas del hogar: hay 24.000 menos en un año

El Estado de Bienestar del que tan orgullosos están los socialistas y la derecha atribulada por el pensamiento único y correcto es el foco más intenso de corrupción moral de nuestro tiempo. Y en España ha cobrado su esplendor más que en ningún otro lugar del planeta. Traducido en múltiples subsidios y ayudas, la mayor parte innecesarias por estar destinadas a gente capaz de afrontar los riesgos de la vida por sí misma, ha desincentivado de manera quizá terminal la búsqueda enfática de empleo por los nativos, conduciéndolos a un retiro forzoso y relativamente plácido además de empujándolos a la economía irregular.

Esta intervención política a gran escala en el mercado en perjuicio de la fibra personal que empuja a los ciudadanos a emprender proyectos y caminar con vigor tras el progreso, ha encontrado con rapidez vías de desagüe. El intenso alud de inmigración, ya patente durante el año pasado, ha cobrado aún más fortaleza durante el primer trimestre de 2024 y en él reside en gran parte la imaginaria resistencia del mercado laboral, más el suceso de que el crecimiento de la economía esté siendo superior al de la Unión Económica y Monetaria, aunque la velocidad dé muestras de agotamiento y afronte importantes riesgos a la baja.

Las cifras sobre la evolución del trabajo, incluyendo la inmigración, son pese a todo endebles. El Ministerio que dirige la vicepresidenta Yolanda Díaz sigue sin publicar el número de fijos discontinuos -de manera que se desconoce con exactitud el grueso de ocupados- y esta espuria negativa conduce a que todas las estadísticas sobre la salud del sistema estén distorsionadas, y no resistan comparación alguna con las precedentes a que la jefa de Sumar se hiciera cargo infaustamente del Departamento.

En febrero, la afiliación a la Seguridad Social creció un 0,3% en tasa mensual corregida de las distorsiones por temporada, un ritmo de avance algo superior al que se observa desde el verano pasado. Y por ramas productivas, merece la pena el dinamismo de la ocupación en la agricultura y en los servicios de mercado -donde suele encontrar un puesto de trabajo la inmigración-, así como en la hostelería, un sector protegido de la competencia internacional y por tanto más proclive al aumento de los costes laborales unitarios debido a su baja productividad.

Pero lo verdaderamente sorprendente es que, en el conjunto de 2023, el colectivo de trabajadores de nacionalidad extranjera proporcionó un impulso determinante a la afiliación, con un crecimiento medio del 9,5% frente al del 1,7% que representaron los ocupados españoles. Este patrón se ha ido prolongado desde comienzos de año, con avances interanuales en febrero del 8,3% y del 1,9% para la afiliación extranjera y la nacional, respectivamente.

Por fortuna, este dinamismo del empleo exterior ha contribuido a aliviar las tensiones en algunos de los sectores donde las empresas reportan una mayor escasez de mano de obra, como la hostelería y la construcción, en los que los problemas para encontrar empleados son más acuciantes. Allí se produjeron, no casualmente, los mayores aumentos relativos del número de ocupados de nacionalidad extranjera en 2023, y se mostró de manera más clamorosa el sólido desprecio de los nativos españoles por ingresar en la economía legal y diseñar un plan de progreso.

La masiva presencia de inmigrantes extranjeros ha permitido a sectores como la agricultura y los servicios sortear relativamente los efectos negativos del crecimiento del salario mínimo interprofesional aprobado por el Gobierno, que tiene un impacto muy claro sobre los residentes nacionales y suele empujar a las empresas a cerrarles la puerta con facilidad. La otra cara de la moneda de este escenario turbio es aún más letal, pues lo que sucede con frecuencia es que el aumento retributivo aparentemente solidario y punitivo con las empresas impulsa de hecho el incremento de las irregularidades en la contratación, del mercado negro y, de manera correlativa, del fraude fiscal.

Yolanda Díaz y Pedro Sánchez. (Foto: EP)

Algunos economistas como José Luis Feito opinan que, a pesar de que el Banco de España acaba de estimar un crecimiento de la economía de un 1,9% para este año, todo es una filfa. Otras evidencias complementarias y demoledoras sugieren que la actividad está prácticamente estancada, o digamos que en exclusiva aupada de manera crítica por el vigoroso aumento de la población que llega de otros países y  va directamente a cubrir la oferta de trabajo a la que no optan los nacionales, bien sea de manera legal, bien irregular.

Un vistazo detallado al mercado laboral refleja que su dinamismo es una manifestación más del falso paraíso socialista. Todo es aparente, una suerte de juego de espejos cóncavos en el que el incremento del empleo está coincidiendo al mismo tiempo con una reducción de las horas trabajadas por persona, de modo que la generación de ocupados roza lo ficticio. La conclusión es devastadora: las estadísticas están maquilladas, y la energía laboral es sólo presunta, supuesta, o dicho de otra manera, muy inferior a la que ofrecen los sospechosos registros oficiales.

La inmigración en España

El año pasado, la población neta que vino del exterior sumó en torno a 600.000 personas en términos netos. Y esta es la clave de que el ritmo de aceleración del PIB español sea superior de momento al de la zona euro, donde la velocidad que refleja la actividad es tenue, se carece de una fuerza laboral extra de tal magnitud, y en la que la miríada de ayudas y subvenciones de pelaje extravagante ha contaminado menos las conciencias. Allí tampoco se ha hundido la autoestima nacional, la veneración por el Estado de derecho -o quizá el santo temor a la Hacienda pública- es mayor, y la servidumbre legendaria hacia el laborioso protestantismo domina más que la lujuria, el epicureísmo, la envidia o la pasión por el latrocinio.

Todavía hay noticias peores. Hasta la fecha, parece que los generosos y atrabiliarios aumentos del SMI concedidos por Yolanda Díaz de Calcuta no están teniendo efectos sobre el empleo -con la salvedad de las pérdidas que recogen las estadísticas en la agricultura y las empleadas del hogar copadas por la inmigración-, pero sus consecuencias negativas se notarán con intensidad en cuanto el ciclo económico se dé la vuelta, el PIB empiece a desacelerarse con claridad y vuelva a surgir la destrucción notoria de puestos de trabajo. Entonces es cuando comprobaremos todos los perjuicios potenciales inscritos de manera natural en las políticas impulsadas de manera en apariencia bienintencionada, pero en el fondo nefasta, por nuestra izquierda, tan protectora como gravemente deletérea. Y ya no habrá inmigración posible que pueda arreglar esta circunstancia de tinte apocalíptico.