Iglesias presume de lo que carece
Resulta imposible confiar en un líder como Pablo Iglesias, que pregona una cosa y hace justo la contraria. De hecho, pocos pecados capitales castigan tanto la imagen de un político como el cinismo. Disfraz con el que Iglesias suele comparecer en la escena pública y que es demasiado endeble si el objetivo pasa por ocultar la verdad que hay detrás de la aparente realidad. Un ejemplo de ese doble comportamiento es el modo en que Podemos presenta las cuentas públicas, ya que una cosa es lo que se muestra y otra muy distinta lo que hay. A los ojos de todo el mundo, apenas gastaron 4 millones de euros durante el ejercicio de 2015. La realidad, sin embargo, es que los dirigentes morados amasaron una cantidad superior a los 14 millones. Eso sin contar los sueldos de sus cargos electos.
Podemos es a la política lo que un mal escritor a la literatura: una constante voluntad de estilo. Con tal de mostrarse como una formación humilde y «de la gente», a sus votantes les enseñan unas cifras en la portada de la página web muy distintas a las que después, obligados por la ley, mandan al Tribunal de Cuentas. La segunda información, escondida tras los vericuetos de dicha página, es la demostración de que el populismo, per se, desprecia la honestidad política y minusvalora la inteligencia de sus propios votantes. Una táctica perniciosa si tenemos en cuenta que la transparencia siempre ha sido el leitmotiv de los dirigentes podemitas, valor enarbolado constantemente por el propio secretario general como recurso táctico para distinguirse del resto de formaciones políticas y acaparar así ese fatuo concepto llamado nueva política.
Sin embargo, el portal público donde rinden cuentas a los ciudadanos es paradigma de opacidad y maquillaje contable. De la misma manera que al trilero siempre se le acaba descubriendo el truco, Pablo Iglesias comienza a pagar la factura —más de un millón de votos perdidos en las últimas elecciones generales— que provoca la poca correspondencia entre sus acciones y la teoría. La falta de transparencia, además, no sólo radica en los números sino también a nivel orgánico. El pasado martes, OKDIARIO les contaba en exclusiva cómo Podemos obligó a sus responsables en Extremadura a espiar a militantes llegados de Izquierda Unida. Uno de ellos, incluso, denunciaba «fraude y manipulación» por parte de la dirección del partido. Este hábito, y la desafección de muchos de sus seguidores, han convertido a Pablo Iglesias en un líder muy cuestionado cuyo peso en la escena política es cada vez menor. Ahora que España dirime su futuro inmediato, Podemos juega el mismo papel que antes de 2014: ninguno.
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