El hombre blandengue y el ‘yolismo’ redentor

El hombre blandengue y el 'yolismo' redentor
El hombre blandengue y el 'yolismo' redentor

«La gente está deseando participar en un país nuevo y diferente, hoy los jóvenes son los protagonistas. Frente a la resignación, hacía tiempo que no veía tanta esperanza». La vicepresidenta Yolanda Díaz ha empezado la etapa de escucha para dar forma a su proyecto llamado Sumar -se supone que voluntades- a la izquierda del ‘sanchismo’. Pero dado el público al que presta atención, solo escucha tonterías. El pasado viernes se presentó en un local 100% ecológico en el barrio de Lavapies, cómo no. «Os pido que escribáis el Green New Deal», le dijo a la parroquia. La inclinación de esta señora por la cursilería es proverbial. Los asistentes al encuentro eran todos del género victimista. «Los trabajadores empleamos dos horas en llegar al trabajo y eso continúa siendo una desigualdad social», apuntó uno. Me acordé al instante de María Jesús, la cocinera de la taberna Aolmar de mi amigo Chema, al lado de donde vivo y en la que se come muy bien. Reside en Pozuelo y tarda una hora en llegar al trabajo, a la vuelta lo mismo. Tiene sesenta años. Jamás la he visto quejarse.

Otro joven de entre el público ecológico acusó a la agricultura y la ganadería de gastar demasiada agua. Me pregunto cómo querrá alimentarse un personaje tan iluso. A la denuncia de la impasibilidad de España ante el cambio climático, siguió otra voz lastimosa: «Ni siquiera podemos adecuar la temperatura de nuestras casas para poder vivir. Tengo calor, pero no puedo poner el aire acondicionado porque la luz está cara», decía, según relata El Mundo, una chica con la camiseta morada y simbología feminista antes de defender el derecho a la luz de los habitantes en situación irregular de la Cañada Real de Madrid. Yo no pongo el aire acondicionado en casa porque tengo aparatos antiguos imposibles de regular, y si los enciendo me pasmo de frío al instante. Aunque he renunciado voluntariamente a renovar el parque frigorificador, me estoy planteando seriamente ir al próximo encuentro de la señora Díaz. Para que conste en acta mi situación verdaderamente desgraciada.

Aurelio Morales es un gran cocinero formado en los mejores templos gastronómicos del país, entre ellos El Bulli. En el restaurante Cebo, del célebre hotel Urban de Madrid, ganó una estrella Michelín pero ahora se ha desvinculado del proyecto. Quiere iniciar una nueva aventura en busca de más estrellas, aunque afirma: «No se puede tener a los equipos trabajando 16 horas, incluso yendo los días libres. Los tiempos han cambiado por suerte o por desgracia -pienso que a peor-. En la etapa que estuve con Ferrán Adriá lo normal era asumir responsabilidades y doblar turno. Hoy la gente quiere conciliar, que no le grites y responsabilidades las justas. Y no puedes ser el mejor cocinero del mundo trabajando ocho horas». Ya se ve que este señor tiene ambición y es muy consciente de que el éxito solo se consigue con sacrificio y trabajo duro. A este si lo quiero de protagonista de mi país. Naturalmente, no es previsible que se deje seducir por el proyecto Sumar, que sólo busca exprimir a impuestos a la gente de su condición.

Otro amigo, Sebastián, que tiene una casa de comidas muy recomendable al lado de la Ciudad de los Periodistas, cree que su oficio está destinado a la extinción. «La gente del momento no está acostumbrada a la presión ni a la exigencia de un oficio tan riguroso como la hostelería y en cuanto puede se larga», incluidos por supuesto los inmigrantes, que han aprendido rápidamente todas las malas costumbres de los españoles. «Si tienen suerte y le arreglan los papeles cobra el paro, y si no, pues se apunta a cualquiera otra de las ayudas que conceden tanto el Estado como las distintas autonomías. Hace sus chapuzas en negro y va tirando felizmente». España es el país europeo con un sistema de protección social más generoso y con un fraude fiscal más elevado.

Según un reciente estudio publicado en The Wall Street Journal, la gente en Estados Unidos trabaja más que antes de la pandemia. En Europa sucede lo contrario: se trabaja menos y así nos va. Aquí en España faltan camareros y personal en otros sectores de actividad que no requieren de una cualificación especial, como la agricultura. También escasean cada vez más los camioneros. Los jóvenes no están dispuestos a hacer trayectos largos, a trabajar más de ocho horas ni mucho menos a dormir en el camión, y eso que los nuevos y modernos son bastante confortables.

Conozco a varios directores de diarios digitales. Encontrar periodistas en los tiempos que corren se ha convertido en una proeza. Es verdad que los sueldos son modestos y la exigencia máxima, «pero antes los recién salidos de la Universidad llegaban con ganas de comerse el mundo, de darlo todo, de labrarse una reputación y un futuro», comenta un colega. Esto no ocurre en la actualidad. «Lo primero que preguntan es por la retribución, después por el horario -que en mi época como redactor jamás me preocupó- y en tercer lugar por las vacaciones». Hay oficios que tradicionalmente han sido lo más parecido a un sacerdocio. El periodismo es uno de ellos. O lo era hasta ahora. Supongo que esta pérdida de cierta aureola mítica forma parte de la creciente secularización de la sociedad -cada vez hay menos bautizos, comuniones y bodas por la Iglesia-. En todo caso, que falte mano de obra en un país con una de las tasas de paro más elevadas de la OCDE es un hecho tan insólito como preocupante. Quizá, como expliqué el pasado lunes, simplemente estamos en presencia de la obra más rematada del Estado de Bienestar: la producción en serie de hombres blandengues, que diría El Fary. Y tan blandengues como rabiosamente descontentos, quejicas y reivindicativos.

Pero no hay por qué preocuparse. Tanto el ‘sanchismo’ como el ‘yolismo’ compiten ferozmente para redimir a esta legión aparentemente famélica y desventurada. Están más determinados que nunca a que el Estado se los eche a su espalda y los libere de esta vida de explotación, según describió con gran acierto el inefable Marx. El problema, como diría el insigne Josep Pla, es el siguiente: «Oiga usted, ¿y esto quién lo paga». No se preocupen. Esto también está solucionado. La señora Díaz ha bautizado la fórmula mágica como «la fiscalidad democrática». ¿En qué consiste? Ahí va la explicación: «Las grandes corporaciones que cotizan en bolsa han tenido 64.000 millones de beneficio» -que es una birria comparado con los resultados de las grandes empresas de los países más poderosos de Europa, digo yo-. «Estos resultados son históricos -otra mentira- y por eso tienen que aportar más. La crisis no la pueden pagar los de siempre y de ella no podemos salir con austeridad», asegura la señora Díaz.

Pero el problema es justamente ese, que la crisis siempre la pagan los de siempre: las empresas, grandes y pequeñas, las clases medias y los tachados de híper ricos, que ya están más castigados fiscalmente que los ciudadanos en activo de cualquiera de nuestros socios europeos. El problema es que las crisis siempre las acabo pagando yo. El problema es que tenemos niveles de déficit y de deuda inasumibles por más tiempo, y que claro que debemos volver a la austeridad presupuestaria y al puritanismo en el gasto porque es lo obligado para combatir el actual choque económico, que se agravará a partir del otoño. Las «medidas felices» que propone Díaz, «el alma» que quiere imprimir a este «Gobierno triste», y que comparte el presidente Sánchez, consisten básicamente en joder a las compañías, en joder a los propietarios de pisos en alquiler, y en joder a los que han logrado una posición desahogada gracias a su pericia, buen hacer y ganas de comerse el mundo. Y así con estas medidas punitivas e inicuas se cebará convenientemente la cosecha histórica de hombres blandengues. Con cargo al expolio del mejor ganado de la nación.

Pero siempre es un buen consejo no incurrir en el pesimismo. En Andalucía ha quedado demostrado que todavía hay motivo para la esperanza: en el territorio más sobornado de la nación por las más variadas e imaginativas canonjías, una mayoría ha optado por un país nuevo y diferente; incluso los jóvenes han refutado con un sonoro escupitajo tanto el ‘sanchismo’ como el ‘yolismo’. España necesita de manera urgente lo más parecido a la ‘U turn’ que imprimió la insigne Margaret Thatcher al Reino Unido en los años ochenta del siglo pasado. Un giro de 180 grados. Esta es la tarea que espera ineludiblemente a Feijóo, a la que no puede responder con la estrategia del gradualismo.

Aparte de la ley criminal de memoria democrática, es imprescindible derogar la infame ley de educación, que condena a nuestros jóvenes al desempleo irremisible. Hay que recomponer la seguridad jurídica de la propiedad privada impidiendo que los okupas campen a sus anchas; es preciso poner fin a la tiranía de las leyes ideológicas que están socavando la institución familiar, minando la natalidad y confundiendo la mente de nuestros hijos. Es urgente restaurar el prestigio de las instituciones, despolitizar la justicia, recomponer la división de poderes y el control férreo del Ejecutivo, así como ampliar ilimitadamente el mercado en el terreno económico y la libertad en el plano y político social. Hay que ir sustituyendo aceleradamente al hombre blandengue, titular de derechos, apóstata de los deberes, y poner como ejemplo de comportamiento cívico a los héroes corrientes de nuestros días, los que no se quejan, los que siguen dispuestos a dar lo mejor de sí mismos, los únicos que pueden garantizar el progreso y el futuro de España.

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