Los herederos de ETA vomitan su odio contra Vox
Una imagen vale más que mil palabras. La fotografía de la diputada de Vox Rocío de Meer sangrando tras recibir una pedrada en la cara durante los altercados que se han producido en la localidad bilbaína de Sestao, al tratar de reventar grupos proetarras el mitin de la formación de Santiago Abascal, demuestra hasta qué punto el odio sigue vivo en el País Vasco. Y quienes lo propagan son los herederos de ETA. Si la «normalidad democrática» es eso -apedrear y situar en la diana a un partido político democrático-, habrá que convenir que la democracia en el País Vasco es altamente imperfecta.
La agresión a la diputada de VOX se enmarca en un contexto inédito desde el final de ETA en 2018. Los candidatos de la formación de Santiago Abascal a las elecciones del País Vasco contarán con protección personal de la Ertzaintza: la denominada contravigilancia, que no se usaba desde entonces. La Policía vasca ha decidido hacer uso de una vigilancia exhaustiva que había dejado de ser necesaria. Ahora, se hace indispensable para garantizar la integridad física de los miembros de un partido político. Es la demostración más palmaria de que, desaparecida la banda terrorista, el odio sigue vivo. Y sus propagadores, crecidos. Es la triste realidad, por mucho que algunos se esfuercen en trasladar la imagen de que el País Vasco es un ejemplo de convivencia democrática. No lo es, porque los herederos de ETA están envalentonados, después de que Bildu haya logrado buena parte de sus objetivos.
La imagen de Pedro Sánchez adulando de forma pastueña a la portavoz proetarra en el Congreso de los Diputados, Mertxe Aizpurua, es el vivo retrato de la situación actual. El socialcomunismo tiene en Bildu a uno de sus colaboradores necesarios para mantenerse en el poder y, mientras tanto, a los miembros de VOX los apedrean. Y todavía, la izquierda acusa a la formación de Santiago Abascal de «provocar». Si su presencia en el País Vasco es para el socialcomunismo «una provocación», lo único que cabe afirmar es que la democracia española retrocede a pasos agigantados. O para ser más claros: está siendo impunemente apedreada.
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