Hay que ser impertinentes

ser impertinentes

La política en España ya no vive en un tablero inclinado. Sencillamente no hay tablero. La izquierda se ha apropiado de tal manera del discurso público que no se juega con las mismas reglas. Se juzga y cuestiona una acción en función de quien la realiza, y si pulsa el botón de la superioridad moral, ya sabemos en qué lado está.

No es lo mismo pedir guillotinar al rey o exclamar el asesinato físico de un oponente político que usar el rico idioma español para mandar a alguien a la hoguera o pedir que se le cuelgue por los pies. Sobre todo, si quien exhorta a lo primero es miembro de la izquierda buena y decente y quien apela metafóricamente a lo segundo pertenece a la derecha cavernícola y demoníaca. Qué dirán Cervantes, Quevedo o Lope de Vega ante el levantamiento iletrado del pueblo cautivo que, anestesiado de fentanilo socialista, se arrodilla frente al poder que le toma por idiota, pues gobernado está por idiotas. La victimización de la izquierda política empieza por considerar boba a su población votante.

Baste el último ejemplo, que no es más que una nueva excusa argumental para que el circo mediático gire en torno a lo que el marco socialista impone. Dicen los papagayos de Sánchez (amplíese aquí a todos los colectivos de partido, dentro y fuera de los muros de Ferraz) que Ayuso y la Comunidad de Madrid están recortando los derechos de mujeres y homosexuales. Porque sí, porque lo dice el PSOE, y si lo dice el PSOE, será verdad. Sin mostrar una evidencia, ni un ejemplo, ni un derecho recortado. Suena verosímil y más por un partido que no miente nunca. Una persona normal, con cierta visión de la razón, con un consumo normal de información no sesgada y que se dedica a pensar de vez en cuando y no a obedecer mantras facilones, cuestionaría sin embargo el enésimo intento del Gobierno de tomarnos por imbéciles.

Por ello, para evitar la tentación de debatir sobre la nada, porque no existe lo que el PSOE dice -ni un derecho recortado, ni una libertad mermada- es preciso no entrar a rebatir ni sus falacias ni sus falsos marcos, sino imponer otros que obedezcan a una realidad inmutable. Los enemigos de las mujeres y de las minorías son los socialistas de todos los países. Empezando por España, donde el número de mujeres violadas y asesinadas no deja de aumentar desde que el social comunismo gobierna, hasta la Palestina de Hamás, la Rusia de Putin o la Cuba dictatorial, territorios vetados para cualquier ciudadano homosexual. Los enemigos de las mujeres, de las minorías, y de la verdad, están en las filas socialistas, no es sus denunciantes.

Aceptamos que se ha impuesto la política exagerada, de hipérbole constante, y en esa instrucción continuada de exacerbar emociones, la construcción de la democracia sensitiva acaba por crear ciudadanos de consumo anestésico, donde el Estado sigue invadiendo cada espacio de libertad individual, con un gobierno concienciado en seguir las órdenes de una agenda globalista perversa y una élite política siniestra. En este ecosistema, la pertinencia de llamar a las cosas por su nombre, de hablar como el pueblo desea y no con circunloquios de politiqués convierte a los impertinentes como Abascal en conductos necesarios frente al buenismo censor, que sólo con pensar y reprobar la mentira ya te amonesta en editorial firmada por el rebaño.

La izquierda de piel fina y verbo grueso es experta en iniciar climas irrespirables en el país, lo ha hecho muchas veces a lo largo de la historia. Cuando una parte de la sociedad reacciona, activan su victimismo, alertan de la fascistización de la derecha política y utilizan el contraste a cada manifestación: si lo hace la izquierda es democracia, si lo hace la derecha estamos ante un grave peligro de pérdida de libertades. Es justo al revés.

Por eso no hay que achantarse ni alarmarse ni justificarse cuando el despotismo iletrado clama contra los frugívoros y los que defendemos que Sánchez debe ser juzgado en un tribunal por alta traición. Sabedor de este pensamiento, inserto en gran parte de la mentalidad social, el socialismo sanchista que nos gobierna ha entendido que sólo replicando el peor episodio de nuestro pasado es factible permanecer en el poder durante décadas. Ha bastado que un personaje sin conciencia ni honor gobierne para que todo el sistema se trastabille en la incompetencia, incapaz de frenar el peso ansioso de un autócrata convencido de dominar durante décadas una España a la que no le basta su oposición ni le convence el tedio rutinario de la protesta. Si vamos a acabar así, al menos que nos quede la impertinencia de seguir diciendo lo que pensamos del felón y de su babeante corte de tiralevitas.

Lo último en Opinión

Últimas noticias