Opinión

El hat trick de Cristina Cifuentes

Cristina Cifuentes marca gol tras gol para convertir Madrid en la nueva ‘City’ europea tras la inminente fuga de empresas, talento e inversiones como consecuencia del Brexit. Su primer tanto supone permitir a España competir con los países que, como Alemania, Francia e Italia, cortejarán semejante oportunidad de inversión. Sólo con ese tanto ya ganaba el partido, pero metió otros dos. El segundo, morbosamente atractivo, no me lo discutirán, consistió en abonar el terreno para que ciertos sectores de la izquierda cayeran en el más espantoso ridículo por las críticas a algunos de sus asesores. La zurda política española prefiere la mediocridad sin competencia que tradicionalmente ha introducido como agravantes en su código penal cualquier sinónimo de riqueza, aspiración y oportunidad. En ese que sólo nos aplican los demás mientras sus señorías se levantan de 4.000 a 10.000 € al mes. El tercer gol se lo marcó a los eruditos del mundo liberal, que también aprovecharon para, una vez más, retratarse. A aquellos tan aficionados como el podemismo a colgar al liberal díscolo en el corcho del escarnio público cuando no le consideran lo suficientemente puro y virginal.

Como buen ejemplo del segundo grupo encontramos a alguno de los pequeños burgueses que llevan viviendo del forfait público desde que un adulto dejó de cambiarles el pañal. Con más miedo a un liberal que a un terrorista pillando poltrona institucional. Exsocialistas o “bolches” pudientes y frívolos como Tania Iglesias, digo… Sánchez, quien, incluso sin entender de qué iba el cargo de un mediático colaborador de cifuentes, entró en pánico al pensar que un neocon podía birlarle un pedacito de su monopolio público. Que ya no debe ser tal al haber convertido lo de todos en la parcela privada de esta experta en conceder contratos públicos a su parentela y en seguir en política por haber sido la “novia de” cuando su partido y la relación con su ex se han convertido en un auténtico carajal. Olímpica tarea la de Cifuentes y su equipo: paliar los efectos del populismo que arrastró al Brexit al Reino Unido de la mano de Farage. Y es que el podemita es el mismo populismo que profesa el UKIP y aquí también se vería obligado a salir por patas si las cosas pintasen demasiado mal.

Luego encontramos la incoherencia de los habitantes del mundo ideal: Libertyland. El mundo en el que vive el buen liberal y del que sus conciudadanos son expulsados cuando dejan de ser doncella en eso de pillar cacho institucional. Llevamos años escuchando los lamentos de esos supuestos liberales. Hablan de Ron Paul y de lo bueno que sería que llegara a la Casa Blanca aunque cobrara dinero público porque seguramente serían bitcoins. Critican a los partidos por su falta de políticas liberales. Votan al Partido Libertario que, al parecer, no se presenta a la Presidencia del Gobierno, sino a la cancillería de LibertyLand. Lloran su orfandad política. Su nula representación. Y, sin embargo, tras la primera —y tímida— intención por parte de un partido de incluir a un liberal en la órbita institucional, le inflan a zascas excomulgándole de Libertyland. Pues oigan, vaya faena para LaCalle, obligado a la pena carcelaria de seguir pagando impuestos mientras le expropian su libertad individual.

La incorporación de Lacalle no es un fichaje funcionarial, es un cargo en la Cámara de Comercio revocable en cualquier momento con plena libertad de las partes. Su brillante carrera profesional se ha desarrollado durante más de 30 años entre la competencia y la inseguridad de la iniciativa privada. Es uno de los mejores gestores de fondos que tenemos en España y su cartera de contactos se expande por toda la City. Y llega para enriquecernos, no para endeudarnos con la teoría de impresión de billetes del, este sí, elegido a dedo Eduardo Garzón o la incuantificable lista de enchufados en los llamados ayuntamientos del cambio. Lo de Lacalle se llama meritocracia: elegir para un cargo al mejor y más preparado para el cargo. ¿Quién más les ha ofrecido eso?