Opinión

Golpistas y analfabetos

El fatuo provincianismo de los separatistas está arrasando el uso del español en Cataluña. La carta de la delegada del gobierno autonómico en la Unión Europea, la huida e imputada por la justicia Meritxell Serret, es tal despropósito de fondo y forma que sirve para ejemplificar el drama social y cultural que está viviendo la región con la persecución que los separatistas están efectuando contra la principal lengua del Estado. Dicha marginación provoca que, desde hace mucho tiempo, una gran masa de personas menores de 50 años no sepa escribir en castellano y lo hablen con suma dificultad. He ahí una de las desastrosas herencias que dejarán los golpistas para las próximas generaciones.

Decía el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa que «la pasión puede ser destructiva y feroz cuando la mueven el fanatismo y el racismo. La peor de todas es la pasión nacionalista». Esa destrucción de la que habla el escritor peruano no sólo está colonizando Cataluña desde el punto de vista político y económico, sino que, además, se está adueñando de sectores tan importantes como la educación y la cultura. En ese sentido, los independentistas han tenido claro desde el principio que erradicar el español era vital para imponer su propaganda. De ahí que se hayan afanado en un constante adoctrinamiento en los colegios públicos de la región. Si lavaban la cabeza de los niños, conseguían configurar sin dificultad la ideología de cara al futuro.

El problema de ese plan abyecto es que la analfabetización de la comunidad autónoma es cada vez más notoria, tal y como se demuestra en la carta de Serret. Resulta vergonzoso que un cargo público y su ejército de asesores sean incapaces de expresarse en un español aceptable. El esperpento llega al punto de que incluso separa la palabra ‘desde’ para escribirla como ‘des de’ o compone frases sin la más mínima concordancia donde pide «una Unión Europea que se construye des de la igualdad y el respeto mutuo, que defensa el bienestar de las personas». Una situación penosa que, por la sinrazón de unos pocos, está hipotecando el futuro de una región condenada por su presente xenófobo y reduccionista, sometido a las veleidades de pirómanos de la política como Carles Puigdemont o su acólito Quim Torra.