Opinión

El Gobierno impuesto

A finales del XIX, con la crisis de Cuba penetrando en las hechuras hambrientas de un pueblo necesitado de glorias pasadas, ya palpable el ocaso de la Restauración y el turnismo, una frase parlamentaria circuló entre los corrillos sociales de la época: “El inconveniente de las farsas sin bambalinas ni local adecuado es que el público se entera muy pronto”. La frase la recoge Joaquín Costa en su libro ‘Caciquismo’, aunque bien podría haber sido una ocurrencia de Maura, tan preclaro para el retrato personal del contrario. En la actual era de la gestocracia, el presidente fotopolítico que ahora ocupa Moncloa se esfuerza por reivindicar la sentencia. Desde que Gramsci otorgara a la guerra cultural el summum ideológico decisivo en el control de las masas, la política buenista del siniestrismo ha venido oscilando entre la propaganda y la doctrina. Lenin se mesaba la calva mientras veía en cada obrero un bolchevique para toda la vida. El mundo giró a la izquierda y desde entonces no nos hemos recuperado de tanto relativismo moral. Todo es bueno o malo dependiendo del código de barras político. Ya sabemos que los productos a la izquierda del stand nunca caducan aunque sepan a detritus.

Leo tribunas ordenadas, veo telediarios felices y escucho tertulias tranquilizadas. España es ese país donde las emergencias sociales acaban donde empieza una moción de censura. El mantra favorito de la izquierda en oposición se diluye en el mentidero de la historia cuando cruza el umbral del voto y adquiere poder. Entonces deja de sonar la música fúnebre que venía anunciando el apocalipsis, porque ya está aquí la democracia. Todos éramos persas hasta que Pericles conquistó Atenas para los buenos. Y entonces le dio la televisión pública como recompensa. La compañía del plasma, ese corrillo mediático y siniestro que repetía ad nauseam que Rajoy era un político distante y alejado, que abrían sus reflexiones criticando sus ausencias ante la prensa, impone el silencio y la omertá cuando idéntico comportamiento lo hacen otros. Tiempos y costumbres, que dirían los clásicos. Da igual cuando suceda. La izquierda, como teología de liberación política, siempre ocupará un espacio de superioridad moral innegable.

Se acabó el pesimismo, pero ¡vivan las ‘caenas’! Cuando la economía sonríe, el ciudadano descansa. Sin embargo, si sonríe es porque alguien ha hecho que sonría. Es lo que tiene la política de afectos y efectos. El simbolismo es importante cuando no lo conviertes en una feria gestual. No dejamos de vivir en una sobreactuación episódica y constante. La buena nueva socialista anuncia estos días, entre gafas sonrientes, que sube impuestos para “mejorar el Estado del Bienestar”. En realidad destroza al emprendedor que con tesón saca adelante su negocio, a la clase media que trabaja sin cesar. Con más impuestos no se mejora el Estado del Bienestar, se destruye la sociedad civil, a esos obreros de famélica legión a los que dicen representar, pero a quienes nunca han tenido en cuenta, por mucho que cuenten. Estamos en la última fase del proceso: del Estado protector al Estado paternalista, y ahora, al Estado subsidiario. No lo olvidemos: subir impuestos tiene un componente soterrado más decisivo que el de pagar necesidades básicas de la sociedad del bienestar: comprar la voluntad ciudadana mediante el bucle impositivo del voto.

Pagas, con ello te doy servicios y ya te recordaré gracias a quién los tienes. Cuando aumentas la carga impositiva sobre aquellos que mantienen al Estado y lo haces en una legislatura corta, aumentas el riesgo de no controlar el efecto rebote, aunque marques la agenda política y mediática. Ahí se abre un espacio para voltear sondeos primerizos que reflejan siempre la alegría del cambio reciente. De momento, al gobierno impuesto del presidente fotopolítico, eso no le preocupa. Sigue su rumbo, orientado en dos direcciones: en la colocación de la foto y en la foto de la colocación. Primero, los nuestros, y después, los gestos. Dientes, dientes, que la gestocracia requiere sonrisas.