«El Gobierno de la gente»
Núñez Feijóo le ha tendido la mano, pero Pedro Sánchez lo ha interpretado como un gesto para poner de manifiesto sus debilidades. La ira debió sublevarse en él como la ola del mar. “¿Qué se ha creído este? ¿Va a venir ahora a darme lecciones… ¡a mí!?” Begoña, mientras, se peina la melena rubia con un peine de plata, con las iniciales de todos los centros educativos por los que ha pasado. Mira por la ventana, lánguida, ida, con un dolor inevitable: “Pedro, ¿podremos llevarnos los muebles que yo escogí con tanto mimo? Al menos el dosel de nuestra cama, donde tantas cosas hemos celebrado”. Pedro no se inmuta, pero contesta: “Claro, Arnaldo y Gabriel nos ayudarán, nunca nos han fallado”.
Si algo ha aprendido Pedro Sánchez de sus socios podemitas, es que en el populacho está la clave del éxito. Cuanto menor formación y mayor descontrol de las pasiones más bajas, más posibilidades de triunfo. Teniendo clara esta idea, y tras varias reuniones con su clan renovado (una vez más), ha decidido que su último año antes de las elecciones lo va a destinar a ganarse el afecto de “la gente”. ¿Conciben un término más peyorativo? El anónimo creador del eslogan se quedó sin palabras, escribió en la última casilla: “Noteentiendo”.
Puesto que ellos hacen sus sondeos y no deben estar siendo muy halagüeños, el partido que nos gobierna ha decidido radicalizar su potencial de ser carne de cañón de la muchedumbre. Ya saben lo que dice Yolanda Díaz: “cosaschulísimas”. Medidas populistas y propaganda sectaria alternan enhebrando disparos de ironías poco graciosas. El punto de vista de Sánchez es, en suma, siempre escénico, en perspectiva; posa y hace posar a los distintos personajes que en él habitan. Todos sus oropeles decadentes y el monótono jadeo de sus discursos plagados de mentiras pueden embelesar a los más limitados de mente, como una hechicería para la angustia y la desesperación; pero la inmensa mayoría de las personas no son así, afortunadamente.
En octubre se celebrará el cuarenta aniversario del triunfo de Felipe González con actos callejeros, en arrabales, por las chozas de la periferia, es decir, “vendiendo papeletas a la gente”. González es un político que el tiempo ha engrandecido y que no merece el devenir del partido que él encabezó como si estuviera bañándose en agua con gas, o en champán. Pedro Sánchez se baña en leche de burra, porque la fábrica de gas, las burbujitas, ya no puede pagarlas, y a las burras sólo hay que ordeñarlas. Siempre tiene que haber algo carnal, una mezcla de atrocidad y de ebriedad ha acompañado de forma constante a este gobierno de amantes incestuosos, con dos cabezas y una misma hacha que forman un único charco: “El Gobierno de la gente”.
Las derrotas electoras en Madrid y en Andalucía los han puesto en alerta. El presidente tiene claro que la culpa no es suya, que el problema es de la gente que no entiende lo bien que él gobierna. De ahí que haya decidido dedicarles a ellos su nueva campaña, a ver si comprenden lo brillante de su toma de decisiones. Su reacción ha sido radicalizar sus potenciales, es decir, llevarse todo a casa sin protestar y, sobre todo, sin miedo al odio. Un orden nuevo, una nueva jerarquía, y él en la cúspide, sin humildad, con un orgullo exagerado y enfermizo. Mientras Begoña sigue cepillándose el pelo, le importa todo un comino, pues toda esa gente, a fin de cuentas, no dejan de ser sus súbditos.
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