Opinión

Fresco y cenizo todo al tiempo

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Debemos aconsejar, de entrada, que el gentío no se gaste los cuartos en asistir a una de las numerosas galas que efectúa Leo Harlem; no, escuchar a infraLópez, ministro de no se sabe qué (él tampoco lo sabe) es infinitamente más hilarante. El último gag de este cómico de las malas lenguas, es uno en el que han trabajado durante meses al menos una decena de sus asesores, de esos que relucen el tafanario del fuguista Sánchez. El invento consiste en repetir, como un loro de abuelita seca, que Feijóo es un cenizo, o sea, un gafe en toda regla. Lo proclama con gran soltura y escaso -hasta ahora-  éxito un largo homínido desvencijado (¡hay que ver qué mal le sientan los trajes!) que cuenta sus intervenciones públicas por sonoros fracasos que sólo encuentran acomodo en la sección, muy poblada, de tontos ineludibles. A lo mejor nos referimos a infraLópez que no ha ganado una sola elección en su trayectoria política, ni ha aportado al acervo del paisanaje una sola idea que no pueda ser calificada de tontería sin paliativos.

Eso es él, infraLópez, un personaje en paliativos. Su enemigo declarado (por él) Feijóo, venció en Galicia cuatro veces seguidas y por mayoría absoluta; él, infraLópez, se presentó en una sola ocasión a las elecciones en Castilla y León, y se pegó un leñazo que aún resuena en las gloriosas catedrales de Burgos y León. Tras este memorable triunfó se peleó con su amado jefe de ahora mismo, huyó de la política directa, y se refugió en los brazos acogedores del llamado Pepiño Blanco, en los que duermen también -todo hay que decirlo- personajetes del PP. En esa tómbola de influencias y de favores recíprocos duró sólo un tiempo porque Sánchez, al que él había cubierto previamente de improperios, le extrajo para dirigir nada menos que Paradores, el puesto por el que han pasado multitud de socialistas. Era un cargo pintiparado y bien gozado para un hombre -que ya se sabe- tenía, y tiene, presentada mucha bibliografía adecuada para el menester. Ahí, precisamente, en ese cargochollo coincidió con su colega de partido, José Luis Abalos, que organizaba a la sazón saraos de vino y colipoterras. El vino –es de suponer, porque al fin y al cabo estaban en Teruel– se lo enviaron del propio Cariñena, el maldito Cariñena de Don Mendo, y a las pilinguis Ábalos las importó del cercano Reino de Valencia porque, al parecer, las féminas de Teruel no han dado otra representante famosa que no sea su célebre amante, una damisela –hay que manifestarlo así de una vez– bastante cortita ella de luces y más larga desde luego de acendrada cursilería.

Pero, bueno, recordada la digresión («disgresión», diría infraLópez) volvamos a sus hazañas bélicas porque Sánchez ha encargado al trío Montero-Puente-López el endoso de arrearle estopa, venga o no a cuento, primero a Feijóo y, si se pone a tiro, que se suele poner, a la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Y en este episodio nos encontramos.

Los asesores del mecenas Sánchez se han empleado a fondo y en sus neuronas, muchas de las cuales viajan en un carricoche de feria, que así son de facundas, se ha hallado la respuesta que, al parecer, ha reventado los nervios del gallego Feijóo. Han concluido en que éste, al que no le perturban ni los discursos de su compadre Tellado, un prodigio de aburrimiento el hombre, le están haciendo mella verdadera las imputaciones que le pintan directamente de «cenizo». Lo dice, lo recuerdo, un individuo que cada vez que aparece por el palco de un estadio los presentes se estremecen: «Ya está –se dicen gimoteando–, hoy no tenemos nada que hacer».

Hace unos lustros existió un gafe en la politica española que no descansaba; una vez, como ministro de las cosas públicas que era, acudió en procesión electoralista a una aldea gallega, ¡fíjense por dónde! para anunciar con toda pompa que, en breve, iban «a contar con un estupendo puente para vuestro caudaloso río». El problema resultó que  por aquel pueblecito no había circulado desde la antigüedad afluente alguno. Sí se había construido con los años la pasarela de un arroyito venido a menos que, al tiempo del anuncio ministerial, reventó dada la afluencia de paisanos que se habían aglomerado sobre ella. El alcalde, afecto encima a la causa, se pegó un chapuzón inesperado. Al gafe no le apedrearon  de milagro.

Aún hay noticias de gafes inmisericordes en la historia contemporánea reciente de España como aquel ginecólogo andaluz del que produce espanto recordar el apellido, que estrelló una botella de cava para fletar la carabela Santa María de la Expo 92 y el chasis de la  embarcación, apenas sentido el choque, se hundió como la chalupa de El Retiro.

Son los antecedentes de infraLóopez, del que cuentan –puede ser hasta verdad– que, tras su último mitin por los alrededores de Madrid, empezó a derramar una tormenta que no dejó espárrago con vida. Sería casualidad digo yo, pero esta semana se ha cumplido en la vecina Salamanca un acontecimiento que se ha saldado al parecer sin víctimas. Y es que allí se ha cumplimentado, perdón, la «Fiesta de las Putas»; literal. Salamanca ha cubierto todas sus plazas hoteleras para la ocasión, incluso las camas –mueble imprescindible– de su estupendo Parador. Allí se palpaba un  estremecimiento general no fuera ser que comparecieran por el establecimiento Ábalos, Koldo y el olvidado Tito Berni, con su su pléyade de izas recogidas para la ocasión. No ha pasado nada; tampoco infraLópez, el temido cenizo, se ha llegado al lugar. Bendito sea Dios.

Pero, no crean, él no descansa; vierte sin piedad diatribas contra Feijóo y Ayuso, se duele porque el personal no se entretiene con sus chascarrillos aldeanos, y ha contraprogramado para este 2 de mayo una fiesta popular en La Rosaleda de Madrid, jardín que en estas fechas tiene más espinas que rosas, las flores de las que se han apropiado desde el malhechor Largo Caballero a su aventajado discípulo Pedro Sánchez.

Los jardineros de La Rosaleda ya están en alerta máxima,  porque  infraLópez se ha anunciado en plan aquí estoy yo. Por eso uno, creo, ha advertido: «Si este fresco se presenta, yo me voy de vacaciones al desierto de Almería». Realmente el jardinero sí que acierta: al susodicho ministro de no se sabe qué (él lo ha preguntado formalmente y no han sabido qué decirle) le cumple también ser tildado de fresco en su acepción más académica, además desde luego que de gafe, porque sus actuaciones en este sector todavía se están recopilando. Fresco vale más; ¿quién puede negar que infraLópez es un descarado, un insolente, un arrogante o hasta un desvergonzado?, definiciones todas de la RAE para un frescales. Imbatible en esta labor.

Terminamos así. Susurran los madridistas furibundos que el pasado fin de semana infraLópez contempló el partido con el Barcelona por televisión y por una de las cadenas amigas. Dio igual: el fario lo manejó con el mando a distancia. Bien, ya sabemos lo que pasó: tres goles en contra, dos de fallos blancos, tres expulsiones, por lo menos cuatro lesionados… Todo un parte de guerra. InfraLópez, por favor, otra vez te vas al cine con Yolanda Díaz, que eso viste mucho. Sobre todo para ella.