¡Feliz quirúrgica Navidad!

¡Feliz quirúrgica Navidad!

Sabemos quiénes somos y quiénes son ellos. Y ellos saben lo que son y cómo somos nosotros. Hasta aquí, no cabe discusión alguna. Cada cual es como es y muy ¡Felices – santas o paganas – Pascuas! Sin embargo, convendrán conmigo, parece absolutamente imposible que llegue el dorado día en que, unos y otros, aún echando mano de nuestros mejores propósitos, logremos entendernos y aceptarnos. Ante tal Crisis de la Alegría Nacional he de proponer una solución indolora y definitiva para que, estrenado el 2017, se vea a la entera ciudadanía sonreír. Que de broncas ya hemos rebasado el cupo.

Propongo un experimento contrario a los métodos usados por Hitler y Stalin durante la Segunda Guerra, los cuales, horneando, fusilando y metiendo en prisión a cuantos no obedecían sus delirios, acabaron con la libertad de credos, países y razas. Hoy tenemos medios más apacibles y democráticos para desactivar a los que nos estorban. La solución que permite aplicar un remedio agradable, es la lobotomía, una leve operación quirúrgica de escasa agresividad que elimina el lóbulo frontal del cerebro humano. De los sesos no desaparece nada que vayamos a echar de menos, salvo la burbuja parásita gris, cuna de las intenciones diabólicas. Una estática, lela y vacua sonrisa en la cara del paciente blinda el éxito, garantizado médicamente.

Extirpada la burbuja, con sufrimiento cero, despierta de la anestesia el intervenido, sin sitio en su cráneo para que en el futuro prospere la infamia ni la deslealtad que le caracterizaban. Ya sólo hallará vacío, una especie de espesa nada infinita revoloteando entre la paralizada excitabilidad eléctrica de su mente y sus fósiles neuronas. Si antes de operarse tenía pocas luces, ahora sufre un apagón total. Pero el desgraciado sonríe porque se siente feliz como nunca jamás lo fue. La lobotomía es un regalo de Dios y el quirófano, el paraíso idóneo donde celebrar y festejar las Navidades.

De ahí que proponga el digno experimento a todos esos adaptadores contemporáneos del arcaico estilo criminal de Hitler y Stalin, v. gr., Castro, el vivo o el todavía tierno fiambre, más Iglesias el psicópata – según se define a sí mismo con la escasa lucidez que le queda –, o Jong-un, Maduro, Rouhaní, etc., y a esas hordas todas que los siguen  y también repudian el progreso, pues su envenenado karma anima a cargarse el bienestar de la gente y a joder la nación que, en mala hora, los vio nacer. De otro modo no alcanzan el éxtasis. Así son los energúmenos que odian la paz y aman el odio. Por eso se les abre las puertas del quirófano de par en par.

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