El fantasma de Waterloo

El fantasma de Waterloo -es decir: Puigdemont- sigue vagando como alma en pena. Tuvo su último momento de gloria tras su segunda fuga en pleno centro de Barcelona. Con la ineficacia -o colaboración- de los Mossos. Pero, desde entonces, no levanta cabeza. Ni él ni su partido. Los socialistas mandan en la Generalitat, en el Ayuntamiento de Barcelona y en Madrid. Al fin y al cabo la política es mandar.

En efecto, su sucesor, Salvador Illa, se ha ido de viaje oficial a Bruselas. Apenas a 30 kilómetros de la localidad donde Napoleón perdió su imperio. O lo que quedaba de él. Sin embargo, ha evitado verse con él. Al menos públicamente. Acercarse hasta la llamada «Casa de la República». En Cataluña todo es fake.

Puigdemont ha pillado un cabreo de cojones. En un post en X se quejaba de que a pesar de que Illa se ha visto con el resto de expresidentes -¡incluso Pujol!- «cree que no toca reunirse conmigo». Luego lamentaba que estaba «a escasos kilómetros» y terminaba con la matraca de la «represión». ¡Quería la foto! ¡Una cumbre en Waterloo!

La verdad es que, en parte, lo de Puigdemont es un ataque de cuernos. Salvador Illa ha encontrado tiempo para reunirse hasta con estudiantes del Colegio de Europa. ¡Incluso con el presidente de las Canarias!, que se hallaba igualmente en Bruselas. En TV3 se han consolado diciendo que sí que se ha entrevistado con el ex consejero de Cultura Lluís Puig durante un acto en la delegación de la Generalitat en Bélgica. En las propias imágenes de la cadena se observa que no es una reunión, sino un saludo. Y mucho más corto que aquel que Biden le propinó a Sánchez en aquella cumbre de la OTAN. Que ya es decir.

Gordi, por cierto, fue aquel que se fue a Bruselas, volvió y se volvió a ir. Un hombre de decisiones firmes, como pueden ver. Empezó de bombero. Sin menoscabo de tan valiente profesión. Y llegó a consejero de Cultura porque a Santi Vila lo ascendieron a titular de Empresa.

Pero, bueno, en esta bendita tierra catalana siguen a lo suyo. En el Parlament conmemoraron solemnemente el décimo aniversario del 9-N. Aquella consulta que luego fue el embrión de 1-0. Lo hicieron diez días después: el 19 de noviembre. Un poco más y les pilla el 20-N.

En primera fila estaban todos solo que con diez años más. Algunos más fondones. Con canas. O hasta gafas. Como el que fuera entonces todopoderoso consejero de Presidencia, Francesc Homs. Aquel que auguró que si el Supremo le condenaba se hundiría España. Marchena, como no podía ser de otra manera, lo acabó condenando. Creo que ahora se gana la vida, o como mínimo lo intenta, haciendo de abogado. Pobres clientes.

Más que una conmemoración casi parecía un funeral. O un acto de Junts, porque eran la inmensa mayoría de este partido. Excepto el exdiputado de la CUP Daniel Fernández, el del abrazo con Artur Mas.

El propio Rull dijo que el 9-N es un «patrimonio inmaterial» y que fue un «éxito colectivo». Mientras que Mas afirmó que «sigue siendo vigente la voluntad de pasar de la autonomía a la soberanía». El expresidente oscila entre reivindicar la antigua Convergencia -como el domingo pasado en La Vanguardia- y erigirse en líder cupaire.

¡Llevan diez años viviendo del cuento! A mí me recordó cuando, en julio del 2015, presentaron la coalición entre CDC y ERC. En un lugar tan solemne como la terraza del Museo de Historia de Cataluña. Tenía carga simbólica.

El programa electoral era la hoja de ruta hacia la independencia. En 18 meses, Cataluña sería un nuevo estado europeo. Empezaba a contar la misma fecha de las elecciones: el 27 de septiembre. Apenas unos días después de la Diada. Para pillar el empuje.

Se pensaban que iba a ser pan comido. El Estado no haría nada. Ni tampoco el resto de catalanes. Más de la mitad. Preveían un gobierno de unidad, estructuras de estado, declaración unilateral de independencia, elecciones constituyentes, elaboración de la nueva Constitución y referéndum constitucional. Nada menos, por otra parte, que cuatro convocatorias en año y medio. El plazo concluía en marzo del 2017. Rufián, a estas horas, sigue en el Congreso.