ETA: ni perdonamos ni olvidamos
En OKDIARIO la basura propagandística de ETA no tiene cabida salvo para ponerla a caer de un burro. Como tampoco tienen hueco artículos de opinión como el que El País publicó el jueves a un tirano asesino como Nicolás Maduro. Como tampoco tomamos en serio, democráticamente en serio como hace la mayoría, a un partido como Podemos que apuesta por instalar en España una suerte de democracia vigilada más parecida a la de su mecenas Hugo Chávez que a la de nuestros socios europeos. Por eso hemos hecho más bien poco caso a los comunicados de la banda terrorista que ahora se ha travestido de congregación mariana pensando que los españoles somos gilipollas, unos desmemoriados o unos gilipollas desmemoriados. Ni piden perdón, ni se arrepienten, ni han esclarecido ese agujero negro que son los 358 asesinatos aún sin resolver.
Ni este periódico, ni un servidor, ni 40 millones de españoles estamos dispuestos a pasar página. A mirar hacia otro lado. A silbar mirando al cielo como si nada hubiera pasado. A perdonar poniendo la otra mejilla setenta veces siete. Y, desde luego, lucharemos con todas nuestras fuerzas, que no son pocas, para evitar que se reescriba la historia. Que se intente imitar a ese deleznable Abu Mazen, presidente de la Autoridad Palestina, que esta semana ha intentado ridiculizar, relativizar y justificar el Holocausto. Sí, esos 6 millones de crímenes de lesa humanidad que al concejal podemita madrileño Zapata le hacen tanta gracia.
ETA es a España, y salvando las obvias distancias cuantitativas, lo que la Shoah fue a Alemania y al judaísmo. Una tragedia que hay que recordar permanentemente para evitar condenarnos a repetirla, que diría el gran Jorge Santayana (el primer español que estudió en Harvard) parafraseando a Cicerón. La banda terrorista ha asesinado a 850 personas físicamente, ha matado civilmente a 250.000 vascos que se tuvieron que exiliar, ha dejado mutilados o terriblemente quemados a cientos de personas (Irene Villa, nuestro sublime referente moral, es una de ellas), ha extorsionado a miles y ha convertido en muertos en vida a un sinfín de españoles de bien. Por no olvidar las vidas truncadas, los huérfanos, las viudas, los viudos y esos padres que veían a su hijo irse antes que ellos, trastocando las más elementales leyes biológicas, por la santa voluntad de esta gentuza.
Los libros de texto deberían recoger con amplitud y rigor este episodio de nuestra historia, que dura la friolera de 58 años. Cincuenta y ocho años es toda una vida, bastante más de lo que duró la dictadura de Franco. Pues eso: que en las aulas no se tome a beneficio de inventario este terrible capítulo y que, desde luego, no se prostituya, no se tergiverse y mucho menos se manipule. Y que bajo ningún concepto quede constancia de que el fascismo etarra es cosa del pasado. Defender esta tesis es miserable, además de constituir un embuste de marca mayor. Entre otras cosas, porque aún hay 358 familias que esperan el esclarecimiento del asesinato de su ser querido. Trescientas cincuenta familias que no saben quién le segó la vida y, consecuentemente, contemplan impotentes cómo al estacazo moral que supone la pérdida violenta de un pariente se une la impunidad de los pistoleros.
ETA continúa. Claro que continúa. Que no nos cuenten milongas ni ETA ni sus voceros, que ya no es sólo esa basura llamada Gara. Lo digo porque el podemismo periodístico empieza a blanquear la maldad infinita de la banda terrorista a la par que presentan como unos fachas irredentos a las víctimas y a las asociaciones que las representan. Ya no te pegan un tiro en la nuca. Cierto. Pero no lo es menos que te pueden dar una paliza de muerte si te metes en ese territorio comanche que es la parte vieja de San Sebastián, Hernani, el resto de la Guipúzcoa profunda o el casco viejo de mi irreconocible Pamplona. Por no hablar de ese ejercicio de resignación que hemos tenido que hacer algunos al contemplar cómo los que antes pegaban tiros o sus palmeros ejercen ahora de alcalde de tu pueblo, Joseba Asirón (por obra y gracia de su cómplice Pablo Iglesias), forman parte del Gobierno de Navarra o son alcaldes del Ayuntamiento de Tafalla, del de Hernani o del de Rentería.
Por no hablar de Alsasua, donde directamente campan a sus anchas. La calle es suya, más incluso que en los años de plomo. En la localidad que vio nacer a Herri Batasuna en 1978 tomando como referencia la etarrísima Alternativa Kas la democracia sigue siendo un sueño. Si no eres de los malos no puedes expresar lo que sientes so pena de arriesgarte a que te partan la crisma el día menos pensado. Ser concejal de un partido constitucionalista es perfectamente posible… Sí, si vives en Pamplona, vas y vienes a diario y llevas pegados a la chepa dos maromos. Por no hablar de la impotencia que debe causar cómo a tus hijos los educan en la ikastola de turno en el odio a España y a las fuerzas y cuerpos de seguridad y en el amor a los terroristas.
Lo peor de todo es que los asesinos se van pero sus jefes batasunos, los que en contra de la teoría imperante mandaban de verdad, se quedan. En el museo de la ignominia quedará escrita para siempre con letras mayúsculas esa sentencia del hiperpolitizado Tribunal Constitucional de 2011 que abofeteó y anuló la decisión previa del súperprofesional Supremo sobre Bildu. Aquel 5 de mayo para la historia de la miseria humana se permitió presentarse a las municipales a la enésima marca proetarra pasándose por el arco del triunfo, por cierto, un fallo previo del Constitucional que había respaldado la ilegalización del partido político de los terroristas cuando se llamaba Batasuna.
El más elemental sentido común democrático y ético indica que los grupos políticos que sustentan a los asesinos, sus herederos y los herederos de los herederos no deberían poder estar en política. Esa lógica debería estar plasmada en una ley. He de recordar, por ejemplo, que los sucesores del hitleriano NSDAP fueron ilegalizados en 1951. Un lustro después se optó por la política de la manga ancha, se dio vía libre al NPD (inequívocamente nazi) y ahora la ultraderecha cuenta con 94 escaños en el berlinés Bundestag. Los que defienden de una u otra manera a los asesinos o los blanquean no pueden ni deben estar en política.
Concluyo pidiendo que vuelvan los 250.000 vascos que, cual éxodo judío, se exiliaron en los tiempos en los que ETA asesinaba a 100 personas al año, tomaba las calles casi a diario y exigía con la pistola encima de la mesa el impuesto revolucionario. Es menester aprobar una ley para eliminar los peros burocráticos que existen para todos aquellos a los que les gustaría votar en su tierra por mucho que ahora vivan en Alicante, Málaga, Madrid o Santander. Las papeletas del exilio vasco cambiarían o al menos repararían un status quo impuesto por el terror. Echar por la razón de la fuerza a los que no piensan como tú es el camino más fácil para la victoria electoral. Pasó en Ruanda, sucede en Venezuela y ocurre en todos los lugares de Oriente Medio donde el islamofascismo establece su diabólica voluntad a tiros.
Y, entre tanto, los españoles de bien le decimos a ETA que no les perdonamos ni desde luego les olvidamos. Mensaje que extendemos a esa no precisamente insignificante parte de la izquierda que ha implementado la política del buen rollito con esta gentuza. Jamás echaremos mano de la desmemoria. Por razones prácticas, no queremos que se repita la historia, y por motivos emocionales. Se lo debemos a Begoña Urroz, la niña de 22 meses con la que ETA inició su historia matonil, a Alberto Muñagorri, que perdió una pierna siendo un chaval por una bomba, a nuestro gran santo laico, Miguel Ángel Blanco, a Ortega Lara y a los otros 850 compatriotas a los que se llevó el marxismo más violento que ha conocido Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Las víctimas han sido, son y serán nuestra prioridad. Jamás les fallaremos.
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