Opinión

Estado de sitio en Barcelona: ¡Basta ya!

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Así tiene que ser este fin de semana: un auténtico sitio democrático a la capital del secesionismo golpista. Los periódicos, básicamente los digitales de Cataluña, han recibido la orden del que nuevamente es jefe de la rebelión independentista, Carles (nacido Carlos) Puigdemont, de que a los convocantes de la gran concentración que se prepara, ni agua, o sea, ni una línea.

Uno de los amanuenses del delincuente es el director de un panfleto abonado directamente por el forajido y por los empresarios de la sopa y de la sangre que engrasan la independencia. Es tan perverso el tío, que en vez de ocuparse de la resistencia nacional al separatismo de Sánchez y sus acólitos, se entromete en la tragedia de Murcia para volcar sobre el PP la culpa de la catástrofe.

A este sujeto, confidente antaño de Aznar, hay que leerle y ¿por qué? porque es un entusiasta separatista que relata, episodio tras episodio, el proceso que van a seguir Sánchez y sus cómplices de aquí hasta que en la segunda quincena de noviembre sea investido presidente el político más miserable desde la época de Fernando VII, quizá incluso de Bellido Dolfos y de su papá Dolfos Bellido. Y el cronista no exagera.

¿En qué consiste este proceso? Primero, engatusar al Rey y ser designado para la investidura; segundo, negociar con los malignos para la nueva Presidencia; tercero, aprobar en el Congreso de los Diputados que el término «amnistía» sea sustituido por otros dos, «reconciliación» y «generosidad», éste de reciente creación en la boca indecente de Sánchez. En cuarto lugar, con toda certeza, la iniciativa de aquí, acá y acullá será festejada por el felón y llevará hasta su sometido e infame Tribunal Constitucional, la Ley pasada por el fielato del Parlamento. En quinto lugar, este organismo que preside el siervo de Sánchez, Conde-Pumpido, hará un ejercicio de hipocresía sin precedentes y tomará en consideración los diferentes recursos. En sexto, los progres de la guardarropía pringada del Tribunal criticarán, incluso rechazarán, el libelo ilegal para así aparecer ante el país entero como independientes; y séptimo, la jugada tiene una trampa clamorosa porque la sentencia tendrá un pero fastuoso para Sánchez y sus conmilitones: no acumulará efectos retroactivos. O sea, los amnistiados lo seguirán siendo ya por los siglos de los siglos amén.

Este recorrido minucioso es la argucia pestilente que prepara Sánchez. De ahí, que en su aparición ante los medios del miércoles anticipara la «generosidad», el eufemismo para disfrazar y mentir sobre la amnistía, y señalara que la ley será sometida al criterio del Parlamento donde sus cuates ya conocen los términos del susodicho proceso.

El Tribunal Constitucional y su jefe, Conde-Pumpido, han preparado al dedilllo y al alimón con su colega de fechorías, un trágala sin antecedentes que conducirá inevitablemente a lo que vienen exigiendo los delincuentes de octubre del 17: el perdón y el reconocimiento de que no hicieron nada ilegal, sino una declaración de libertad para ser estudiada en las universidades.

A Sánchez y a Conde-Pumpido les va a importar una Real -con mayúscula por favor- higa que por esa vía Felipe VI quede desautorizado, quién sabe si a la espera de que los complotados le exijan, más pronto que tarde, que se arrepienta, pida perdón, y se contradiga en público por su fenomenal discurso del 3 de octubre de 2017 que se ha quedado ya en agua de borrajas, que ha devenido en una pieza inútil y quien sabe si en un arma arrojadiza para el porvenir de la Corona. Que nadie se engañe si sucede también esto: ¿quién puede asegurar que los sediciosos y acompañantes no hayan pensado ya en ello?

Por todo esto, la única defensa que tiene a partir de ahora la España digna es tomar las calles, convertirlas en una suerte de sitio permanente que debe acorralar a todo estos farsantes. La primera cita de esta aventura, ciertamente arriesgada, es la que ha convocado este domingo la Sociedad Civil Catalana. No puede ser, como la de hace tres años, una concentración en la que se colaron tipos como Borrell e Iceta que engañaron a los patrocinadores y que ahora están perfectamente colocados por Sánchez en puestos donde el estómago impide protestar por nada.

Como resulta que a este sarao democrático ya no asistirá el PSC del cínico Illa, lo más seguro es que la asistencia sea menor que entonces, algo que subrayarán los medios rojos para decolorar el éxito del llamamiento. Al tiempo, insultarán al alcalde sempiterno de La Coruña, Paco Vázquez, tildándole directamente de «fascista». Se encargarán de ello gentes como Patxi López que, con seguridad, no puede sostenerle la mirada a Nicolás Redondo sin que sus ojos se nublen en el cieno.

Lo que se propone este fin de semana no es una manifestación al uso; no, es un auténtico sitio de Barcelona, la capital del antiguo Principado, que está harta de soportar el totalitarismo identitario de los independentistas y que ya no aguanta más pasar por los malos en la película de defender España.

Naturalmente, la artillería andrajosa de Sánchez va a arremeter contra PP y Vox, que acudirán a Barcelona sin ser protagonistas del acto, y se ciscarán también en un lujo intelectual como Teresa Freixes, catedrática de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona. A ella, ignorantes ágrafos como uno de los negociadores separatistas de Sánchez, el fontanero Cerdán, van a oprobiar con los peores arcabuzazos que salgan de sus reducidos magines. Es el domingo del Sitio de Barcelona, la siguiente oportunidad, tras el mazazo al Rey, que tenemos los españoles para decir, como en los peores tiempos de ETA: «¡Basta ya!».