Opinión

Españoles de cuatro letras

Los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España —Constitución Española, Artículo 30—. Pero oigan, nada de nada. Aquí todos callados, como si tal cosa. Callados como putas… Esas “putas españolas” a las que atacaron hace unos días en Barcelona. Esas dos mujeres a las que maltrataron sin que ni una sola de las heroínas de la igualdad —malintencionada— de género se pronunciasen al respecto -porque de feministas nada más que los minutos de silencio pagados por sus partidos en recuerdo de las mujeres asesinadas, mientras callan, como putas, cuando las víctimas son hombres, por ejemplo-. Y lo peor a estas alturas, no es el adjetivo de las cuatro letras, sino el sustantivo que lo acompaña. Porque resulta que España es tan moderna y tan progresista que su gentilicio se usa como un insulto contra sus ciudadanos. Y no pasa nada. Ni un triste murmullo. Muy rápidos con el postureo de los ‘je suis’ para adornar con banderas de otros países nuestros perfiles de Twitter y Facebook, pero nos cuesta —y a algunos hasta les ofende y molesta— defender la nuestra. El odio a lo español es desde hace tiempo la excusa perfecta para el todo vale, para arrasar un buen país, a pesar de sus defectos, y reemplazarlo por un avispero de vagos, caraduras e intolerantes.

Y nosotros, los españoles, que tenemos la obligación moral —y legal— de hacernos respetar y defendernos, somos a cambio esos que mientras agreden brutalmente a dos compatriotas por serlo, seguimos con nuestras vidas como si tal cosa. Esos que miramos hacia otro lado cuando amenazan nuestra identidad. Los que nos hemos sentimos acomplejados de exhibir nuestra propia bandera incapaces de asumir y superar el pasado, hasta el punto de atrevernos a colgarla en los balcones sólo previa excusa deportiva —y ya ni eso—. Los que tenemos miedo de molestar a quienes nos provocan e insultan, en nuestra propia casa. Los que mientras la ley se incumple sistemáticamente, nos llenamos la boca con la palabra democracia.

Pues les digo una cosa: sin ley, no hay democracia. Sin ley no hay soberanía, ni orden, ni patria, ni paz social, ni Estado de derecho, ni sociedad sana, fuerte y unida. Sin ley no hay libertad. No hay autoridad, ni justicia… que cada vez son más blanditas. La ley está por encima de la política. La trasciende. La embrida. Y cuando los términos se invierten, cuando los que la atacan y desatienden permanecen —y se saben— impunes campando a sus anchas y apropiándose de las instituciones, mientras quienes deberían aplicarla y exigirla están al dictado de necesidades partidistas, el problema es muy serio.

Para que ahora vengan los candidatos, en campaña, a decirnos que son patriotas. ¡Qué van a ser patriotas! Si no saben ni lo que significa. Patriota es el que siente emoción y respeto por su patria, el que con sus acciones demuestra el amor que siente hacia su país y asume las responsabilidades implícitas. Patriotismo es el equivalente colectivo al orgullo de un individuo por su propia familia. Y nosotros… renegamos de la nuestra hace demasiado tiempo. Nosotros pertenecemos a una sociedad sin referentes ni modelo. Nosotros vivimos en una España donde los presidentes del Gobierno creen que no hacer nada basta para defendernos de los enemigos. Nosotros hemos renunciado a la causa común de luchar con la firmeza de las ideas correctas, los valores compartidos y las causas nobles, contra las muestras de mala educación e indisciplina social. Nosotros, la mayoría, permitimos por omisión que unos cuantos sinvergüenzas pongan en peligro lo construido y materialicen sus deseos ilegítimos. Nosotros nos conformamos con ser lo único que somos: votos. Sólo eso. Así que, cuando nos lamentemos de lo que vemos, escandalizados porque nadie hace nada, deberíamos preguntarnos qué estamos en realidad dispuestos a hacer cada uno de nosotros como españoles. Deberíamos plantearnos si de verdad entendemos que ser español es algo más que limitarse, como mínimo, a defender un símbolo.

Ser español, es un destino. Algo tan extraordinariamente mayúsculo como decidir el futuro de nuestro pueblo.