Opinión

La España socialdemócrata de Ciudadanos

Sigo sin entender a Ciudadanos. Su obsesión por seguir siendo el puente por el que han de cruzar el resto de los partidos. Me parece estúpido querer ser puente en lugar de tener la valentía de liderar de una vez tu propio espacio. Y a tenor de los titulares de estos días en los que Rivera pide al Gobierno aumentar el techo de gasto, éste sigue empeñado en resistir de los restos del PSOE en vez de en consolidarse. En seguir siendo una formación política insustancial y trufada de marketing socialista. Asombrosamente esmerado en ser sacudido cuando vota bien por la derecha bien por la izquierda. En ser aniquilado cada vez que su formación se abstiene por pánico a comprometerse en los parlamentos.

En el caso de Valencia, Ciudadanos se está convirtiendo en el puente del actual gobierno nacionalista a pesar de su promesa de pinchar esa precisa “burbuja política”. A pesar de su promesa de derrumbar los garitos clientelares, en esa categoría no debe encontrarse la nueva televisión pública que el gobierno de Ximo Puig está arrancando en la Comunidad Valenciana para resucitar su liderazgo incorpóreo, lúgubre y sepultado por la presencia mediática de Oltra. Serán mucho más de los 55 millones de euros previstos, los necesarios para “restañar el impacto negativo en la imagen del presidente de la Generalitat Valenciana gracias a la apertura del nuevo ente público”, según el asombroso comunicado de la desesperada federación socialista valenciana que reconocía su irrelevancia. “Pinchar la burbuja política” sería salir de debajo de las faldas de la abstención y votar contra esa herramienta política de un Gobierno que ya ha tenido que incorporar 1.300 millones de euros ficticios para cuadrar sus cuentas públicas endeudando a presentes y futuras generaciones.

Por encima de su compulsión centrista pasan, además, todos los viejos dogmas y trampas socialdemócratas que mezclan las convicciones políticas con el humanismo. Y de ellos parte la exigencia de Rivera al PP de incrementar el gasto público estructural en 8000 millones de euros anuales para destinarlos al famoso complemento salarial que no podemos permitirnos, y menos ante la incapacidad de cumplir siquiera con la senda del déficit marcada por Bruselas. La mitad saldrá del saqueo a las empresas apelando a la farsa de que es legítimo subir impuestos a los ricos nadando en las piscinas llenas de billetes de sus oligopolios, y la otra del saqueo a la clase media mediante impuestos encubiertos para no tocar el IVA.

Su discurso en pro del bien común responde a la típica obsesión populista copiada a Iglesias y al propio PSOE. A su voluntad de incorporar al chantaje de la insolidaridad a todo aquel que no acepte que dejarse robar por el bien de los demás es algo aceptable. Su apuesta por la redistribución de la riqueza satisface la vieja pulsión de otro burócrata aficionado a convertir las incertidumbres humanas en oportunismo de Estado. El Sanedrín de obsequiarnos con nuevos derechos humanos logrados con coacción sobre los derechos humanos. ¡Oh!, ¡Merde!, qué pena que esa dignísima defensa de los derechos sociales no comprenda el nuestro a escapar de pagar la fiesta de Rivera que en ningún caso pagarán los charlies defraudadores que le asaltan sin cesar como el barbas a la Pantoja en cada una de sus comparecencias.