El enemigo es Sánchez, no Ayuso
Siendo casi un niño viví muy de cerca esa travesía del desierto que llevó al Partido Popular de ese Egipto que fue para ellos la oposición a la tierra prometida. Un periplo que en algún momento hizo caer a las huestes de Génova 13 en la desesperanza porque no ganaban ni a tiros a Felipe González, al punto que en algún momento llegaron a pensar que el sorpasso al PSOE no se produciría estando ellos con vida. Eran tiempos en los que Txiki Benegas, el sempiterno secretario de Organización socialista, se permitía el lujo de vaticinar chulescamente que “el sucesor de Felipe González en Moncloa se encuentra en estos momentos estudiando COU”.
La eternización de la travesía del desierto tenía dos motivos: primero, que Felipe era mucho Felipe, y segundo que Alianza Popular era una jaula de grillos en la cual había familias, clanes, bandas, bandos, más enemigos que amigos y, sobre todo, puñaladas por doquier. Manuel Fraga era tan dócil de puertas afuera, con esas lamentables escenas del sofá con Felipe González, como dóberman intramuros. Consecuencia: González gobernó de octubre de 1982 a marzo de 1996, ¡¡¡13 años y medio que se dice pronto!!!
Primero fueron las traiciones de ese caricaturesco locatis que es ahora Jorge Verstrynge a Manuel Fraga. El León de Villalba se lo cepilló de un plumazo cuando vio que el entonces killer y muy derechista secretario general le había querido hacer la cama con la excusa de que jamás derrotaría al sevillano que más votos se ha metido en el bolsillo en democracia. El presidente nacional de Alianza Popular sustituyó al antaño neonazi y ahora podemita por Alberto Ruiz-Gallardón, al que por aquel entonces apodaban “Gallardín” en alusión a su condición de vástago del tan inolvidable como genial José María Ruiz-Gallardón.
El bienio 1985-1987 fue un lujo para Felipe González, la derecha se descomponía, Fraga continuaba aceptando ese cepo que eran las escenas del sofá entre el presidente de los 202 diputados y un oponente vulnerable al halago al que regaló el estatus de “jefe de la oposición”. Estatus aún vigente hoy día que garantiza que Casado, por ejemplo, pueda preguntar semanalmente a Sánchez en las sesiones de control de los miércoles e impide que Abascal, baranda de la tercera fuerza parlamentaria, haga lo propio. Es más, el líder de Vox ha de esperar 35 días entre interpelación e interpelación.
Estaban todos a tortas con todos. La izquierda mediática se hacía pis de la risa al contemplar lo tolais que eran los adversarios y en Moncloa vivían como si España fuera un régimen de partido único porque certificaban a diario que los de enfrente tenían entre cero y ninguna posibilidades de quitarlos de circulación a corto, medio y largo plazo. Fraga intentó cambiar la historia en 1987 convocando un Congreso extraordinario del que saldría su sucesor. Antonio Hernández-Mancha derrotó a ese Miguel Herrero de Miñón al que los medios enemigos, que eran prácticamente todos —en eso tampoco ha cambiado la historia—, se referían como “el repelente niño Vicente” por su indisimulada y descomunal brillantez. El cónclave se cerró en falso: las guerras intestinas continuaron y ni dos años más tarde Fraga se cargó a Hernández-Mancha y puso de candidato a las generales de octubre y posteriormente a José María Aznar.
Si Aznar logró derrotar a González fue porque el partido estaba férreamente unido y cohesionado, porque todos estaban a una
Aznar entendió que para finiquitar de verdad la travesía del desierto debía hacer exactamente lo contrario de lo que era costumbre en Génova 13. Unió al partido como una piña en torno a él tras deshacerse de las vacas sagradas en el Congreso de Sevilla de 1990, el de la mítica frase fraguista, “aquí no hay ni tutelas ni tu tías”, y a punto estuvo de botar a González en las elecciones de 1993. Lo consiguió en 1996 y por los pelos. Fue casi un milagro porque Felipe dominaba medios, empresas y sociedad civil. Pero si consiguió su objetivo fue, ni más ni menos, porque el partido estaba férreamente unido y cohesionado, porque todos estaban a una, que no era otra que jubilar a un presidente al que le brotaban casos de corrupción todos los días.
Y porque tuvo presente en todo momento esa frase de Romano Salustio que constituye una de las grandes verdades de la vida: “La unión hace la fuerza”. Pablo Casado se aplicó a pies juntillas la hoja de ruta de su padrino José María Aznar desde su inesperada victoria en el Congreso de 2018 —sólo le apoyaban dos medios, esRadio y OKDIARIO—: largó sin contemplaciones a las viejas glorias del marianismo y conformó un grupo de fieles que estaba a muerte con él. Suya fue la digitación de José Luis Martínez-Almeida y de su amiga desde hace 17 años Isabel Díaz Ayuso y el mantenimiento como foto del cartel autonómico andaluz del antaño sorayista Juanma Moreno. Sobra decir que acertó contra todo y contra todos. Los que le pusieron a caer de un burro por nominar a “dos desconocidos” y a un tipo que carece de carrera universitaria tuvieron que admitir que había sido una jugada maestra.
Casado, que se las sabe todas porque lleva en esto 22 de sus 40 años, tampoco era ajeno al hecho de que para triunfar en Moncloa has tenido que haberlo hecho previamente a nivel autonómico y, más concretamente, en Madrid. Tanto en su caso como en el de Aznar es evidente que el huevo fue antes que la gallina. La victoria de Álvarez del Manzano en 1991 y la de Alberto Ruiz-Gallardón en 1995 en ese espejo de todas las Españas que es Madrid fue la antesala de la de José María Aznar a nivel nacional. Y el paseo militar de Díaz Ayuso el 4 de mayo era lo que necesitaba el PP para dar el sorpasso al peor y más inmoral presidente de nuestra historia constitucional.
Y se obró el milagro, vaya si se obró el milagro. Al punto que desde ese martes para la historia las cosas nunca volverían a ser igual. Las encuestas otorgan una ventaja consolidada de Casado sobre Sánchez de más de 30 escaños, excepción hecha de esa malversación de caudales públicos que representan las del prostituido CIS de José Félix Tezanos. Estábamos en ésas, con un Casado mejor que nunca, con un Sánchez que ya no puede salir a la calle por miedo a las pitadas e incluso a una agresión física, y de repente parió la abuela por obra y gracia de un Teodoro García Egea que donde había dicho «Ayuso es la mejor candidata” ahora afirma “en Madrid hay dos líderes consolidados”. Una pullita que se unía al robo del protagonismo a la presidenta en el balcón de Génova 13 en la noche del 4 de mayo y al pertinaz intento de situar por lo civil o por la criminal a la desconocida Ana Camíns en la Presidencia de la regional madrileña.
El por otra parte inteligentísimo García Egea es tal vez el gran responsable de este aquelarre que ha provocado que el todavía presidente del Gobierno esté relamiéndose de gusto en sus aposentos monclovitas. Pero no el único. En el otro bando hay también quien jalea a Díaz Ayuso para que dé antes de tiempo el gran salto a una política nacional en la que, en realidad, está a diario confrontando con un Pedro Sánchez que tiene una obsesión machistoidamente enfermiza con ella.
Que nadie se engañe, ganar a Ayuso un congreso regional es tan difícil como intentar vencer al tenis a Nadal o al golf a Jon Rahm
Pablo Casado, que es el español con más papeletas para ser el próximo presidente del Gobierno, para convertirse en el tipo que nos libre de este infierno socialcomunista, debe tocar a rebato de una vez. Por egoístas razones personales y porque, que nadie se engañe, ganar a Ayuso un congreso regional es tan difícil como intentar vencer al tenis a Rafa Nadal o al golf a Jon Rahm. La inquilina de la Puerta del Sol es ya algo más que una política, es un mito, una celebridad, una rock and roll star en resumidas cuentas. Ella lo definió genialmente el miércoles pasado al llegar en loor de multitudes a un acto en el CEU: “Parezco Britney Spears”. Todos querían tocarla, besarla y hacerse un selfie con ella. Y vencer a un mito es física y metafísicamente imposible. Eso lo saben perfectamente Egea, por eso no entiendo a santo de qué viene esto de tocar los ovarios a la presidenta de la Comunidad, y el político mejor preparado de España, José Luis Martínez-Almeida. Se ha suscitado un debate masoquista y estéril: hasta un niño de cinco años sabe que Ayuso no tendrá rivales y, que si aparecen, arrasará.
A ver si se enteran que el enemigo es Pedro Sánchez. El sujeto que ha pactado con el partido de ese malnacido Henri Parot que asesinó a 39 personas, siete de ellas niños; el indeseable que metió por primera vez en la historia democrática europea a unos comunistas en un Ejecutivo; el socio de los golpistas catalanes; el antipatriota que permite que retiren una bandera española en un acto en el que él participa; el autócrata que restringió salvajemente libertades durante el ilegal estado de alarma y cerró el Parlamento; el tipo que indultó por bastarda conveniencia política a los tejeritos catalanes; el desalmado que ha acercado al País Vasco a todos los multiasesinos etarras y que hace todo lo posible por Fiscalía interpuesta para que los pongan en libertad; el ladrón de doctorados; el iletrado que se está cargando la cultura del esfuerzo en nuestra Educación; el Franquito que intenta asaltar la Justicia; el economista fake que nos ha provocado la mayor caída de PIB desde que existen registros; el responsable de que España fuera el país con mayor número de muertos en la primera ola de la pandemia; el frívolo que permitió ese 8-M que disparó exponencialmente los contagios; y, cómo no, el mayor mentiroso de la historia de la democracia y eso que el nivel estaba muy alto. Y así podría seguir hasta pasado mañana.
El enemigo, pues, es el socio de proetarras, bolivarianos y golpistas, no una Isabel Díaz Ayuso que dio una soberbia lección de gestión al mundo durante la pandemia y cuyas políticas económicas han provocado que en el último trimestre de 2020 Madrid creciera ya al 4,4%, 10 veces más que la media nacional (0,4%) y 11 más que Cataluña (-0,5%) y que de junio a junio el PIB de la región haya engordado un 31% frente al 19% de media nacional.
Si te logran dividir desde fuera, es decir, por acción, malo. Si lo logran por omisión, infinitamente peor. El PP debe permanecer unido so pena de poner en riesgo la tan necesaria como en estos momentos segura victoria de Casado en las generales y otro triunfazo en las municipales y autonómicas de dentro de 20 meses. No hay otra. Con que miren retrospectivamente a su pasado orgánico, a esos infelices años 80, les bastará para determinar que tengo razón. Y, si siguen sin creerme, que repasen El arte de la guerra de Sun Tzu, que hace 2.500 años dio dos consejos que vienen que ni pintados para finiquitar la que se está liando en el PP:
—Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca.
—Si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar al que vayas.
Pues eso: que se dejen de estos putos líos y centren todos sus esfuerzos en ese Pedro Sánchez que es lo peor que nos ha pasado nunca. No está en juego el PP, que también, está en juego España, la España constitucional, nuestras libertades. O sea, todo.
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