¿Drama o vodevil?
No nos referimos en esta ocasión al vodevil protagonizado por la Guardiola extremeña, sino a otro más grave y serio: el insólito putsch (golpe de Estado) protagonizado por Yevgeni Prigozhin, levantando a sus hombres contra Putin, los soldados integrantes del denominado grupo paramilitar Wagner, un ejército privado más propio de la época de los señores feudales de la Edad Media que del siglo XXI en el que vivimos. Ese motín se ha convertido en inesperada noticia mundial en un conflicto bélico que comenzó hace más de dieciséis meses como una «operación militar especial» por parte de Putin contra Ucrania, que se preveía como una guerra relámpago y que lleva camino de eternizarse.
Lo que aparentaba ser una operación para «desnazificar» la región rusófona del Donbás ucraniano y formalizar la anexión de la península de Crimea efectuada en 2014, de facto se ha convertido en una guerra 3.0 entre la OTAN -a la orden de Estados Unidos,- y Rusia, como punta de lanza de un «nuevo orden multipolar» liderado por China al frente de los Brics, acrónimo de las consideradas como las cinco economías emergentes del mundo: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.
Es sabido que Putin desencadenó esa operación inmediatamente después de regresar a Moscú el 24 de febrero del pasado año, procedente de Pekín donde había firmado un Tratado de cooperación bilateral con Xi Jinping calificado de «histórico» por ambas partes. En ese acuerdo se sientan las bases de un nuevo orden geopolítico y de seguridad, como respuesta al Orden surgido del final de la Guerra Fría producido en su primer acto el 9 de noviembre de 1989 con la caída del muro de Berlín, seguido por el segundo, dos años después, el 8 de diciembre de 1991, con la implosión de la URSS desplomándose cual gigantesco castillo de naipes. Aquel previo orden mundial era unipolar y hegemónico por parte de los EEUU y Occidente, y treinta años después, recuperada Rusia del trauma provocado por aquel shock y con China convertida en una auténtica superpotencia dejando atrás su marginal posición anterior, reclaman un tablero geopolítico mundial adecuado a esa nueva realidad.
Circunscribir la guerra en Ucrania a un mero conflicto militar bilateral provocado por Rusia para reivindicar en su flanco europeo su esfera de influencia, es cierto, pero no describe toda la realidad que se está decidiendo militarmente allí. Es un auténtico test global, poniendo a prueba la capacidad y voluntad de respuesta de Occidente liderado por EEUU, con Taiwán como siguiente pieza a mover en ese tablero donde se está jugando la partida por la hegemonía global, con Ucrania como actual víctima propiciatoria. Al desaparecer la URSS en 1991, pareciera que la OTAN, nacida en 1949 como «alianza militar defensiva para hacer frente a la expansión soviética en Europa», estaba llamada a desaparecer o, cuanto menos, a replegarse para adaptarse a la nueva situación creada por la desaparición de su enemigo. En lugar de eso, la OTAN se ha ido desplegando a lo largo de toda la frontera oriental europea con Rusia, incorporando a todos los países -Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, ex Yugoslavia, etc- que formaban parte de su homónima soviética, el Pacto de Varsovia, dándole a Rusia el trato de sucesora de la URSS y virtual enemigo violando compromisos adquiridos con Boris Yeltsin presidente de la Federación Rusa en los años 90. En cuanto a China, el nacimiento en septiembre de 2021 del Aukus, acrónimo de, por sus siglas en inglés, Australia, Reino Unido y Estados Unidos, cual OTAN en el Indopacífico, la impulsó a la firma de ese tratado con Putin.
En este contexto el putsch de Wagner habrá que ver si ha sido una maniobra de diversión como coartada para trasladarlo a Bielorrusia y abrir un nuevo frente contra Kiev en el marco de una gran contraofensiva rusa, o realmente ha sido el canto del cisne de Prigozhin al rebelarse contra el ministro de Defensa de Putin y contra su orden del pasado 10 de junio de poner los efectivos del grupo Wagner al servicio del ejército ruso. En poco tiempo veremos la realidad de lo sucedido que- en apariencia- ha debilitado a Putin.
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