Opinión

El destrozo de la ley del ‘sólo sí es sí’ no se arregla con parches

El parche es una indecencia: para paliar los efectos de la ley del ‘sólo sí es sí’ y el hecho de que 121 agresores sexuales estén ya en libertad, el Gobierno de Pedro Sánchez ofreció a sus víctimas como toda protección una pulsera telemática. Pues bien, cómo será el nivel de confianza de estas mujeres que sólo dos aceptaron este instrumento de protección. La cifra permanece invariable desde el pasado abril, cuando este periódico también se interesó por cuántos dispositivos habían sido instalados ante la incesante cascada de salidas de prisión de estos delincuentes. Lo que viene a confirmar que la medida ideada por el Ministerio de Igualdad para proteger a las víctimas de sus agresores sexuales, ya en libertad, es percibida como una inutilidad superlativa por 119 de las 121 mujeres que se han visto directamente afectadas por las consecuencias del bodrio jurídico del Gobierno.

Instalar estos dispositivos es la única medida que ha articulado Igualdad ante las dramáticas consecuencias de su ley que, según los últimos datos ofrecidos por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), ya ha rebajado la condena a 1.205 agresores sexuales. El pasado diciembre, Igualdad vendió a bombo y platillo un plan para ofrecer a las víctimas dispositivos telemáticos de control -hasta ahora limitados a los casos de violencia de género- para defenderse de sus agresores sexuales, debido a las «excarcelaciones sorpresivas o inesperadas», como las calificó el Gobierno. El fracaso de la medida ha sido absoluto, porque la negativa de las mujeres ante el ofrecimiento del Departamento de Irene Montero responde a su falta absoluta de confianza en una pulsera que no les ofrece seguridad alguna.

La realidad es que la inmensa mayoría de las víctimas de excarcelados por la ley del sólo sí es sí no cuenta actualmente con protección reforzada, ni los agresores, con un mayor control, más allá del seguimiento que puedan hacer las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. No hace falta ser muy sagaz para saber por qué.