El declive de Oriol Junqueras
Estamos asistiendo a un espectáculo fascinante en Cataluña. Bueno, a varios. Porque ya ven que no hay gobierno autonómico. Y el Parlament apenas ha echado a andar. Lo habitual en los últimos meses. Yo diría incluso que años.
Pero me refiero al declive político de Oriol Junqueras. Una de las prima donnas, con permiso de su físico, del proceso. Alguien que podría haber llegado a presidente de la Generalitat.
Lo que pasa es que Mas -y David Madí- le hizo una jugada maestra en el 2015. Se inventaron aquello de la lista del presidente. Una coalición entre CDC y ERC con el nombre de Junts pel Sí. La primera y última hasta ahora.
Si Junqueras hubiera ganado, como pronosticaban todas las encuestas, Mas tendría que haberse ido a casa. Como Montilla en el 2010. No hay precedente de que un presidente de la Generalitat se quede a hacer oposición en caso de derrota. Aragonés ahora también se va a casa.
Ahora el tiempo de Oriol Junqueras en primera línea de la política parece que está llegando a su fin, aunque él se resiste. Le pasa como a los deportistas de élite, los actores o los toreros, que no saben cuando dejarlo.
El pasado sábado fue al consejo nacional del partido y el lunes se difundía un comunicado en el que pedían su relevo. Se enteró por la prensa. No lo mencionaban por su nombre, pero pedían «una renovación general de la cúpula dirigente». A buen entendedor, pocas palabras bastan.
El propio Junqueras había movido pieza con una Carta a la ciudadanía a mediados de mayo. ¡Como Pedro Sánchez con su esposa! Al menos Sánchez es presidente del Gobierno. Junqueras ni eso. Como si a los catalanes que no militan en Esquerra les interese mucho su futuro profesional.
El manifiesto crítico tuvo un éxito apabullante. De hecho, el mismo lunes iban subiendo las adhesiones: 350, 400, 450, 500. Las últimas han sido el presidente de la Generalitat en funciones, Pere Aragonés; y la ex secretaria general, Marta Rovira. Y eso que a ambos los puso él.
Junqueras sólo ha conseguido el apoyo de algunos fieles como el consejero de Interior, Joan Ignasi Elena, un tránsfuga del PSC. O de Gabriel Rufián, líder de ERC en Madrid, que debe ser consciente de que si cae Junqueras, cae él. Y que difícilmente repetirá en el Congreso.
Hasta Raül Romeva y su esposa, Diana Riba, cabeza de lista en las europeas, guardan silencio. No se han adherido al manifiesto, pero el hecho de que tampoco hayan salido en defensa del hasta ahora número uno de ERC es «elocuente» como diría Yolanda Díaz. Entre otras razones, porque Romeva y Junqueras compartieron cuatro años de cárcel.
Por eso, al final Junqueras me va a dar pena hasta a mí, cosa difícil en este caso. La verdad es que lleva trece años manejando el cotarro en Esquerra y, por extensión, en la política catalana. Sin embargo, no ha conseguido ninguno de los objetivos propuestos. Al contrario, ahora piden una «financiación singular», que es lo mismo que pedían al inicio del proceso en el 2010. O incluso con la reforma del Estatut (2005).
Pero el aún líder de facto de ERC no debe entender nada. Cuatro años de prisión para acabar así. No lo quieren ni los suyos. Mientras que Puigdemont, que salió huyendo, se ha salido con la suya. Junqueras siempre tuvo problemas de liderazgo. Ahora le han robado hasta la cartera.
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