Opinión

«Decíamos ayer…» y «seguimos diciendo hoy», también en la guerra

«Decíamos ayer…» es una frase que la tradición atribuye a Fray Luis de León en el siglo XVI al retornar a su cátedra de Teología en la Universidad de Salamanca, tras estar cinco años ausente de la misma por estar encarcelado -hoy diríamos en prisión preventiva- al ser acusado de herejía ante la Inquisición por alguno de sus trabajos. Finalmente fue absuelto, pero el ilustre dominico lo pagó ampliamente, como vemos. Algunos historiadores cuestionan la veracidad de esa tradición, pero cuatro siglos más tarde otro ilustre académico de su Universidad, D. Miguel de Unamuno, hizo suya esa frase al reintegrarse siete años después de haber sido desterrado a Canarias por sus críticas al general durante la dictadura de Primo de Rivera.

Permítanme esta breve digresión literaria para evocar el peligro que todos los medios políticos señalaban unánimemente como el más grave que pendía sobre el mundo al cierre del pasado año, y que sigue siendo el mismo con el que comenzamos el actual. «Decíamos ayer…» y «seguimos diciendo hoy». Se trata del riesgo de una nueva conflagración mundial tras la matanza de civiles israelíes por Hamás el pasado 7 de octubre. Ignoramos si los terroristas chiítas vinculados al régimen islámico iraní eligieron esa fecha conociendo que es la de la histórica batalla de Lepanto, que significó la mayor derrota del imperio otomano en su intento de convertir a la otrora cristiandad en un bastión musulmán, pero en ese ámbito no suele haber «casualidades». En cualquier caso, desde ese día la amenaza de una guerra -que en Ucrania había pasado a un segundo plano informativo- está más presente que nunca.

El atentado en Líbano de la semana pasada que acabó con la vida de Al-Aruri, número dos de Hamás, tiene todos los visos de ser obra del Mossad, que estaría desarrollando una estrategia de eliminación uno a uno de la dirigencia de esa organización, emulando la estrategia diseñada contra los terroristas palestinos de los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972. Estos mismos días, todas las alarmas se encendieron también durante unas horas ante el doble atentado -ocasionando más de 90 víctimas mortales- entre la población congregada en la localidad iraní de Kerman para recordar en su ciudad natal a su héroe militar, el general Soleimani, ejecutado por un dron estadounidense el 3 de enero de 2020 durante una visita a Bagdad.

Comenzar 2024 con esos dos atentados tan relevantes nos aproxima a una realidad tan grave como para que el secretario de Estado Blinken haya efectuado su cuarta visita a la zona en los escasos tres meses transcurridos desde el pasado 7 de octubre, al igual que Josep Borrell, su homónimo de la UE. El comunicado del ISIS sunita reivindicando la autoría de la masacre de Kerman contra su enemigo chiíta atemperó la agitación causada, que ya miraba hacia Israel como responsable, lo que podía haber desencadenado una escalada incontrolable de la situación bélica.

En todo caso, lo que no se puede soslayar en el diagnóstico de la situación es que el mundo se encuentra en una coyuntura que se creía superada desde que el orden geopolítico mundial surgido en 1945 dio paso a una total hegemonía occidental liderada por los Estados Unidos a partir de 1992, tras la implosión de la URSS el 8 de diciembre de 1991. Llevado de su optimismo, Francis Fukuyama acuñó con el título de un libro suyo un sentimiento que estaba muy presente entonces: El fin de la Historia. Obviamente, creyendo que esta había terminado con el triunfo de los valores políticos y económicos occidentales; es decir, la democracia liberal y parlamentaria y la economía capitalista. No debía transcurrir mucho tiempo para aterrizar en la realidad con el atentado del 11-S diez años después. Hoy China ha tomado el relevo de la URSS y la alianza de los BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica-, a los que se acercan los países del Golfo entre otros, indica que ese anterior orden hegemónico occidental ya no existe, y ahora se dirime el nuevo. En Oriente próximo y en Ucrania por enemigos interpuestos. «Decíamos ayer…» y «seguimos diciendo hoy». De momento.