Opinión

Cuando el multilateralismo se vuelve antidemocrático

Vincular multilateralismo con democracia, libertad y otra clase de bondades es un argumento falaz. Tradicionalmente esa ha sido la estrategia seguida en los últimos 75 años por muchos dirigentes de organizaciones internacionales creadas desde Occidente como antítesis de las fórmulas unilaterales o bilaterales. Y esa ha sido la máxima imperante entre muchos dirigentes políticos europeos que pretenden hacernos creer aún que todo lo que emana de Bruselas representa el cenit de la expresión de la libertad y los derechos. Bueno sí, los derechos que unos pocos, quien mandan, se auto conceden para obviar la opinión de la mayoría de los individuos.

El Brexit es un ejemplo de ello. La voluntad del pueblo británico expresada en el referéndum de hace casi tres años manifestó su deseo de salirse de la UE. Theresa May y la Comisión Europea, presidida por Jean-Claude Juncker, alcanzaron un acuerdo a finales del pasado año. Dicho acuerdo fue refrendado por los estados miembros, pero sin ser sometido a ninguna clase de escrutinio público. Primera bofetada a la democracia de las autoridades comunitarias. La gran mayoría de la ciudadanía europea desconoce lo que se negoció y qué consecuencias podía tener en sus vidas, pero nos quisieron hacer creer que era un buen tratado porque lo habían consensuado los estados miembros. Eso sí, a espaldas de cada uno de nosotros. Y ahí es donde reside uno de los grandes fallos del multilateralismo que agrandan el euroescepticismo.

El pueblo británico se ha expresado varias veces a través de sus representantes parlamentarios oponiéndose a lo que considera un mal acuerdo para sus intereses nacionales. ¿A cuántos de nosotros nos han preguntado, como españoles o de otras nacionalidades, si estábamos conformes con lo que Juncker y May acordaron en noviembre? Fue y sigue siendo inaceptable un tratado donde los intereses españoles sobre Gibraltar quedaron supeditados a pactos multilaterales, en donde la opinión de un estonio se hacía tan válida como la del ministro de Exteriores español o la del propio presidente del Gobierno. Todo un regalo de Pedro Sánchez a la teoría del globalismo que pretende precisamente silenciar la voz individual de la ciudadanía en favor del multilateralismo y de organizaciones internacionales que ya se encargan de decidir por cada uno de nosotros. ¿Alguien puede imaginar que Francia o Alemania consentiría que cualquier riesgo a su soberanía como estados iba a dejarse en manos de terceros países? El mismo obsequio a la teoría del globalismo lo hecho Juncker con el acuerdo del Brexit al decir que el acuerdo actual era el únicamente posible.  Grave error. La UE ni empieza ni acaba en él. El mandato del presidente de origen luxemburgués termina en junio y después habrá otra Comisión Europea y otro Parlamento Europeo que posiblemente buscarán nuevas vías de entendimiento con los británicos si se decide, como parece previsible, retrasar la aplicación del Art. 50.

El multilateralismo no puede crear ya más ‘patentes de corso’ inamovibles y opacas, a espaldas de la ciudadanía. Esa es precisamente, en mi opinión, la clave de las próximas elecciones europeas. No se trata de como Pedro Sánchez afirma un dilema entre el sentido común, el espíritu de acuerdo y el pacto, para referirse al multilateralismo, frente a la opción que representa todo lo contrario. El consenso al que Sánchez se refiere pasa por alto el exigible ejercicio de rendir cuentas a la ciudadanía, hacer mayor pedagogía y defender los intereses de cada país. Las encuestas apuntan que en las próximas elecciones europeas habrá un verdadero castigo de los votantes al multilateralismo que pregonan los globalistas porque los ciudadanos defienden ser más escuchados y que sus sensibilidades sean atendidas. Por todo ello, Theresa May pasará a la historia como una nefasta dirigente política, incapaz de no saber irse a tiempo, después de una derrota tras otra, pero Juncker pasará a la historia como un calamitoso presidente de la Comisión Europea, incapaz de ganarse los corazones de la ciudadanía de toda Europa y agrandar la brecha entre el multilateralismo y la democracia.