Cuando la inclusión excluye

Fraser

El pasado domingo el actor Brendan Fraser, el sex simbol de películas de los años 90, tan comerciales como George de la jungla y La Momia, ganó el Oscar al mejor actor. Sin embargo, su premio en nada se debió a su otrora figura atlética o sus grandes ojos azules. No. El premio se otorgó por su papel en The Whale (La Ballena), que cuenta la historia de un profesor con obesidad, lo que le provoca grandes problemas de salud, y que prefiere no tratar, para no gastar el dinero que pretende dejarle a su hija tras su muerte.

Desde que la película comenzó a circular, no ha parado de recibir reconocimientos, y su actor ha ganado ya premios tan prestigiosos como el Golden Globe y los Critics Awards. Y aunque la actuación de Fraser es grandiosa, creo que lo más impactante es cómo Aronofsky, el director, logra poner el dedo en la llaga en algunos de los males contemporáneos: la fast food, la obesidad, la soledad, el individualismo, el rechazo, y la crisis de identidad.

La actuación es tan magistral, que, por momentos, vives la angustia del actor al tratar de caminar y no poder hacerlo. Es imposible no sentir empatía o compasión, y es tanto el choque visual, que te lleva a reflexionar sobre este problema. Y creo que utilizar una herramienta tan universal como el cine, para visibilizar temas tan extremadamente complejos como el del sobrepeso, es más que urgente.

No obstante, muchas personas están en contra de la película. ¿Y sabéis quiénes son? Los mismos colectivos que exigen diversidad en los cánones de belleza. En efecto, algunos colectivos han acusado a Fraser de «apropiación cultural», en este caso especialmente de «apropiación de grasas». Esto quiere decir que un actor no obeso ha realizado el papel de un obeso.

La polémica ha ido tan lejos, que incluso una marca como Dove publicó un tweet con el siguiente mensaje: «Dejen de dar premios a trajes gordos. Queremos mejor representación en Hollywood».

Y la paradoja de todo esto es que, mientras ciertos colectivos exigen un cambio en el paradigma de la belleza reinante en redes sociales, y se pide más inclusión de personas con diferentes tipos de tallas, razas y bellezas, resulta que, cuando hay una película como La Ballena, que nos muestra abiertamente este problema, estos mismos colectivos critican el premio porque el actor no era obeso.

Las mismas acusaciones de apropiación cultural las vivieron la poeta blanca Marieke Lucas, por traducir a la poeta negra Amanda Gorman, y la actriz Scarlett Johansson, por interpretar a una asiática en la película Ghost in the Shell. Y la lista continúa…

Que vivamos una época en la que se busque generar inclusión, en minorías que culturalmente han sido maltratadas y marginadas, me parece un gran ejercicio de tolerancia, respeto y reivindicación identitaria. Pero que esos mismos colectivos ataquen a un actor, no porque no haya hecho bien su trabajo, sino porque no era obeso, me parece de una simpleza mental grave. ¿Acaso estos colectivos no saben que un actor se ha preparado durante años para asumir el rol de un personaje? Ése es su trabajo.

Es tan frívolo esta clase de pensamiento, que si aceptáramos la lógica de estos colectivos, resulta que, por ejemplo, el papel de una mujer latinoamericana solo podría hacerlo alguien con ese origen. ¿Acaso eso no es perpetuar el sesgo? Valdría la pena recordar que la función de los guetos era precisamente esa, excluir a los que eran diferentes.

Lo más paradójico del tema es que aquellos que exigen representación e inclusión en la sociedad (más bien en twitter) actúan de la misma forma en que han sido maltratados, es decir, excluyendo.

Y pretender ser incluidos, desde la exclusión tiene un nombre: falacia.

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