Cuando la distinción se convierte en una afrenta lo digno es rechazarla
Hay distinciones que se convierten en una afrenta cuando entre los galardonados hay personas que no son merecedoras de las mismas, como es el caso de José Luis Rodríguez Zapatero, a quien el Gobierno de Pedro Sánchez le ha entregado la gran cruz de la Orden de San Raimundo de Peñafort, conocida como la Raimunda. La distinción se entrega a personas que hayan hecho gala de relevantes méritos en la Administración de la Justicia, el cultivo y aplicación del estudio del derecho en todas sus ramas o los servicios prestados en actividades jurídicas dependientes del Ministerio de Justicia.
Parece obvio que en la figura de Zapatero no se concitan méritos ni servicios vinculados al mundo jurídico, como tampoco se dan en el que fuera ex concejal socialista madrileño y secretario de Movimientos Sociales del PSM-PSOE Pedro Zerolo, ya fallecido, premiado a título póstumo. Dicho esto con todos los respetos, porque una cosa no está reñida con la otra. Ni Zapatero ni Zerolo se caracterizaron nunca por sus méritos en la Administración de la Justicia, ni fueron referentes en el estudio del derecho, ni prestaron servicios en actividades del Ministerio de Justicia. Por tanto, distinguirles con dicho galardón es una afrenta para aquellos que sí acumulan méritos, dedicación y entrega en la materia.
Esa es la razón por la que los ex magistrado del Tribunal Supremo Antonio Salas y Javier Borrego, de dilatada trayectoria profesional al servicio de la Administración de Justicia han rechazado la cruz, porque para ambos la concesión a Zapatero y Zerolo resulta inmerecida y, en consecuencia, ya no supone para ellos un honor ostentar el galardón. Con el agravio añadido de que a los políticos socialistas se les concede la gran cruz y a quienes han dedicado 43 y 49 años al servicio de la justicia se les otorga la cruz, un grado menor.
El pasado viernes, el ministro de Justicia, Félix Bolaños, entregó la distinción a Zapatero y, a título póstumo, al activista LGTBI, jurista y político socialista Pedro Zerolo, cuyo galardón fue recogido por la presidenta de la fundación que lleva su nombre, Luisa Estévez. No es una pataleta rechazar la distinción, sino una reconfortante demostración de dignidad frente a la afrenta.
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