Opinión

‘Consummatum est’ la fechoría

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Ahora en el caso Begoña es ella, la señora de todo un presidente del Gobierno, quien valiéndose de su situación marital, ha perpetrado durante los seis años que lleva aposentada en La Moncloa toda serie de trapisondas para, presuntamente, beneficiarse académicamente, no está probado que también de forma económica y, de paso, hacer lo mismo con sus múltiples conmilitones, desde los irados más indecorosos a los dueños de aerolíneas.

Es Begoña Gómez quien ha estado repartiendo regalías, y su esposo, en el más estricto sentido del término, quien, por lo menos -eso queda por probar- otorgaba o, por lo más colaboraba en las fechorías. Es así de elemental: ¿o alguien duda de que el rendido enamorado Sánchez Pérez-Castejón, no conocía con pelos y señales -las que le llegaba unívocamente de fuera- todos los entresijos de las maniobras orquestales en la oscuridad de su señora?

Como diría un castizo: «¿Estamos tontos o qué?». Pues no lo estamos. Es tan abrumador el contingente de informaciones que implican a la señora Gómez que, por mucho que sus medios afectos, los que ignoran el escándalo, se ocupen de disfrazarlo, ya el país entero tiene la conciencia de que la esposa ha practicado el vulgar aprovechategui. Suena mal, pero lo que significa es peor. En este mismo jueves en que el Congreso aprobaba la bochornosa e inconstitucional Ley de Amnistía, conocíamos la enésima entrega de los negocios de la consorte.

Esto no se va a quedar aquí: casi todos los responsables mediáticos se la están cogiendo con papel de fumar para no caer en algún desaguisado que destroce la labor de investigación que lleva acorralando a la cónyuge en los dos últimos meses. De ahí, la prudencia, la certeza de que nadie ha cometido resbalón alguno; es más, cuando se ha avanzado una noticia como, por ejemplo, la condición de investigada de doña Begoña los únicos que han dudado de su autenticidad son los soldados de fortuna (digo bien) de Moncloa, el resto del país se lo ha creído a pies juntillas, sobre todo por una razón: porque sabe que con Sánchez y con su entorno todo es posible, no hay tropelía que les resulte ajena.

Si hay que colocar algún pero al trabajo de los periodistas que gastan suelo y teléfono en la investigación de este descomunal caso de corrupción, es que aún no han dado el paso de residenciar en Pedro Sánchez la autoría, por activa o por pasiva, de este desafuero ilegal. No; el caso es de Sánchez, su esposa, actriz principal de este reparto, puede ser también una artista invitada o una colaboradora eficaz e imprescindible que se aprovecha de su condición para perpetrar presuntos -aún- ilícitos de los que ya sabemos sólo una parte.

Sólo una parte porque este cronista le tiene escuchado a un periodista del caso que «todavía no conocemos más que un 20 por ciento de lo que ha trajinado esta señora». O sea, que se ate los machos esta pareja de la que, por lo demás, ya avanzo lo siguiente: el marido está ahora mismo en una situación de resistencia activa mucho más decidida de lo que pudo estar (yo no me lo creo) hace un mes cuando se dio a la literatura de Sautier Casaseca, el autor de las grandes tragedias radiofónicas de los cincuenta. Un desahogo sin parangón en el Universo Mundo.

No tiene el personaje -nos estamos cansando de repetirlo- límite, ni contención alguna. Había que ver con qué sonrisa desafiante, gansteril, penetró este jueves en el Parlamento después de haberlo desairado sin acudir al debate sobre la repulsiva Ley de Amnistía? ¡Qué falta de decoro institucional! ¡Qué cobardía la de este bravucón de opereta bufa! Consummatun est la fechoría.

A la salida de esa vergonzosa sesión de un Parlamento convertido en el recinto de una pelea de malhechores, llamaba al cronista un diputado obseso de las buenas formas y también de las conclusiones con vocación histórica, para comunicarme su parecer. «Consummatum est -me decía- estamos ante la consumación de un gran desastre».

Y él, un fenómeno del revival, añadía: «En este hemiciclo, las Cortes de Franco se hicieron el haraquiri, en este hemiciclo las Cortes, en su decimocuarta legislatura, han sentenciado la muerte de la democracia tal y como la concebimos en el 1978». ¿Es exagerada la apreciación?; no Feijóo, en su estupendo discurso de este jueves, vino a declarar cosa parecida en la certeza, además, de que ahora más que nunca Sánchez se va a aferrar al chantaje de los siete votos separatistas para detentar (escribo «detentar» en su acepción más pura) el mando de la Moncloa.

¿Puede impedir su propósito de permanencia en el Gobierno el caso Sánchez-Begoña? Seamos realistas y pesimistas: dado de cómo de complaciente se las gasta este país con los más preclaros granujas, casi que, como Dante: «Perded toda esperanza». La probabilidad de que Sánchez  sea declarado culpable en connivencia marital con una pícara, es aún muy chiquitita. Sobre todo, porque el país (el PSOE goza de un 30 por ciento de preferencia) o no es consciente de lo que le está ocurriendo o sencillamente le importa una higa. Apuesto por esta segunda y nefasta posibilidad.