El club que guardaba silencio
El más evidente es el ejemplo del Atlético. Lo dijo el propio Simeone. En medio de la peor crisis de la temporada el club tomó las riendas y reunió a todas las partes. Al entrenador por una, a los capitanes por otra y luego, cuando supo qué opinaba la plantilla y qué opinaba el cuerpo técnico, se vio las caras con todo el vestuario. El resultado es que desde entonces el equipo no ha hecho más que ganar.
Tras la derrota en Vigo cabía esperar un movimiento similar por parte del Mallorca. Nada extraordinario. Simplemente lo que hacen todos los clubes del mundo en los momentos difíciles: arropar a sus futbolistas, arropar a su entrenador o, si lo creen conveniente, tomar medidas drásticas. Hacer algo, en definitiva. Demostrar que están vivos, que tienen alma. Hemos llegado al miércoles y ni una sola palabra del club. Apenas hoy, en el entrenamiento, el director deportivo Pablo Ortells, que no destaca precisamente por su locuacidad, les ha animado «a seguir hacia adelante». La propiedad, a todo esto, sigue desaparecida.
El Mallorca fue objeto de una campaña nacional cuando el penalty de Ledesma. El club guardó silencio; a Galarreta lo enviaron al quirófano en una jugada que a su agresor no le ha supuesto ni un partido de sanción. El club guardó silencio; al entrenador lo expulsaron y lo sancionaron con dos encuentros por una jugada en la que se limitó a pedir tarjeta amarilla sin faltar a nadie (esta misma jornada hemos visto a Bordalás protestando de forma airada y ni siquiera le han amonestado). El club guardó silencio; Consell y Ayuntamiento de Palma le denegaron la licencia para construir la residencia de jugadores en Son Bibiloni. El club guardó silencio; el equipo sumó el domingo su cuarta derrota consecutiva y está a dos puntos del descenso. El club ha guardado silencio.
El Mallorca es hoy por hoy un club sin ningún arraigo, sin ningún sentimiento. No hay presidente, no hay representación institucional, no hay nadie que pueda bajar al vestuario a pedir un esfuerzo a los jugadores, no hay nadie que pueda levantar la voz para protestar por una injusticia. Es un club sin alma, un caso único en el mundo. Nadie felicita a los jugadores cuando ganan. Nadie les aprieta cuando pierden. Ni a ellos ni al entrenador.
¿Por qué conservan Sarver y Kohlberg una propiedad de la que se desentienden? No le encuentro explicación, pero tampoco entiendo por qué compraron el club, y han pasado ya seis años. Y, sí, lo han saneado económicamente y eso es de agradecer, pero a cambio le han arrebatado el alma y el espíritu. Y eso ya no me gusta tanto.
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