Opinión

Chapuzas Irene

Estos últimos días, a raíz de la aprobación en el Consejo de Ministros del Anteproyecto de Ley Trans, ha circulado en las redes un video con la secuencia de la película La vida de Brian en la que John Cleese explica a Eric Idle que de nada sirve que le reconozcan su derecho a tener hijos si realmente no puede tenerlos. Lo que los Monty Python son capaces de explicar de forma tan magistral los progresistas podemitas no son capaces de entenderlo; hay cosas que son como son y no se pueden cambiar, por muy progresista que se sea o por mucha voluntad política que se tenga. Sin embargo, la biología, las limitaciones de la medicina o la propia naturaleza no son realidades que estos personajes de la izquierda, en su insólito auto agrandamiento, no se atrevan a intentar soslayar a su antojo.

La secuencia de la citada película, como referencia jocosa de algo que ocurre hace dos mil años, nos permite entender que las disforias de género y las diferentes orientaciones sexuales son cosas muy serias con las que convive el ser humano desde siempre. ¿Qué cómo se han enfrentado? La civilización judeo-cristiana nos ha traído hasta aquí mejor que a otros; el derecho romano (que es la base regulatoria de las relaciones sociales en nuestro hemisferio), las instituciones cristianas, las codificaciones y las declaraciones de derechos desde la Edad Moderna han articulado el ordenamiento jurídico y social a partir de un derecho natural, que grandes filósofos, juristas, científicos y sociólogos han ido interpretando para moderar nuestra convivencia. Pues bien, toda esta construcción moral, legal, e incluso lógica, se atreven a cuestionarla y modificarla con soluciones simplistas que se basan en una burda ideología.

Lo que consiguen es que la gente reaccione con descreimiento y con burla ante un problema real, que afecta a un grupo de conciudadanos y que debe ser resuelto con nuestras leyes de protección de derechos y, cuando proceda, con apoyos psicológicos o intervenciones médicas, y no con regulaciones particularísimas (que serían interminables ya que cada orientación sexual va a requerir una distinta) que serán de facto inaplicables. Contribuyendo además, como en la secuencia de la película referida, a desenfocarnos del problema.

Y a los propios afectados les están engañando y, sobre todo a muchos de ellos que son jóvenes, les van a generar frustración haciéndoles creer que van a conseguir objetivos imposibles y ocultándoles consecuencias indeseadas. Porque, claro que sigue existiendo discriminación a las personas con disforia o con orientaciones sexuales diferentes a la heterosexualidad, pero, en su absurdo iluminismo, hacen un reduccionismo interesado del problema y pretenden combatirla otorgándoles unos estrambóticos derechos (especialmente a los pseudo géneros) y obligando a una organización de la convivencia (en colegios, baños y vestuarios o lugares públicos) completamente absurda.

En fin, que este Anteproyecto, como todo lo que toca Irene Montero, es pura filfa, e invitaría a tomárselo en cachondeo si no fuera porque se van a gastar nuestros escasos recursos y van a adoctrinar a nuestros hijos con una visión sectaria e ideológica, aborregando a una sociedad que ya tiene demostrada su poca capacidad para el discernimiento inteligente.

Y, por supuesto, que aprovechan para señalar unos culpables: la familia, la Iglesia católica, el patriarcado capitalista y, obviamente, la derecha. Y así, en base a esta nueva pseudo moral políticamente correcta revisan la historia, estigmatizan a quien les parece y, al modo de los talibanes, la propia creación artística. ¡Ya sabemos cómo las gastan!

Así que antes de que sea delito, y únicamente para ridiculizar su aproximación a un problema tan serio, me permito recordar el relato cómico que contaba que María José Grande Deltronco, antes Josemari Deltronco Grande, consiguió por fin cumplir su sueño de ser monja de clausura, ingresando en un convento de las carmelitas descalzas. Fue justo el año antes de que milagrosamente todas las novicias tuvieran descendencia.