Opinión

Cargarse la democracia es de izquierdas

Consumada la traición, explicada la felonía por el consigliere del felón, toca ahondar en las consecuencias. El pacto entre corruptos acaba por desmembrar el Estado de Derecho, a expensas de la resistencia que el Tribunal Supremo oponga, con la honorable aportación de ciertos miembros de la Policía y Guardia Civil y de esa ciudadanía aún no anestesiada por la toxicidad bolivariana del Gobierno menos democrático que ha tenido España desde Franco. Ya nada será como antes, y de esta mancha no saldrá España limpia, ni ahora, y ya veremos si en el futuro. El Gobierno del PSOE ha legalizado la corrupción y elevado la delincuencia a los altares de la ignominia política como ningún país ha conocido, salvo las repúblicas cocoteras donde anidan Zapatero y Garzón.

Bolaños santificó el acuerdo entre delincuentes, satisfecho en su salsa de Rasputín ególatra, correveidile y mandado del sumo sacerdote, como Ribbentrop firmando con Mólotov el acuerdo de no agresión entre nazis y soviéticos. La entente felona, que así llamaremos a la traición, consagra la delincuencia como un derecho en el nuevo diccionario sanchista de resistencia y proclama que ser honrado y honesto en la España de Sánchez raya la idiocia, cuando la fechoría y el mangoneo es recompensado y perdonado. El golpismo es, a partir de hoy, una conquista del progresismo, como la malversación, el fraude y el saqueo. Si el lenguaje define la realidad política, el sanchismo está incubando un nuevo vocabulario moral de detritus insuperable.

Lo penoso del asunto es que empieza a ser categórica esta costumbre del PSOE por intentar cargarse la democracia. Cuando se van a cumplir veinte años del mayor atentado terrorista sufrido por España y, por tanto, de prescribir las acciones y delitos que contribuyeron a llevar al PSOE al poder (quién, cómo y por qué siguen siendo preguntas de trivial periodístico), el socialismo que gobierna replica los episodios más oscuros de su historia.

Lo que ha hecho con Puigdemont no es la primera vez que lo hace. Ya lo aplicó con Companys en la República del Frente Popular. El dinero que se llevaron de los EREs o ahora con la trama de las mascarillas ya lo robaron antes saqueando el oro del Banco de España en plena Guerra Civil o décadas después, con los millones de la Guardia Civil que se llevó Roldán. Lo de negociar prebendas con el separatismo, como hace ahora Sánchez con todo lo que le sobrevuela, ya lo practicaron en 1934, cuando negociaron estatutos soberanistas con el lehendakari Aguirre. Insultar, menospreciar y desear el mal a la oposición ya lo repitieron con fruición los socialistas cuando Pablo Iglesias amenazó de muerte a Antonio Maura en tribuna parlamentaria a principios de siglo. Esconder el terrorismo como hace ahora con los herederos de ETA ya lo hizo el PSOE creando el terrorismo de Estado para combatir, precisamente, a ETA.

La historia, cíclica y caprichosa, en el PSOE es repetitiva y ansiosa, pues siempre aplica los mismos patrones de conducta e idénticos métodos de propaganda. Puigdemont y su banda son una nota a pie de página al perverso pasado de traiciones y deslealtades del partido que peor ha servido a los intereses de España desde su fundación.

Tras numerosas décadas vendiendo la milonga de la honradez y el cuento de la honestidad, la realidad vuelve a demostrar que lo que le pone realmente al PSOE es todo lo contrario: usar la democracia para llegar al poder, manosearla para conseguir sus propósitos, utilizarla para perpetuar sus fines, y finalmente cargársela para eternizarse en la poltrona. La Ley de Amnistía será un referente mundial (Félix dixit) para todo aquel que vote a la izquierda y ama el socialismo, es decir, aquellos que detestan la libertad con la misma intensidad con la que escupen en su amada igualdad.