Opinión

La calle del adiós

Lo escribió Antonio Machado, el poeta, y muchos años más tarde lo cantó Joan Manuel Serrat: «Todo llega y todo pasa, pero lo nuestro es pasar» y Rafa Nadal ha pasado de la historia a la leyenda surcando su propio camino al andar. «Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar».

El morbo de su retirada de las pistas ha inundado las redes sociales y casi todos los medios de comunicación durante los dos últimos años de los veinte que ha prolongado su carrera. De hecho le han cortado la coleta cada dos por tres, nunca sabremos si en busca de la primicia imposible o la exclusiva comprada. La andadura de unos, si destaca, siempre es el agosto de otros.

Lo que ha sido, es, ha representado y representa Rafael Nadal Parera, no necesita altiveces que su modestia innata desprecia. Soslayaremos pues los datos de archivo numéricos, reservados a aquellos que visiten o se hayan acercado al museo de su Academia. Particularmente me sorprende no gratamente que la infinidad de glosadores de sus ejemplares virtudes, nunca hayan intentado imitarlas. Eso era más fácil que «pasar la pelota por encima de la red», algo complicado para su entrenador, Toni, dado a impartir las clases de vida que su sobrino explicaba con mano de hierro y raqueta de seda.

Oiremos hablar de Rafa más allá de su despedida formal desde Málaga en la Copa Davis. Quizás en los campos de golf. O no. ¡Quién sabe! Echaremos de menos sus retos en la tierra batida, mimada por Puigserver, sobre la hierba de Wimbledon o el material sintético de las pistas americanas y si queremos saber más allá de su imagen, si nos interesa algo de lo que esconde su alma, tal vez nos veamos en la necesidad de acudir a Joan Forcades, su discretísimo preparador físico siempre en la sombra, que no a su sombra.

«Perder no es mi enemigo, el miedo a perder es mi enemigo», no lo dijo ningún poeta, sino un deportista: Rafa Nadal. A ver quién es el guapo que puede decir lo mismo.