Opinión

Cabezazo histórico rumbo a lo desconocido

El lewisnkyano cabezazo de un primer ministro español, esto es lo que concede importancia al gesto, ante la bandera regional catalana -sometida por mero imperio protocolario a la nacional española- es mucho más descriptible de lo que está ocurriendo en los braserillos de todas esas soflamas (algunas realmente ridículas) que la empresa (PSOE/UP/ERC) imparte a destajo en la Ser, El País, y algún panfletillo al uso.

Escribo cabezazo genuflexo del primer ministro o presidente del Gobierno si lo prefieren, ante el que parecía su homólogo, Pere Aragonès -cuya familia sirvió con fruición al general Franco y su régimen (estas cosas resultan inevitable por somero ADN). ¿Desconoce el señor de la Moncloa que su anfitrión en el Palau de la Generalitat persigue derribar la nación de la que él es primer ejecutivo y ante la que juró luchar por su permanencia? Obviamente, no.

Si realmente lo que persiguiera Sánchez es acabar con un problema muy gordo, anquilosado durante siglos, entre el pueblo catalán y el resto de los pueblos que integran históricamente España, habría que concederle al menos la duda. Diálogo, todo. Buena voluntad, faltaría. Moderación, a raudales. Ansias de normalizar de una vez por todas un asunto que viene lastrando desde hace una década no sólo la convivencia española, sino también su propio futuro económico y social.

¿Sobre qué bases se establece ese diálogo? Ninguna por dispares. Los mismos interlocutores que intentaron dar un golpe de Estado en la cuarta potencia de Europa, esos que acusan al resto de los españoles de esquilmarles y de sometimiento, son los mismos que humillan, desprecian, persiguen y acusan a una mayoría de catalanes que no piensan como ellos, esto es, que desean compatibilizar (que es lo más lógico dentro de la dinámica histórica) su naturaleza catalana con la otra española. O viceversa.

Al grano. Este asunto empieza a ser muy cansino para más de 37 millones de españoles que entiende de una Europa cada vez más unida y un mundo cada vez más globalizado y empequeñecido. Sánchez se aviene y presta tales gestos -otros más gordos, como los indultos a golpistas contra la voluntad del Tribunal Supremo- porque sabe que si los independentistas catalanes ahora en el poder regional deciden retirarle su apoyo parlamentario caerá como un mal souflé. Aún así, debería extremar el cuidado en no ofender a la otra parte, cosa que hasta el momento parece importarle una higa.

Ese cabezazo le perseguirá mientras viva, algo así, salvando todas las circunstancias y distancias, of course, como aquella foto del mariscal Pétain firmando la rendición ante los nazis camino del régimen de Vichy. Lo que le piden -amnistía, autodeterminación e independencia- sabe que es algo que nunca podrá dar.

No le vendría mal al señor presidente recordar aquel memorable alegato en Westminster de Churchill cuando se oponía virulentamente a la rendición que pretendía su par Chamberlain.

-Aquel que se humilla para evitar una guerra, al final, tiene humillación y guerra”.

Hay una cuestión que nadie podrá discutir en el jefe del Gobierno: osadía. Un campeón.