Opinión

¡Bravo Carvajal! Pionero de la resistencia antisanchista

Dani Carvajal, uno de los mejores futbolistas del mundo según se ha acreditado en la pasada Eurocopa, hombre con la cabeza tan bien amueblada que le vale lo mismo para expresarse con enorme corrección cultural, que para rematar en el área contraria ante bigardos de casi dos metros, ejecutó el pasado lunes un acto que ahora mismo, créanme, envidian no menos de diez millones de españoles, eso tirando por lo bajo.

No tuvo otro remedio, Dani Carvajal, que saludar al pérfido presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, porque al fin y al cabo esta Federación del inhabilitado Rocha, le representa como integrante que es de la Selección. Lo hizo, saludó obligado por las circunstancias, pero en lo que pudo le propinó al marido de Begoña un desdén de los que marcan época. Su actitud ha recibido tres clases de respuestas: una, la antedicha, la del común de los compatriotas que sueñan recurrentemente todas las noches con arrearle un zurriagazo a Sánchez en su precioso tafanario; otra, la de los cómplices del sujeto en cuestión que habitualmente no es que le saluden sin remilgos cuando el caso lo requiere, sino que se postran de hinojos ante él como si estuvieran en presencia de Santiago Apóstol, patrón de la España que el sujeto aborrece; la tercera es la de los bienquedas, esos melifluos voceros que han afeado la conducta a Carvajal porque eso no se le hace a la gran autoridad del país; «yo -dicen estos muchachos/as no me comportaría de esta guisa porque se trata del jefe político de la Nación, al margen de si nos causa afección o desafección». La sentencia se ha escuchado en una cadena de radio de las que siempre acogen a algún- personaje del «no…pero». Son tan educados como pastosos ellos.

Pero vamos al grano: los futbolistas de este momento, son comprobadamente como todos nosotros, tipos que piensan, sienten, padecen y disfrutan, eso sí, con más dinero que cualquiera, entre otras cosas porque el bendito mercado lo permite. Ya no se asemejan en casi nada a aquellos antiguos deportistas que difícilmente farfullaban las primeras letras. A uno de estos especímenes de la antigüedad del Siglo XX le llamó en una ocasión pintada don Santiago Bernabéu y le ordenó: «Mañana te vas a ver a Fulano (omito su apellido) y que te enseñe a leer bien, por lo menos así te enterarás de lo que firmas en el contrato». Así era el presidente del Real: a uno le enviaba a cantar en el Catón y a otro, al gran Manolo Velázquez, le comunicaba que «te casas el sábado en Málaga». Nada que ver los de ahora con aquellos chicotes huérfanos de toda cultura. Algunos tienen títulos universitarios o están en persecución de ellos y razonan con sindéresis y hasta brillantez como hace, de común, Dani Carvajal. Desde luego, ninguno de ellos han falsificado su curriculum para llegar al culmen, la selección nacional de nuestro fútbol.

Aquí, en España, ha asombrado que el nuevo ídolo de las masas madridistas, Mbappé, posea ideas políticas -como también Tchuaméni- y que además las exponga con total libertad y bajo su estricta responsabilidad. Otra cosa es, naturalmente, que sus apuestas preferentes sean siempre sensatas o medianamente aceptables. Los futbolistas, como los maestros armeros, digo yo, guardan en sí mismos todo el derecho a transpirar dialécticamente lo que les venga en gana, fuera del sufrido y manido tópico postpartido: «Para mí no ha sido penalti, pero aquí el que manda es el árbitro». Es más, albergo la postura de que, como referentes sociales que sin duda son, tienen que utilizar con más frecuencia su libertad de expresión. Si lo hace el agreste Patxi López, ¿por qué no ellos? Este postulado se lo aplica el cronista a individuos tan polémicos como Gerard Piqué -ya en desuso de su fiebre independentista- e incluso al mítico Chopo Iribar, firme adalid de la batasuneria más conspicua, pero alejado, claro está, de la defensa a los etarras. Hasta esos pueden y deben hablar y mostrar sus preferencias siempre y cuando no acudan al fácil recurso del insulto. Están en su derecho de mantener sus gestos y sus palabras.

De forma que la actitud protagonizada por Carvajal puede resultar el primer episodio embrionario de lo que a partir de ahora se debe convertir en la resistencia social y pública al más traidor a la Patria (lo escribo así) de todos los gobernantes que ha sufrido España, Fernando VII también. Es de esperar -este cronista lo desea así- que cunda el ejemplo y que a Carvajal le imiten los toreros a los que está machacando para cargarse la Fiesta Nacional, los artistas de la ceja zapatista o del entrecejo pedrista, los académicos que siguen sin mojarse ni en la ducha porque sostienen que su reino no es de este mundo, los financieros del treinta y tantos que abjuran por lo bajini de «este Sánchez -literal- al que no soporto», pero que me llama y acudo para hacerle bulto, los eclesiásticos de los que los creyentes precisamos ilustración y no la encontramos, los médicos a los que persigue sin piedad esa tontiloca que horada los cimientos mismos de la sanidad hispana y ¡qué sé yo! La denominada sociedad civil aún postrada, cabizbaja y escasa de reacción ante las múltiples y pestilentes fechorías de este sujeto. O ¿qué cosas son la liberación ya sin cargos de los prebostes Chaves y Griñán, gestores del más apabullante caso de corrupción que hayan soportado nunca los siglos en España?

Todos ellos podrían comportarse, modo Carvajal, tendiendo la mano a este personaje como si se la ofrecieran mismamente a la momia más horrible del Museo de Cera. Carvajal se ha colocado como el envés de toda la resignación nacional, líder de estos atletas a los que el Rey recibió y bajó a celebrar el campeonato con enorme empatía, mientras a Sánchez no se le ocurrió otro desmán que llenar La Moncloa de niños y niñas de papás funcionarios y asesores que, encima, en vez de pedir autógrafos a los autores de la gesta, se los rogaban al jefe de sus progenitores. ¡Qué bochorno, papi! Por todo esto, no solo aplaudo fervorosamente al autor del desdén, sino que pido encarecidamente que le sigamos muchos más el ejemplo. El desdén por el desdén que dramatizaría de nuevo Agustín Moreto, la bandera nueva de la renacida resistencia nacional. Toda, encarnada de inicio por un futbolista, de los mejores del planeta, que no debe a nadie pleitesía alguna. ¡Bravo, Carvajal! Pionero de este movimiento de protesta imparable.