Opinión

Bastardos del arte

Durante muchos siglos, los recursos conceptuales utilizados por los artistas, bien fuera en pintura, en escultura, en música, en literatura, en poesía o en teatro, estuvieron relacionados con unos temas muy concretos: el amor, la religión, la mitología (que también son historias de religión, al ser historias de los dioses de la antigüedad), las escenas históricas de victorias memorables o los retratos de personajes de interés social, político o religioso. No es hasta el siglo XIX que se tienen referencias de obras con explícitos contenidos personales, extraídos de las propias vivencias sin disfraces. Claro que, con anterioridad, los poemas de amor saldrían de algún sitio, pero era impensable evidenciar que era una historia en primera persona.

El arte era una cuestión impersonal, el artista siempre estaba en segundo plano, aunque después el tiempo les diera un rotundo reconocimiento. La desbordada subjetividad del artista aparece en la segunda mitad del XIX, haciéndose cada vez más imperiosa, hasta dominarlo todo. Hoy en día, hasta una canción de éxito mundial cuenta en primera persona y con detalle la batalla campal entre su intérprete, la cantante Shakira, y su infiel ex marido, en una reciente sintonía que todos hemos cantado alguna vez, ¿conciben algo más íntimo y personal?

Este nuevo ascenso de lo particular a la esfera artística requiere de otro tipo de conexión entre artista y espectadores. Por ejemplo, una pintura abstracta, de intensos colores, pintada por un alma visceral e intensa, puede ser rechazada por una persona templada y sensible por parecerle incómoda. No ocurría lo mismo con el arte de otras épocas, lo que estaba bien pintado, que seguía fielmente la realidad y la plasmaba con agudeza, gustaba todo el mundo, sin distinción. Ahora, al ser todo mucho más personal y subjetivo requiere también de una conexión recíproca, es decir, tiene que haber unos requisitos comunes entre el creador y el receptor que antes se daban por sentado.

Lo importante son dos cuestiones. En primer lugar, que haya discurso, cuestión que no está al alcance de casi ningún artista de la segunda mitad del siglo XX (el tiempo lo dirá); y segundo, que el discurso sea rico y coherente, y que tenga raíces hacia atrás y hacia adelante. Cumplidas esas premisas, no importa cuál sea el soporte que el artista escoja: la cámara de fotos, una aguja, una máquina de escribir, una batuta o una guitarra. De un alma de artista no se puede renegar. Si se nace con ella, las cosas que se tienen en contra son muchas, pero el dejar rastro es casi obligado, por no decir inevitable.

Si uno habla con cualquier diseñador, evidentemente todos tienen un discursito detrás de cada colección, cuyo pase de modelos intenta reflejar; pero es como si hablas con un pintor decorativo y te dice que se ha inspirado en los atardeceres de Doñana, ¡pues vale, estupendo! Este tipo de intenciones tan superficiales no son las que al tiempo le interesan. Mucha gente tiene buen gusto, poca gente tiene un gusto exquisito. Mucha gente sabe buscar recursos para imaginar, poca gente tiene una imaginación prodigiosa. Mucha gente sabe escribir, poca gente tiene los recursos para expresar ideas con solemnidad y gracia. Mucha gente sabe coser, poca gente ha conseguido ascender a categoría profesional de diseñador de moda.

El verdadero artista tiene mucho de provocación, busca incomodar al espectador, cuestiona la belleza convencional, rebusca en el pasado para pasarlo por el inevitable filtro personal y vomitarlo diferente, con una nueva magia, extrayendo lo mejor de antes y de ahora, de los demás y de uno mismo.

El artista que escoja la moda como vía de expresión utilizará textiles para exponer una idea, que rozará otra esfera inalcanzable para la mayoría. Las telas, los tocados, los zapatos, la tarima y los brillos estarán al servicio de ese concepto, y no al revés. Podría crear esa indumentaria incluso con los materiales más pobres que encontrara. De la misma manera que un buen escritor no necesita la edición más costosa para volcar sus dotes. Escribirá con lo que pueda o con lo que cada época haya permitido técnicamente. Será la calidad de sus escritos la que el tiempo mande a dormir en los mejores estuches.