Opinión

Amigos para siempre ‘means a love that cannot end’

Llevamos días y días especulando con que la polémica de la Ley de garantía integral de libertad sexual va a llevarse por delante la coalición de gobierno, y no queremos comprender que ni esa, ni ninguna otra disputa, será, en realidad, la causa cierta de lo que pase con esa alianza.

PSOE y Podemos seguirán la estrategia que más les interese a los dos para afrontar el fin de la legislatura. Si piensan que lo mejor es escenificar una ruptura lo harán, aunque las ministras de Podemos se avengan a modificar esencialmente la citada ley; si, por el contrario, creen que lo mejor es seguir juntitos hasta el último día, pues así seguirán, aunque se majen a palos a cuenta del sólo sí es sí o de lo que sea.

Pero la realidad se impone a la escenificación que electoralmente decidan adoptar. El sanchismo son todos ellos, y para poder perpetuarlo tienen que protegerse; ninguno puede salir muy dañado ni de esta ni de cualquier otra desavenencia. Porque sólo juntos y fuertes tienen futuro; necesitan reproducir aquel Oh, baby, be strong for me de la canción de los hermanos Gore que cantaba otra Irene (la recientemente fallecida Irene Cara) en la película Fama. Porque la fama cuesta y quiera Dios que la vida no les envíe todos los sapos que son capaces de tragarse para seguir en el poder.

Así que, como ocurría con los matrimonios de antes, no tienen más remedio que aguantarse con lo que han elegido y pechar con la suegra, los ronquidos y el acaparamiento del mando a distancia. No se puede hacer una coalición a beneficio de inventario o a cala y a cata. Una vez que Pedro Sánchez se desposó de la mano de Frankenstein, tiene que cargar con la radicalidad y los mantras de Podemos, y con las exigencias de los independentistas, los filo-terroristas y los golpistas. Después de lucir como la novia más coqueta e irse de viaje con el Falcon cargado con todos los regalos no valía hacerse el estrecho y poner excusas para no consumar.

Y la verdad es que nadie puede decir que Sánchez no esté pagando religiosamente la dote que le exigieron sus partenaires el día de la boda.  Ha cumplido con sus compromisos, ya no sabemos si con gusto y fruición o porque le ha resultado difícil engañarles. Tanto como fácil le resultó encamarse con ellos y engañar al resto de los españoles.

Tampoco podemos decir que no haya sido consistente y coherente a la hora de buscarse compañías. Llámese Junqueras, Otegi, Maduro o Mohamed, cualquiera que tenga a España en el punto de mira va a tener su lugar en el corazoncito sanchista; a todos se les va a pagar su letra y ante todos va a postrar su indignidad y, lamentablemente, la maltrecha dignidad de nuestra nación.

Consciente de quienes son sus socios, va a asumir como hasta ahora, o apareciendo a veces un poco contrito, todos los disgustos que le puedan acarrear. Sigue confiando en el relato para convencernos de que, a pesar de lo que ya hemos visto, no hay mejor alternativa. Cuenta con tener tiempo hasta las citas electorales y cuenta con que ese tiempo a los que están en la oposición se les va a hacer muy largo.

Algunos piensan, sin embargo, que hay otro escenario. Que todavía tiene margen para la ruptura y que donde se ve al auténtico Maquiavelo no es en engañar a los votantes desavisados y a los contrincantes políticos, sino en engañar a sus socios.

No creemos que exista ya esa oportunidad. Como opción o como obligación, el sanchismo es ya la suma indeleble del socialismo, el populismo y el independentismo, y lo peor es que, aunque resulte increíble, pueda seguir teniendo un apoyo suficiente para gobernar.

Amigos para siempre, even when we are apart cantaba José Carreras en las Olimpiadas de Barcelona.  Bound to die cantaba Elvis Presley en la American Trilogy de Mickey Newbury. Y ese debiera ser el ineludible destino de la tragicómica trilogía sanchista.