Agua solidaria para Cataluña
Los catalanes se merecen toda la solidaridad y más del resto de los españoles. Los furibundos odiadores de la nación, no. Ha bastado que la naturaleza haya torcido el gesto con las nubes constreñidas para que hayan quedado en evidencia su fragilidad y sus discursos estériles que hunden sus raíces en sueños equinociales acerca de una realidad histórica que jamás existió.
Nadie en su sano juicio puede pretender que se deje al pairo y con sed a más de seis millones de ciudadanos a los que sus dirigentes autonómicos les importan una higa, más allá de sus trasnochados, caducos y fracasados raciocinios, preñados de xenofobia y ramplonería. El agua es un bien universal que no entiende de fronteras, y mucho menos de sus vuelos gallináceos. Los dirigentes del PP que ellos desprecian e insultan han corrido solícitos a ofrecerles generosamente su agua y hay que aplaudirles por ello. ¡Qué culpa tienen esos seis millones de personas de que sus dirigentes se hayan demostrado como inútiles gestores del interés general!
La generosidad y la solidaridad no están reñidas en modo alguno con la memoria. En el 2001, el entonces Gobierno de España puso en marcha un ambicioso Plan Hidrológico Nacional y se nombró, incluso, un ministro ad hoc para llevarlo a cabo. Sucedió que en el 2004, tras un estallido masivo de trenes en la madrileña estación de Atocha, en España hubo un cambio de Gobierno y en esas llegó José Luis Rodríguez Zapatero. Éste, en unión con sus coaligados de la separatista ERC, se cargaron de inmediato aquel Plan Hidrológico invocando una orgía de colosales chorradas. Veinte años después están pidiendo por caridad algibes con el líquido elemento.
A los catalanes hay que darles todo el agua que necesiten y se disponga. Pero hay que decirles ipso facto quiénes son los culpables de que estén en la situación en la que se encuentran. Con nombres, apellidos e intereses. Los culpables se dedicaron durante todo este tiempo a insultar al resto de los españoles, a los que vituperaron acusándoles de robar y de un sinfín de paqueiradas.
Ahora otros españoles podrían culparles a ellos de robarles un bien esencial; lo harán. No todos son iguales en España, su país.
¿Aprenderán? Decididamente, no.
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