Opinión

Adiós a una delictuosa forma de hacer política

Un importantísimo empresario español me apuntó allá por 2015 a propósito de la irrupción de Podemos en la escena política:

—La verdad es que estos tíos son unos perroflautas pero vienen muy bien para espolear a una clase política corrupta, adocenada y acomodada, de hecho, mis hijos les votan—.

Me tocó los pelendengues que un pijo como mi interlocutor, con hijos pijos a los que les ha venido poco menos que todo dado, se erigiera en entusiasta de una formación a la que le pone destrozar la economía de libre mercado, que enviaría okupas a invadir su casaza y que si pudiera lo metería directamente en la cárcel:

—Pues si tú opinas eso y tus hijos les votan, tienes un problema y gordo—.

Uno de los gerifaltes mediáticos culpables de haber convertido en Gulliver a esta banda de liliputienses, regalándoles un protagonismo que no se merecían ni por representatividad ni por legitimidad moral, me espetó la misma chorrada, palabra arriba, palabra abajo:

—Estos tíos han venido muy bien para sacudir un sistema anquilosado por culpa de tantos años de bipartidismo y para limpiar de golfos este país—, sentenció este irresponsable de tomo y lomo.

—Por muy mala que sea la España constitucional, siempre será mejor que la que quiere implantar esta chusma, que no son ni más ni menos que machacas de Nicolás Maduro, y para corruptos, ellos, que se han financiado con dinero manchado de la sangre de los demócratas venezolanos e iraníes—, respondió un servidor, harto de tanta tontería y falsedad.

No me hicieron falta semanas, ni días, ni tampoco horas para certificar que Pablo Iglesias es un tipejo. En el primer programa en el que coincidí con él se permitió el lujo de llamarme «sinvergüenza», «tonto» e «impresentable». Yo, obviamente, no repliqué a aquel sujeto malencarado, sucio, con pinta de no haberse lavado en tres o cuatro días. «No es cuestión de hacer de un ciudadano lumpen una estrella televisiva», cavilé. Nadie le dijo nada, el conductor del programa se hizo el sueco, ni lo calló ni lo largó y pensé dónde hubiera acabado yo de emplear esos mismos términos con otro contertulio: «En la puñetera calle».

Tengo muy claro que por muy mala que sea la España constitucional, siempre será mejor que la que quiere implantar la chusma podemita

Aquella jornada empezó la cacería contra mi persona. Entre tanto, comprobé, tan estupefacto como indignado, cómo cada vez se les otorgaba más protagonismo en los medios. No podía entender cómo se daba cancha a un individuo como Iglesias que había montado el 15-M, que salía en vídeos cuasiorgasmeándose por el apaleamiento de un antidisturbios que protegía el Congreso, que había sido financiado por la narcodictadura venezolana y por esa autocracia iraní que cuelga homosexuales y lapida mujeres y que era el quintacolumnista de la asociación de presos etarras, Herrira, en Madrid.

Años después, no muchos, un par tal vez, tres ministros de Mariano Rajoy coincidieron en su versión de los hechos en otras tantas conversaciones diferentes: «Alzaprimar a estos indeseables fue idea de Soraya Sáenz de Santamaría, que la puso en marcha con sus medios amigos y con la ayuda de Félix Sanz Roldán para frenar la vuelta del PSOE al poder en un momento en el que estábamos en caída libre por los interminables casos de corrupción, la mayoría, por cierto, anteriores a nosotros».

A ningún país europeo en particular y a ninguno occidental en general se le habría ocurrido jamás proteger y dopar mediática, judicial y económicamente una formación de extremísima izquierda que quiere implantar por estos pagos una tiranía similar a la que ha matado de hambre a unos venezolanos que contemplan impotentes cómo los precios han llegado a crecer un 65.000% anual. Cuando me mentaban «lo listo» que era Pablo Iglesias, yo siempre contraargumentaba en idénticos términos:

—Con buena picha, bien se folla. Si te ponen todas las teles a tu disposición, tienes dinero a mansalva, los jueces te perdonan la vida y los periodistas te ríen las gracias, cualquiera puede parecer Einstein o Demóstenes—.

Enfrentarme en La Sexta Noche al delincuente de Pablo Iglesias y ser durante años prácticamente su única némesis, excepción hecha de un Federico Jiménez Losantos que le cantó las cuarenta desde el minuto uno, de Vicente Vallés y de Ana Rosa , no me salió gratis. Hube de soportar la mayor campaña de linchamiento a un periodista en democracia. Lo más suave que me llamaban era «hijo de puta» y lo habitual era el manido «fascista», «cocainómano», cuando no me he metido una raya en mi vida, e incluso «maltratador», cuando jamás he puesto una mano encima a una mujer . Calumnias que no quedaron impunes: presenté una ristra de querellas y las gané todas. Que son unos quinquis quedó tanto más claro el día que publicaron en redes sociales la dirección de mi casa y el modelo de vehículo que conduzco. El objetivo de esta despiadada campaña de coacciones y acoso no era otro que meterme el miedo en el cuerpo y, de paso, ver si sonaba la flauta y algún desalmado me rompía la crisma por la calle.

Enfrentarme al delincuente de Iglesias y ser durante años prácticamente su única némesis, salvo algunas honrosas excepciones, no me salió gratis

Proseguí mi batalla contra esta banda en la más absoluta de las soledades, salvando las honrosas excepciones antedichas. Lo consideraba y lo considero una obligación moral. Me niego a que estalinistas impongan su verdad en el imaginario colectivo, menos aún a que gobiernen mi país. No me rendí. No había otra. No quería dejar a mis hijos un país peor que el que hemos heredado nosotros con democracia total, plena separación de poderes, integración en la Unión Europea y homologación absoluta con cualquiera de los grandes del mundo libre.

Otros de los responsables del auge podemita, involuntarios en este caso, fueron Juan Carlos I y Alfredo Pérez Rubalcaba, que abdicaron y renunciaron a la Secretaría General del PSOE, respectivamente, apenas una semana después de que estos facinerosos irrumpieran en las instituciones por primera vez. Los cinco escaños que obtuvieron en las elecciones europeas de 2014 tuvieron para ellos sensación a victoria pese a que habían quedado en cuarta posición. Ellos irrumpían y se las piraban el hombre que había pilotado la Transición de la dictadura a la democracia, que llevaba la friolera de 39 años en el trono, y el presidente que no lo fue pero que atesoró más poder que ningún otro ministro en democracia. Un error de manual que disparó el poder y las expectativas de una formación que poco tiempo más tarde, en enero de 2015, lideraba las encuestas en intención de voto.

Provoca vergüenza ajena recordar que se presentaba a unos corruptos como los posmodernos Robin Hood que nos iban a liberar de la mangancia. Como gente austera a un individuo que prometió no abandonar jamás Vallecas pero que a las primeras de cambio se pilló un casoplón de 1,2 millones por 720.000 euros en una suerte de milagro de los panes y los peces que convendría aclarar, exclusiva de OKDIARIO que marcó un antes y un después. Como políticos diferentes a mentirosos compulsivos que jamás cumplieron la palabra dada de no cobrar nunca más de tres salarios mínimos y donar el resto a ONGs. O como inmaculados demócratas a chusmita a la que se les llenaba la boca de la palabra «libertad de expresión» pero que, en cuanto podían, reclamaban la nacionalización de los medios de comunicación privados. Entre tanto, la Justicia hacía la vista gorda con golferías como la financiación iraní del canal de Pablo Iglesias o los pagos venezolanos durante y después de la creación de Podemos.

Lo peor de todo es que, a pesar de las mil y una evidencias, se había establecido cual lugar común la especie de que eran tipos ejemplares, luchadores por la libertad, ciudadanos a los que les importaba un pepino el vil metal. La esquizofrenia había llegado a tales extremos que lo anormal se había convertido en lo normal, lo inmoral en lo moral y lo ilegal en lo legal. Al punto que Pedro Sánchez dio entrada en el Gobierno a estos personajes más sucios por dentro que por fuera, que ya es decir.

Resulta vergonzoso recordar que se presentaba a unos corruptos como los posmodernos Robin Hood que nos iban a liberar de la mangancia

Iglesias y cía, que ya en el Ayuntamiento de Madrid habían exigido puestos de «máxima visibilidad y mínima responsabilidad», hicieron lo propio al entrar en el Gobierno de un Pedro Sánchez que había prometido hasta la saciedad que jamás los metería en el Consejo de Ministros por aquello de no padecer pesadillas. Un embuste presidencial más. Lo bueno es que pronto quisieron más balón y se les dio dinero y competencias. Una barbaridad toda vez que ninguno de ellos había hecho nada de provecho en su vida: Irene Montero no había pasado de cajera novata en Saturn, Iglesias era un profesor que se dedicaba a invitar a las alumnas de Políticas a acompañarle al baño remedando a un conocido futbolista y Echenique es verdad que se había licenciado en Físicas pero tampoco aportaba lo que se dice un currículum de relumbrón. Era uno más en el CSIC y había militado en ¡¡¡Ciudadanos!!! Lo propio de un pedazo de burgués como él. Monedero fue más listo: jamás se metió en la vida institucional. Hacía el mal y se forraba pero siempre extramuros.

Abjurar de su mandamiento «máxima visibilidad y mínima responsabilidad» los hundió para siempre. No sólo no eran ni la décima parte lo listos que se creían sino que, además, mezclaron su chulesca prepotencia con la ignorancia y la ideología más extrema. Como no podía ser de otra manera, se les vieron las costuras y acabaron como el rosario de la aurora. Pacto con ETA aparte, las meteduras de pata cósmicas de Irene Montero han terminado por llevarse por delante no sólo a Podemos sino también al Partido Socialista. La rebaja de penas a 1.127 violadores, pederastas y abusadores, y la puesta en libertad anticipada de un centenar de ellos, y esa demencia que es esa Ley Trans que permite cambiarte de sexo siendo un niño han sepultado a estos seres diabólicos. El karma, que nunca falla.

Las autonómicas madrileñas fueron el primer varapalo a Pablo Iglesias. Se presentó pensando que se iba a comer a Isabel Díaz Ayuso, a la que trataba con su habitual machismo cavernícola, y acabó devorado por el mayor fenómeno político de nuestra historia reciente. Desde entonces no han dado pie con bola. Eso sí: han forrado el lomo a miles de amiguetes con surrealistas contratos otorgados desde el Ministerio de Igualdad: desde uno para medir el machismo en los algoritmos, hasta otro para combatir el uso del rosa en la vestimenta en las niñas, pasando por algunos tan surrealistas dedicados a «estudiar las diferencias entre hombres y mujeres ante los huracanes» o para analizar «la cosificación de las mujeres en las series españolas».

Pacto con ETA aparte, las meteduras de pata cósmicas de Irene Montero se han llevado por delante no sólo a Podemos sino también al PSOE

Las desgracias no vienen solas. Que se lo digan o se lo cuenten a Irene Montero, que esta semana ha sido condenada por el Supremo a pagar 18.000 euros al ex marido de la secuestradora líder de Infancia Libre, al que tildó públicamente de «maltratador», a sabiendas de que era falso. Lo mismo que le ocurrió al golfo de Juanma del Olmo, su sicario en las redes, que hizo lo propio con la memoria de un chico asesinado en los 80 por la candidata morada a alcaldesa de Ávila en 2019. Fue sancionado penalmente y obligado a abonar 10.000 euros a sus familiares por calificarle falsamente de «violador».

Se la pegaron en las elecciones municipales y autonómicas de hace 14 días y ahora han tenido que pasar por el trágala de ir dentro de Sumar y calladitos. La liberavioladores y sueltapederastas Irene Montero no irá en puestos de salida con lo cual el chollo del carguito, los asesores, el coche oficial, los viajes en Falcon a Nueva York y la piñata con dinero público se le ha acabado. Iglesias es ya un juguete roto que recuerda al Poli Díaz de sus peores días. Y Echenique carecerá de los potentes altavoces que tenía a su disposición para esparcer su fascistoide bilis.

Ramón Espinar al menos ha tenido la decencia de pedir «perdón» por haber pertenecido a «la secta de Podemos», afirmación que conlleva también la condición de organización criminal. Todas las sectas son organizaciones criminales. Qué lejos quedan los tiempos en los que el hijísimo del ex consejero de Cultura y Hacienda de Joaquín Leguina me interpelaba a la salida de La Sexta Noche con una amabilidad no exenta de puerilidad:

—Oye, Inda, ¿tú eres tan malo en tu vida privada como aparentas en los programas de televisión?—.

Yolanda Díaz está en las antípodas ideológicas de un liberal como yo. A mí jamás se me ocurriría ensalzar a dos asesinos en serie como Fidel Castro y Hugo Chávez. Pero hay que reconocer que cada vez está más cerca de la socialdemocracia que del comunismo y que sus formas, exquisitas, nada tienen que ver con el matonismo de Iglesias, del ex jefe de ETA Otegi o de los golpistas catalanes. La caza y captura de periodistas que practicaba Pablo Iglesias no va con ella, es más, fue uno de los grandes motivos de discrepancia con él.

España es un país mejor con la desaparición de la primera línea política de delincuentes como Pablo Iglesias, Irene Montero, Pablo Echenique o Juan Carlos Monedero. De la batasunoide Ione Belarra o de la zumbada de Ángela Rodríguez Pam no hablaré más de la cuenta porque no han pasado de ser meras comparsas. El cuento ha terminado bien pero pudo haber acabado como el rosario de la aurora. Algunos dimos la cara y nos costó muy caro en términos de linchamiento público. Lo volvería a hacer setenta veces siete. Era y es una obligación moral y un acto de patriotismo.

Que os pudráis en el infierno y que llevéis tanta paz como descanso dejáis.