Se acabó la tontería ‘woke’
Donald Trump gana batallas antes incluso de haber nacido como cuadragésimo séptimo presidente de los Estados Unidos. La semana que hoy termina pasará a la historia por la decisión de Mark Zuckerberg, consejero delegado de Meta, de poner punto y final a la estalinista censura que imperaba en Facebook, Instagram, WhatsApp, Threads y Messenger. Se acabó eso de no poder criticar las vacunas del Covid, la dictadura trans, el aborto, el islamofascismo, en resumidas cuentas, el totalitarismo progre en general. Fin también a ese puritanismo antediluviano que prohíbe publicar imágenes explícitas de sexo o actos violentos.
Desconozco si las sustancias que nos metieron en vena por triplicado en plena pandemia eran saludables o no —por mi propio bien, y el de todos, espero que sí—, pero resulta obvio concluir que todo el mundo tiene derecho a opinar lo que le venga en gana. Sí tengo meridianamente claro que el fenómeno trans es una aberración, tengo mis dudas respecto al aborto aunque jamás me meteré en la conciencia de las mujeres que lo practican, ninguna con el islamofascismo que para los progres es el no va más del modernismo, pero menos interrogantes aún me suscita el incontrovertible hecho de que la libertad de expresión es la piedra angular de cualquier democracia digna de tal nombre. Es la primera y la última de las libertades. Sin esa freedom of speech que figura en la primera enmienda de la Constitución USA y en el artículo 20 de la nuestra todo lo demás es papel mojado.
Meta y Twitter echaron el cerrojo a todos los que no comulgamos con el ideario ‘woke’, esa basura que vomitan las universidades californianas
Porque, sí, llevamos ocho años no pudiendo expresarnos libremente en las redes sociales, casualmente, desde el mismito momento de noviembre de 2016 en el que el magnate neoyorquino ganó contra todo pronóstico las elecciones presidenciales estadounidenses frente a un establishment que había impuesto que la agraciada debía ser Hillary Clinton. Tanto Meta como Twitter echaron el cerrojo a todos los que no comulgamos con el ideario woke, esa basura ideológica que vomitan las universidades californianas que se ha cargado el género, que considera a los hombres bultos sospechosos, que clasifica como «Estado terrorista» a Israel mientras alaba a los verdaderos asesinos, la gentuza de Hamás, que no duda en elogiar a los talibanes afganos frente al «imperialismo estadounidense», que nos impone esa reverenda mierda del «ellos, ellas y elles» y que alumbró un Black Lives Matter que entre otras cosas exige la desaparición de la Policía de las ciudades estadounidenses.
La excusa de Meta fue tan peregrina como falsa: la injerencia rusa en aquellos comicios, circunstancia que jamás ha podido probarse fácticamente. Una trola burda que no porque la repitan mil veces terminará siendo verdad. Simplemente, no podían aceptar que, por muy multimillonario que fuera, un outsider del sistema hubiera hecho saltar por los aires sus planes para imponer esa ideología woke que no es ni más ni menos que un sistema de control social calcadito al que George Orwell describió en 1984.
Nos querían convertir en súbditos de sus ideas, haciendo bueno el gran lema de esa maravillosa novela, «La libertad es esclavitud», pero llegó el genio del pelo rojo y les destrozó los esquemas. Como ya no podían imponer su doctrina por las buenas, colándola en nuestro subconsciente con programas de ingeniería social, optaron por hacerlo por las malas echando mano de la censura pura y dura y convirtiendo en apestados a los que nos negábamos a someternos al pensamiento único. Si no opinabas como ellos en Internet, acababas en la puta calle. Se pasaron por el arco del triunfo el elemental hecho de que en un Estado de Derecho quienes regulan la libertad de expresión, sus excesos, son los jueces, no unos particulares por muy poderosos que sean.
El banderazo de salida al control social duro se dio con la creación de los verificadores de la red, dedicados teóricamente a combatir la «desinformación» y los «bulos», precisamente los dos palabros que más salen de la boca del Gobierno más mentiroso de la historia de España, el de Pedro Sánchez. Y, como siempre, los que hicieron la ley, urdieron la trampa. Tanto Meta como Twitter encargaron dilucidar qué es verdad y qué es mentira al International Fact-Checking Network, un conglomerado controlado y financiado directa o indirectamente por Bill Gates y George Soros. Ninguno dudoso ideológicamente. El segundo es un protodelincuente que en 1992 hundió la libra esterlina en los mercados internacionales arruinando a millones de personas mientras él se metía en el bolsillo dos mil millonazos, un indeseable que se dedica a fomentar la inmigración ilegal en Europa, en definitiva, un malnacido cuya misión es desestabilizar las democracias occidentales para comprar activos a precio de saldo. Belcebú es mejor gente que este nonagenario húngaro.
En un Estado de Derecho quienes regulan la libertad de expresión, sus excesos, son los jueces, no unos particulares por poderosos que sean
En ODKIARIO sabemos de qué hablamos porque lo hemos padecido. Los verificadores, cuya suerte está echada en Estados Unidos y pronto en Europa, se dedicaban a ponernos la cruz al más mínimo error, por intrascendente que fuera. Ello implicaba que Google y las redes sociales nos penalizaban con las perogrullescas consecuencias: el tráfico se desmoronaba. El círculo vicioso estaba servido: a menos influencia, menos ingresos registrábamos. Curiosamente, estos censores, que nada tienen que envidiar al senador McCarthy o a Franco, jamás ponían tacha alguna a los medios progres, The New York Times o Los Angeles Times en los Estados Unidos, el gubernamental El País o el socialpodemita eldiario.es en España. Ellos siempre decían la verdad, nosotros mentíamos sistemáticamente.
Twitter fue otro que tal bailaba en los tiempos en los que lo controlaba Jack Dorsey. Tras el impresentable asalto al Capitolio, que todo hay que decirlo, Donald Trump no frenó a tiempo, a esta red social no se le ocurrió mejor idea que suspender su cuenta. El presidente elegido por la mayoría del pueblo estadounidense desapareció mientras se respetaban perfiles de indiscutibles tiranos como Nicolás Maduro, narcotraficante y asesino, Daniel Ortega, que está batiendo récords de presos políticos, Alí Jamenei, líder supremo de un Irán que lapida mujeres y ahorca homosexuales, o Miguel Díaz-Canel, presidente de un régimen cubano que suprimió la democracia hace la friolera de 65 años.
Desconozco cómo será la Presidencia de Trump pero sí tengo claro que ya ha hecho historia al resucitar el derecho a expresar lo que uno piensa
La llegada de ese genio llamado Elon Musk a Twitter ha transformado el statu quo, recuperando ese ámbito de libertad total que proverbialmente distinguió a esta red social. La fauna progre amenaza, llorona ella, con largarse. Algunos, de hecho, se largan, que con su pan se lo coman. Es su problema. Olvidan que un argumento antagónico no se combate con la censura sino con argumentos mejores, tal vez habría que recordarles igualmente que de los debates de ideas siempre salen ideas mejores.
Joe Biden, que ciertamente está gagá, muy gagá, recuperó el oremus esta semana para poner a parir a un Mark Zuckerberg que, tras hacer el paseíllo por Mar-a-Lago, anunció el principio del fin de la censura en Meta. «Es realmente vergonzoso», espetó el todavía presidente estadounidense al que debieron de inflar a vitamina D para regresar a la consciencia. Rabian porque la dictadura del pensamiento único, tanto más peligrosa por silenciosa, toca a su fin. Que la libertad de expresión ha vivido peligrosamente desde 2016 lo admitió esta misma semana Mark Zuckerberg en un rapto de decencia moral que le honra: «Durante años hemos estado censurando contenidos». Pues eso. Que no era una obsesión de los verdaderos demócratas sino una terrorífica realidad que amenazaba con llevarse por delante un mundo libre ya de por sí amenazado por un fenómeno autocrático que arrasa en todo el mundo, Europa incluida. Desconozco en qué términos se desarrollará la Presidencia de Donald Trump, confío que será más sosegado que en su primer mandato, pero sí tengo meridianamente claro que ya ha hecho historia al resucitar el derecho a expresar lo que uno piensa. Los malos decían que venía a cargarse la democracia pero, de momento, la ha salvado sin mover un solo dedo.