Opinión
EL GATO | GOURMET

Acaban los Sanfermines y reina La Olla

Cuando se apagan las bizarras luces de las Fiestas de Pamplona, escaparate mundial de la alegría, llama poderosamente la atención una insólita casa de comidas llamada La Olla. Muy cerca de la Plaza de Toros, la casa de felicidad regentada por Fermín de Prados es lugar único no sólo en España sino en todo el mundo. Es imposible encontrar un parangón como este bar-taberna-restaurante-terraza navarro. Porque en cualquier rincón se come de lujo, rápido, a un nivel siempre alto y con una sonrisa en el servicio.

Sabiendo las dificultades que hoy atraviesa la hostelería, con el cacareado programa de personal, con los horarios y jornadas muy limitadas, lo de La Olla es un milagro. En San Fermín es obligada la cocina non-stop, pero ahí es lo propio todo el año. Y siempre sin perder compás ni calidad. La fijación por el producto que tiene Fermín, la capacidad de diapasón, para que cualquier pamplonés, de origen o de adopción pueda disfrutar, es radical, dándose un homenaje más modesto o el que quiera elegir. La temporada es la ley, y el mercado que se controla con mano de hierro, el soberano.

En estos días, la rica Piparra frita, la inevitable ensaladilla rusa, que se hace de manera muy convincente, y sin nada que envidiar a las clásicas que proliferan por toda España, incluida la señera de Casa Rafa en Madrid, el mejor tomate seleccionado, encurtidos, chipirones para ponerles un piso, son algunos de las guiños que se va sucediendo con soltura y chispa. Junto a la cuchara, muy buena pocha, o una de las mejores anchoas que hay en el mercado.

En fin, mucho bocado para gozar en mesa o en barra. Porque si hablamos de este espacio absolutamente mágico en La Olla, alcanza tal capacidad de dinamismo, que la rica vitrina que serpentea por toda la barra, puede ser disfrutada allí mismo o en cualquier tabloncillo donde te colocan un mantel y te sirven un lenguado que te preparan al momento como si fueras un sultán.

La elegancia de Eduardo, junto a todo el equipo, por una de las salas más eficaces que uno haya podido disfrutar en todo su vagabundeo mundial, no es menor atractivo. Luego las ricas golosinas de las lonjas, a destacar almeja y gran besugo, chuleta siempre de prestancia, casquería, incluso inevitable chistorra en su punto que te sirven de aperitivo, componen una obra de coreografía singular, pues parece todo hecho con naturalidad y profunda amabilidad.

El ambientazo gastronómico de Pamplona se llama La Olla, no solo del 6 al 14 de julio, sino todo el año.