Opinión

Sánchez va a por lana roja y vuelve trasquilado

Los jugadores de fútbol son rara avis, una especie humana diferente. Para empezar, porque el nivel de nobleza que exhiben es sustancialmente mayor que el que impera entre el resto de los mortales. Su compañerismo lo demuestra. Y para terminar porque les toca los cataplines que, salvo las estrictamente humanitarias, los intenten utilizar para causas ajenas al mundo del deporte, especialmente las ideológicas. Jamás han querido ser marionetas del poder político. Ni hace 60 años ni hace 30, menos aún en estos tiempos de polarización salvaje. El pelotero que se mete en política sale mal parado sistemáticamente porque destroza ese carácter transversal del que ha hecho históricamente gala el mundo del deporte. Cosa bien distinta es su participación en la lucha por causas comunes: contra el racismo o contra las dictaduras. Ahí no unen su nombre y su fama al de un político o politicastro sino que, más al contrario, practican algo tan sano como la conciudadanía.

Esto ha ocurrido con el cateto wokismo patrio, empezando por un Pedro Sánchez que lo más redondo que ha visto en su vida es una onza de chocolate o un balón de baloncesto pero no uno de fútbol. De balompié sabe lo mismito que yo de petanca: entre cero y nada.

El presidente, sus socios comunistas, sus aliados independentistas y etarras y sus mariachis mediáticos se debían pensar que nuestros campeonísimos se iban a dejar manipular como sucede habitualmente con el artisteo patrio. Tal vez dedujeron que resultarían los tontos de baba que no son porque la mayoría no es universitario —como, por cierto, el 13% de nuestros diputados— o quizá, llevados por su proverbial arrogancia, pensaron que esta jugarreta les iba a salir gratis. Como casi todo.

Prácticamente ni uno solo de los padres o madres de la patria se había interesado por España en la primera fase, ni tan siquiera en ese lance de octavos contra Georgia. Entre otras cosas porque ni Sánchez ni Feijóo, ni Abascal, ni tampoco Yolandísima son futboleros. El deporte del balón les importa un pepino a los cuatro. Todo cambió con el encuentro de cuartos contra Alemania en Stuttgart en el que ganamos con todo merecimiento pese a un árbitro ciertamente lamentable que permitió de todo y por su orden al anfitrión. Ahí se vio la primera vomitiva sanchada: en el descanso compareció durante dos minutos en prime time en TVE para darnos la turra con comentarios que certificaron que no tiene ni fruta idea de la ciencia más inexacta que hay: el fútbol. La manita que le cayó en redes sociales fue de aúpa. No era para menos. Y devino en el primer cabreo de los campeonísimos.

El mosqueo venía de antiguo, tras ganar a Alemania los capitanes ya se negaron a que Sánchez bajase al vestuario

Claro que el mosqueo venía de antiguo. Aquel viernes para la historia, vencer al país organizador antes de semifinales suele ser misión imposible por los arbitrajes, se advirtió a los jugadores que el autócrata quería plantar sus reales en el vestuario. La respuesta, coordinada por los capitanes —Morata, Navas, Rodri y Carvajal—, adelantada en exclusiva por OKDIARIO y plagiada sin citar por otros medios, constituyó el primer aviso a navegantes: «Que ni se le ocurra bajar». Punto pelota. Aunque los motivos para tan rotunda negativa eran variopintos, uno precipitó el veto: el golpe de Estado al presidente de la Federación, Pedro Rocha, consumado —con un par— dos días después de levantar la Eurocopa. Los chicos le tienen un cariño especial por una elemental razón: es buenísima gente. Segundo motivo de cabreo de nuestros campeonísimos.

No menos indignante les ha resultado el afán de la izquierda de intentar vendernos la presencia de dos muchachos de color, Nico Williams y Lamine Yamal, como un estandarte en la lucha contra esa «extrema derecha» con la que nos dan el coñazo mañana, tarde y noche. A los primeros que sacó de sus casillas el temita fue a los dos extremos que, salvo dos o tres anormales, siempre han sido tratados igual que sus compañeros blancos. Dentro y fuera de La Roja. El más necio de todos los comentarios lo parió Salvador Illa: «Cada gol de Lamine es un gol a la ultraderecha». El líder del PSC debe saber tanto de Filosofía, su profesión, como nada de fútbol. Su ignorancia fue atrevida por cuanto la presencia de jugadores de origen africano en los equipos españoles es masiva desde hace no menos de dos décadas por un elemental motivo: el continente olvidado del mundo es la gran cantera del deporte rey. Al público y, obviamente, a sus compañeros les resulta maravillosamente habitual el mundo la multirracialidad. En la Liga española hay blancos, afroeuropeos, africanos, asiáticos, árabes, japoneses, chinos y coreanos.

La imagen del saludo de Lamine a Pedro Sánchez, no tan elocuentemente gélido como el de Carvajal pero casi, vale más que diez mil palabras.

Los progres son incultos hasta en esta materia. Nico y Lamine no son los primeros futbolistas de color en La Roja, que es como el gran Luis Aragonés, que no era precisamente de izquierdas, llamaba al combinado nacional. Antes que la estrella del Athletic y la del Barça hubo 12 personas de su misma raza: Donato, Engonga, Catanha, el también campeón de Europa Marcos Senna, Thiago Alcántara, Diego Costa, Rodrigo Moreno, el hermanísimo Iñaki Willians, Ansu Fati, Adama Traoré, Robert Sánchez y Balde. Y nadie dijo nada porque todo quisqui lo vio lo más normal del mundo y porque el único color que nos importa es ese rojo que nos une a todos. Tercer motivo de cabreo de nuestros campeonísimos.

Con todo, la más lerda del barrio fue para variar Irene Montero. Tonta hasta almorzar y después todo el día, que diría Jiménez Losantos. Como no tiene ni puñetera idea de nada, no iba a saber tampoco de esto, normal. «Voy camino al Parlamento Europeo y estoy muy contenta porque la Selección masculina [ojito al matiz chorra] de fútbol ha hecho que España pase a la final de la Eurocopa y los goles los han marcado dos personas racializadas». Vamos, que los tantos contra Francia los anotaron dos negros. Lamine puede encajar en el concepto pero no tengo yo muy claro que lo haga el otro héroe de las semis, Dani Olmo, rubio, pálido y de ojos verdes como un ruso, un alemán o un escandinavo. Cuarto motivo de mosqueo de nuestros campeonísimos.

Tampoco les ha molado la polémica urdida por la prensa ‘woke’ a un Luis de la Fuente al que le han intentado buscar las cosquillas

Los impuestos altos sólo gustan a los tontos y a los locos. Y doy fe que nuestros 26 internacionales no son precisamente ni lo uno ni lo otro. Como la inmensa mayoría de los españoles, detestan la asfixiante y por ello confiscatoria política fiscal de Pedro Sánchez. Especialmente esa doble tributación prohibida por la ley que representa el «impuesto a los ricos» implantado por el autócrata y que, naturalmente, les ha tocado apoquinar. A nadie se le escapa una elemental circunstancia: todos ellos, desde el primero hasta el vigesimosexto, tienen más de 3 millones de euros de patrimonio. Dinero que se han ganado honradísimamente. Fue sencillamente un espectáculo cuasiorgásmico contemplar a Nico Williams salir airosísimo de preguntas capciosas:

—¿Qué le pediría a Pedro Sánchez?—, le planteó un informador al jugador pamplonés, intuyo que con ínfulas progres.

—Que baje los impuestos—, aclaró el 17 del equipo de De la Fuente a un periodista que, seguramente, esperaba alguna respuesta racializada.

También fue maravilloso cómo sorteó otra pregunta politicacamente correcta acerca de su nivel de vascuence:

—Sé cero euskera—, sentenció, con un par y pasándose por el arco del triunfo la dictadura lingüística impuesta por el Gobierno vasco.

En fin, que los impuestazos, que no los impuestos, son el quinto motivo de cabreo de nuestros campeonísimos.

Tampoco les ha molado la polémica urdida por la prensa woke a un Luis de la Fuente al que le han intentado buscar las cosquillas por su catolicismo practicante y su taurofilia.  Un periodista imbécil le soltó a nuestro gigantesco seleccionador una ofensiva cuestión en la rueda de prensa celebrada 24 horas antes de la final:

—Los que somos ateos respetamos, pero no acabamos de entender, la relación de los que tienen fe con Dios [sic, será fe en Dios, digo yo]. ¿Dónde queda Dios y la fe cuando hay una final y se requiere absolutamente de todo para ganar?—, inquirió.

La respuesta del indiscutible líder de La Roja estuvo a la altura de un tipo educado como pocos y tranquilo como ninguno, como me recuerda su ex jefe Javier Clemente:

—Te entiendo perfectamente porque a mí me sucede igual con los ateos, exactamente igual. La fe es para mí algo personal, me aporta mucha seguridad y fortaleza, y como soy libre puedo elegir lo que tengo que hacer—, apuntó el míster con un mix de ironía y elegancia que ya le gustaría al mejor de los embajadores ingleses para los días de fiesta. Otro entrenador, en su lugar, hubiera mandado a esparragar al impertinente e intolerante reportero.

Los indiscriminados ataques a Don Luis por su fe o su afición a los toros de la gauche divine y la no tan divine constituyen el sexto motivo de cabreo de nuestros campeonísimos.

Los caretos de Morata, Rodri y Carvajal eran un poema en Moncloa, nada que ver con las sonrisas cómplices con el Rey

Los caretos de Morata, Rodri y, obviamente, Dani Carvajal eran un poema en Moncloa. Nada que ver con las sonrisas cómplices con el Rey, al que ofrecieron levantar al cielo de Berlín la Eurocopa. Saben perfectamente quién les ha intentado utilizar y quién no, quién les da suerte, Don Felipe, y quién es un cenizo de tres pares de narices, Su Sanchidad. Menos mal que cada presencia sanchista en el palco fue compensada con la del jefe del Estado. Al Palacio presidencial acudieron forzados porque les cae mal su inquilino por todo lo antedicho. Lo de Carvajal fue tan libérrimo como educado. No negó el saludo al presidente pero se comportó tan fríamente como lo hubiera hecho cualquier hijo de policía con un sujeto que ha pactado con ETA y llamó «piolines» a los agentes desplazados a Cataluña para restaurar la legalidad en 2017.

Especialmente emocionante resultó contemplar a unos chicos que, cuando se dejó de luchar por la españolidad de El Peñón ni siquiera habían nacido, gritar a los cuatro vientos «¡Gibraltar, español!». Liderados por un Rodri ejemplo en todo y que es graduado en ADE, resucitaron una reivindicación avalada por las Naciones Unidas: la de liberar la última colonia existente en territorio europeo que, para más señas, es paraíso fiscal y lavadora de los más sucios billetes del planeta. Vamos, que en un minuto hicieron el trabajo que por incomparecencia llevan décadas sin acometer nuestros políticos.

Más allá de la lección deportiva y humana que han dado estos chicos, educados, respetuosos, generosos, modernos y tolerantes, queda el ejemplo que supone para todos su insumisa actitud ante un poder con tics totalitarios. Su rebelión fue contra el asalto político a la Federación, contra el intento de utilizarles cual títeres para la lucha contra esa obsesión cuasipatológica que para el sanchismo es Vox, contra el dibujo de España como el país racista que no es, contra la imbecilidad de Irene Montero, contra el salvajismo fiscal, contra un presidente que ha pactado con ETA e insulta a nuestros policías, en resumidas cuentas, contra la invasión de la política en un deporte que quiere seguir siendo transversal. Pedro Sánchez no se había enterado de las señales que le habían enviado a él y al resto de la izquierda nuestros eurocampeones, pidiéndoles que sacasen sus sucias manos del fútbol, y por eso pasó lo que pasó. Que quiso ser el campeón de los esquiladores y salió trasquilado.

PD: dejo para cuando toque mi respuesta al Plan de Degeneración Democrática de Pedro Sánchez porque su perorata del miércoles fue un conjunto de divagaciones. Tiempo habrá cuando se atreva a concretar. Si se atreve.