Voluntarios a OKDIARIO: “Intentamos que los ucranianos salgan cuanto antes para que sea menos traumático”
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Un autocar de la empresa española Del Río, rotulado con detalles infantiles, espera en el lateral de la carretera que va hacia Medyka –la primera localidad polaca junto a la frontera con Ucrania–. En la larga cola de ocho kilómetros de vehículos que intentan acceder al país, un camión con matrícula española lleva rotulado en la parte superior del cristal «Ayuda humanitaria». En todas las estaciones de tren ucranianas un camión y unas mesas sirven de cocina. Se han convertido en comedores improvisados bajo la dirección del chef español José Andrés y su World Central Kitchen. Son sólo una parte de los miles de voluntarios que, como estos españoles, han viajado desde distintos puntos del mundo para ayudar a los afectados por la invasión de Rusia a Ucrania.
En las zonas fronterizas y en los andenes del tren es donde más se visualiza esa colaboración internacional. ONG, empresas, colectivos y personas a título individual se han volcado con Ucrania y sus ciudadanos que de la noche a la mañana se han visto inmersos en un conflicto armado sin hacer nada para merecerlo. Todo por los delirios de Vladimir Putin. Las carpas identificativas de cada organización de ayuda, en la frontera, permiten a los que escapan saber dónde encontrarán cada elemento que puedan necesitar: de ropa hasta comida, pasando por apoyo psicológico, tarjetas telefónicas europeas o juguetes para los más pequeños. Ese campamento improvisado, dotado de baños y servicio médico, es la última parada que hacen vehículos y autobuses antes de encarar el paso de la frontera que les llevará fuera de su patria y que se puede demorar hasta siete u ocho horas. Cuando lo superan tienen otro campamento, pero ya en suelo de un país de la UE.
Caras de emoción
Decenas de traductores prestan servicio, junto a muchos otros voluntarios, para facilitar la comunicación. Se encargan de dibujar la mejor la ruta para los que huyen, una vez crucen el paso fronterizo y tengan que empezar una nueva vida. Se ve de todo, pero principalmente caras de agradecimiento, emoción y tristeza. Uno de los voluntarios cuenta a OKDIARIO: “Intentamos que estén aquí el menos tiempo posible, para que ni ellos ni nosotros empaticemos demasiado y la despedida sea menos traumática”. La de estas personas solidarias, que dejan todo el confort de sus países para ir a servir a los que más lo necesitan, es la otra cara de un conflicto de estas características.
Estos voluntarios saben que sus rostros serán uno de los últimos recuerdos que se llevarán los ucranianos de su país, aunque ni tan siquiera sean compatriotas suyos. Por eso uno de ellos, Attul, de Sewa Internacional, recorre los diferentes vehículos que esperan en la valla de la frontera y se monta en los autobuses gratuitos que trasladan a los refugiados para repartir, con una sonrisa de oreja a oreja, una piruleta a cada uno de los niños y niñas que dicen adiós a su tierra. Un dulce que, sin duda alguna, hace un poco menos traumática y amarga la experiencia por la que tienen que pasar por los caprichos de un tirano desde el Kremlin.
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