Awad Al Awad, ministro de Información de Arabia Saudí: “No hay que politizar la religión”
Arabia Saudí quiere a España en su revolución económica: “Turismo, ocio, infraestructuras y renovables”
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Arabia Saudí está inmersa en un proceso transformador brutal, que se palpa en cada esquina de las calles de su capital, Riad. Es una enorme ciudad que se extiende triplicando la superficie de Madrid en edificios de pocas alturas y enormes avenidas y carreteras que la cruzan. Al final de una de ellas, la vía Rey Fahd —si es que hay final en esas enormes autopistas— queda a la derecha el Ministerio de Información, que ocupa uno de los modernísimos edificios de la Ciudad del Liderazgo Digital, un enorme complejo de agencias, comisiones y centros dedicados a “explicarle al mundo nuestra nueva narrativa”. El ministro de Información, Awad Al Awad, atiende a un grupo de periodistas españoles que, invitados por la Embajada saudí en Madrid, han venido al reino petrolero de los Saud a comprobar qué hay de nuevo, qué hay de verdad en todo lo que se cuenta de las reformas de este país. Y una de las frases retumba en los oídos de la prensa: “El mayor peligro para el Islam o cualquier otra religión es politizarlo, abusar de él para un objetivo político”.
Lo primero que se palpa al pasar unas horas en Arabia Saudí, es que éste es un país cuya raza predominante es el gran todoterreno, seguida del pick-up y, sólo después, los utilitarios de marca japonesa. No hay casi gente en las calles, únicamente coches, decenas, cientos, miles, atascados siempre. Y obras, grúas, socavones. “Prácticamente, no hay una calle que puedas cruzar sin rodear una valla”, dice el chófer puesto por el Ministerio. «De hecho, no hay prácticamente una calle que puedas cruzar”.
Es el producto de la revolución económica, social e informativa del Gobierno del Rey Salman y, sobre todo, de su hijo Mohamed, el príncipe heredero que pilota la ‘Visión 2030’. Este plan de reformas pretende dar la vuelta en todo al país: fomentar la presencia de las mujeres en la sociedad y en el trabajo —aumentar su porcentaje dentro de la población activa del magro 10% a un 20% abriendo casi todos los sectores a su participación—, privatizar en todo o en parte las empresas estratégicas —incluida Aramco, la petrolera estatal cuya valoración en el mercado dobla el PIB español—, acometer grandes proyectos de infraestructuras, ocio, entretenimiento…
Porque algo de gente sí hay, aunque has de buscarla, o esperar al atardecer. Con la luz del día si, discretamente, miras a través de los escaparates de las tiendas, sí puedes atisbar varias sombras negras curioseando entre los estantes. Son mujeres en abaya, la prenda ‘oficial’ con la que han de salir a la calle, una especie de bata —más o menos decorada, pero casi siempre en negro— que oculta cualquier curva, y todos los establecimientos son lujosos. De hecho, las marcas que en España son, por ejemplo, de cosmética andar por casa, aquí suben la calidad de sus productos, nadie debe de querer un rímel de baratillo.
Pero es al caer el sol que ese 70% de población que es menor de 30 años empieza a tomar las calles, en pequeños grupos de tres o cuatro chicos. Y, sí, siempre chicos. ¿Las muchachas no se divierten? Sí, pero «en casas, en fiestas familiares o de chicas», cuenta a OKDIARIO una joven empleada de la Administración.
Y, ¿adónde van esos chavales a divertirse? En conversaciones aparte, con un té o un café árabe humeando sobre la mesa de los bajos de la Kingdom Tower —el rascacielos más conocido de los que están surgiendo en Riad—, después de compartir tabaco y tras un buen rato de risas a propósito de las diferencias o similitudes culturales —“aquí mandan las mujeres, como en todo el mundo”, te dice con un gesto cercano al guiño cómplice un súbdito saudí—, aprendes que ellos también, como mucho, van a casas. Pero se les ve cuando van de camino.
Bajo su larga túnica, el zaub, y su pañuelo blanquirrojo, la kufiyya, remachado en cuerdas negras, no puedes esperar que diga algo comprometido. Pero es entonces cuando le dices a pongamos que se llama Omar que sí, que lo pueden llamar «Visión 2030», pero que lo que aquí va a pasar es un cambio social brutal que, en una generación, va a hacer que al reino no lo conozca ni la madre que lo parió.
Esa expresión tan española no la entiende mucho, pero mira fijo a los ojos y asiente insistentemente: “Y tanto, hace falta todo lo que se está haciendo”. Es curioso, habla casi siempre en impersonal, no dice “el rey”, ni “el príncipe”, no dice “el Gobierno”. Se está haciendo, las cosas se están haciendo, como si las cosas, las políticas, pasasen porque una voluntad superior las fuese designando.
La voluntad superior en este país la representa la familia real y, por delegación, el ministro Awad al Awad, portavoz del Gobierno. Preguntado por las relaciones con Occidente, preocupado por el extremismo islámico, recuerda que su país es quizá uno de los más seguros y estables del mundo y espeta: “Nosotros decimos que los musulmanes deben respetar no sólo las leyes, sino las costumbres y valores de los países en los que vivan”.
Pero esas palabras cuasi revolucionarias no terminan de ser creíbles en un país donde aún se practica la censura y se persiguen —con castigo físico incluso— delitos por asuntos religiosos. Hay un plan de apertura, que responde a los deseos de la gran mayoría de la población, que puede posibilitar la supervivencia del régimen en la medida en que tengan éxito sus mejoras económicas y sociales. Pero aunque se avanza firme, hay muchos frenos de mano echados.
Por ejemplo, Arabia Saudí no tiene turismo —bueno, tiene el religioso, que es una fuente infinita de ingresos—, no tiene industria del ocio, no tiene a la mitad de la población —ellas, las que son ocultadas como sombras negras bajo la abaya o el niqab—, no tiene transporte público, no tiene empresas. No las tiene privadas y pujantes, porque todo es todavía público.
Y, claro, en una monarquía teocrática —el rey, para entendernos, es el custodio de los Santos Lugares del Islam— lo público es poco menos que designio de Alá. Y el todopoderoso este año ha duplicado el precio de la gasolina, y en los últimos cuatro o cinco ha multiplicado por cinco el del tabaco. “Se ha puesto un impuesto para los productos malos para la salud. Los cigarros, los refrescos…”, comenta Omar mientras apaga la colilla.
Es una tasa selectiva que se implementó en junio de 2017, y que ahora ha venido acompañada de un IVA del 5% sobre el resto de productos. El objetivo oficial era luchar contra las altas tasas de obesidad y diabetes que empezaba a acumular el reino de los hombres todopoderosos. Y claro, recaudar, es decir, comenzar a transformar esta economía en algo real.
El ministro Al Awad es un hombre de 45 años, pero aparenta más por su bigote canoso… e incluso por su modo de expresarse, que podría ser interpretado como desafiante. Tiene muy claras las posturas que defiende, y un camino trazado en un país que se abre muy poco a poco a la prensa extranjera mientras Twitter bulle con una libertad sorprendente.
La placas promocionando los planes para dar la vuelta a Arabia Saudí de aquí a 2030 presiden cada fachada oficial —y en Riad no son pocas—. La “Visión 2030” lo impregna todo y es el eje absoluto de todas las políticas. Y alguien tiene que coordinar el mensaje, darle coherencia a su comunicación —a través del Centro Internacional de Comunicación (CIC)— y a los ritmos de los anuncios, como portavoz. “Y no sólo eso, debemos generar nuestro propio contenido, queremos ser nosotros los que contemos nuestra historia”, presume el ministro.
Hay una cosa que sí es cierta, y es la pasión con la que se viven las reformas. Tanta que la incorporación de trabajadores a la Administración es muy distinta a la de antaño. El número dos de SAGIA, la Autoridad General de Inversiones, el Sultan Bahjat Mofti, comenta a este diario que muchos de los que están trabajando para «la Visión» pierden dinero, que serían mucho más ricos en el sector privado.
Y es que Arabia Saudí es un país en el que tradicionalmente sobraban los riales (la moneda local) a resultas de su condición de mayor productor mundial de petróleo. Así, ser funcionario no exigía mayor eficiencia ni eficacia. Y eso ha cambiado.
“Hoy, no es sólo que afrontemos la ‘Visión’ como un trabajo, es una pasión”, explica el ministro Al Awad. “El príncipe heredero y su equipo trabajamos 18 horas al día por las reformas y por alcanzar los objetivos de la ‘Visión 2030’”. Hoy, las mentes más brillantes de cada sector son reclutadas para coordinar o ejecutar los planes de la “Visión 2030”.
Y prueba de ello son la larga decena de jóvenes funcionarios del Gobierno que se acercan siempre que pueden a charlar e intercambiar los móviles con los periodistas. Algunos incluso dedican sus días libres a mostrarles rincones de la ciudad, disfrutar de un festival de jazz o guiarlos en la visita al enorme recinto de la feria de las regiones de Janadriyah.
Ganar sitio en el mundo
La estabilidad sólo se ha hecho dueña de esta península al poco de aparecer el petróleo. Arabia Saudí es una nación con una larguísima historia, milenaria, con tribus, guerras, traiciones, invasiones y dominios imperiales condicionados por su situación geográfica y su orografía. Y han quedado enormes brechas regionales, con diferentes etnias, costumbres y tradiciones. “En todo caso, este país es uno de los pocos que se ha embarcado en un programa de reformas en los últimos tres años”, defiende Al Awad.
Para el ministro es una cuestión de orgullo ganar sitio en el mundo. “Somos un país hermoso, uno de los más importantes del mundo”, presume Al Awad, “formamos parte del G20, con una gran economía y somos uno de los más grandes en extensión. Es nuestro derecho presentar nuestra narrativa y tener voz en los medios”.
La «estabilidad» es la palabra que más repiten todos los funcionarios y cargos del Gobierno a los que uno pregunta por las reformas. Se presume de ella hasta ahora y se enfocan todos los cambios para preservarla y que ésta se exporte a «otros países de la región».
La «estabilidad» en la que viven los súbditos de la monarquía Saud ha sido impuesta hasta ahora. Antes, por los clérigos más extremistas, y su policía —conocida com Haia—, y ahora por la monarquía reformista —que llegó a recluir a varios de sus príncipes acusados de corrupción, eso sí, en el lujosísimo hotel Ritz Carlton de la capital—. La «Visión» lo que busca es tornarla en prosperidad y en una ventaja comparativa ante el mundo.
“Con nuestras reformas aportaremos mayor estabilidad a la región, y animaremos a otros países a hacer lo mismo», apuntan varios de los funcionarios que son cuestionados sobre por qué tanta insistencia en ese concepto. «El mundo está asistiendo al nacimiento de un gran reformador, el príncipe Mohamed bin Salman”, apuntala el ministro Al Awad.
Y para aclarar el punto, el ministro Awad Al Awad abunda en el argumento, ése que trata de mostrar una nueva Arabia Saudí promotora de la paz contra los que usan la religión como arma política, y del equilibrio para seguir siendo el principal socio de Occidente en la región: “Nosotros, como musulmanes y árabes, tenemos que entender las preocupaciones de los países occidentales sobre los desafíos de integrar a los musulmanes que viven en Europa”.
Ningún funcionario o alto cargo saudí hace referencia a las acusaciones a su país de haber financiado grupos extremistas, al contrario: presumen de lo contrario, de ser garantes de la estabilidad frente a los terroristas globales. La “Visión” impone una nueva narrativa, decíamos, y ésta sólo habla de futuro. “Una vez que hayamos comprendido la preocupación de Occidente, creo que es muy fácil afrontar la cuestión del Islam… Todo fiel musulmán, o de otra religión, debe ser parte de su país, honrar su ciudadanía y cumplir su Constitución, sus creencias y sus valores”.
Porque Arabia Saudí quiere cambiar las formas de hacerlo, pero no el fondo del liderazgo regional. Y si algo se aprende de tantos encuentros con sus altos cargos, con su subordinados y con la gente de la calle es que, principalmente exigen ser entendidos y tenidos en cuenta. “Los musulmanes no deben ser aislados de la sociedad europea o ser mirados como ciudadanos de segunda, hay una fórmula de equilibrio para vivir juntos”, cierra el ministro portavoz del Gobierno.
En Europa triunfó la razón, pero a través de revoluciones que cortaron las cabezas de la aristocracia. En Arabia Saudí el camino son las reformas pilotadas desde el poder. Veremos adónde les lleva.
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