Menorca, la isla ‘tranquila’ que resiste al ruido
Hay islas que se venden solas. En el escaparate de las Baleares, abundan los reclamos: la mística fiestera de Ibiza, el esplendor caleidoscópico de Mallorca, la postal perfecta de Formentera… Cada una con su relato bien afinado, su iconografía reconocible y su forma más o menos ruidosa de ocupar el deseo ajeno. Pero Menorca va por libre.
Podría parecer la hermana menor de un archipiélago más dado al exceso, pero quien se queda un poco más descubre que esta isla de apenas 700 km² no es heredera de nadie. No sigue la estela de sus vecinas ni parece interesada en medirse con ellas. En un Mediterráneo cada vez más homogeneizado, Menorca ha conservado algo excepcional: la capacidad de mantenerse fiel a sí misma.
Hay una voluntad, casi instintiva, de proteger la esencia. Y eso, en estos tiempos de sobresaturación es casi un acto de resistencia. No le faltan apodos; uno de ellos es el de isla tranquila y tiene explicación. Aquí el tiempo transcurre de otra forma, más pausado, más silencioso y respetuoso con el entorno.
Y sí, en Menorca también hay turistas. Muchos, de hecho. Sin embargo, ha conseguido mantener una identidad propia que se cuela por todas partes: en su arquitectura blanca y sencilla, en la gastronomía que respeta el producto local, en los caminos rurales flanqueados por muros de piedra seca, o en sus calas escondidas con el azul hipnótico del Mediterráneo.
Y ahí, en esa voluntad de equilibrio, conviven dos maneras de vivir la isla. Dos caminos que parten desde el mismo deseo: conectar con un entorno excepcional y encontrar tranquilidad. Y esto se puede vivir en cualquiera de sus ciudades, sea de una manera lujosa o no. Por eso, quien la visita, suele volver. Porque entiende que aquí las cosas se hacen con otro compás.
Y en este paisaje, el lujo y el confort accesible conviven. A veces, hasta se mezclan. Hay quien pasa una semana entera en un hotel de diseño sin salir de su finca. Y hay quien combina unos días de hotel familiar con excursiones por toda la isla, probando quesos, mojándose en calas sin chiringuito y comprando cerámica en mercados de pueblo.
Muchos acuden a este pedazo de tierra rodeada por las aguas del Mediterráneo para buscar el descanso en un lujo discreto, con una hospitalidad característica de los hoteles Relais & Chateâux como Torralbenc o Fontenille. Son lugares pensados para adultos, parejas, viajeros que buscan cuidarse bien sin renunciar al carácter local. Alojamientos que trabajan con productores del entorno, que apuestan por la artesanía y que ofrecen una gastronomía donde cada ingrediente cuenta una historia. Son lugares donde el viajero se siente parte del lugar y encuentra la posibilidad de recorrer un viñedo, participar en una cata o simplemente sentarse a mirar como cae la tarde con un libro en la mano.
Y en el otro extremo, no como antítesis, sino como complemento natural, aparece el turismo familiar. Un turismo que acoge alojamientos ideales para recorrer la isla, con actividades organizadas para todos los públicos: kayak, yoga, senderismo o avistamientos de aves.
Un ejemplo de ello es el Hotel Osprey Menorca, plantado en la mismísima Cala ‘n Porter. No a 200 metros. No a cinco minutos en coche. Literalmente a pie de arena. Este hotel boutique, con 59 habitaciones, ha entendido muy bien lo que muchos buscan en la isla: ubicación privilegiada, diseño funcional y un trato cercano, sin más pretensión que la de ofrecer descanso, vistas y una cocina honesta. Osprey Menorca ha renovado un clásico sin perder su alma. Habitaciones de líneas limpias, luz natural por todos lados y una azotea —bautizada como The Osprey’s Nest— que combina piscina, terraza y restaurante con una panorámica que invita a no moverse en todo el día.
Y como no, queridos lectores, ya saben que uno cuando viaja también busca gastronomía. Sin el buen comer, unas vacaciones no son lo mismo. En este apartado, Menorca también triunfa, y lo hace sin extravagancias, con una propuesta en la que toman protagonismo el producto fresco, las recetas de siempre y el respeto por lo que da la tierra y, sobre todo, el mar.
Sin ir más lejos, en el Hotel Osprey Menorca la carta es sencilla, pero bien ejecutada. Los chipirones al ajillo conviven en la misma carta con el arroz a banda o las carnes a la brasa. Sin olvidar una tarta de queso que ya tiene fama entre los habituales. Y para los más improvisadores, dos food trucks en la planta baja permiten llevarse un bocadillo menorquín a la cala o lanzarse al Camí de Cavalls con algo de comer en la mochila.
Porque eso también es Menorca: una isla pequeña que da para mucho: calas de arena blanca como Macarella, playas rocosas y rojizas como Cavalleria, acantilados, barrancos y bosques de pinos que parecen salidos de un cuento.
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