Susana y Pedro, cronología de un desencuentro: del chico de la mochila al ‘Sánchez vete ya’

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Susana Díaz hace confidencias a Pedro Sánchez. Eran otros tiempos.

Era el mes de junio de 2014. El PSOE buscaba un líder tras la travesía del desierto de Rubalcaba, último secretario general de la generación histórica, que había recogido los platos rotos del derrumbe zapaterista y los había tratado de unir son su proverbial espalda, capaz de aguantar el peso de un siglo de historia en derribo y todo tipo de adversidades. Las ambiciones de Eduardo Madina suponían una grave amenaza para el valor emergente del sur, Susana Díaz, quien prefirió apoyar a un tal Pedro Sánchez como apuesta personal en Madrid.

El chico de la mochila era su escogido para pararle los pies al político vasco, cuyas posiciones irredentas de izquierda recordaban demasiado a las de esos radicales, por entonces, recién llegados de Podemos. Y además, no se plegaba a nada ni a nadie.

Sánchez fue proclamado secretario general, aupado por Susana Díaz, líder de la federación más numerosa del PSOE y por los ‘pesos pesados’ del partido. Venía de los pisos altos de las bancadas del Congreso, como diputado raso, cuyo escaño incluso no había sido ganado en las urnas: Sánchez era suplente en las listas por Madrid. Pero era guapo, decidido y tenía un discurso fresco… Además, no era de nadie y nadie esperaba que, de verdad, aspirara al poder.

Pero aspiró. Al cabo de sólo tres meses, Pedro Sánchez anunció que se presentaría a las primarias para ser elegido candidato a La Moncloa y se reforzó con un equipo en Ferraz que tomó todas las riendas del poder distanciándose de quien había sido su valedora.

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Fachada de la sede del PSOE en Ferraz, con un enorme cartel de Pedro Sánchez.

En la campaña para las elecciones del 20 de diciembre de 2015, Pedro Sanchez ya es el único líder del PSOE, el partido centra todo su mensaje en ensalzar su figura y empapela la sede de Ferraz con un enorme cartel de su rostro. El secretario general ya ni habla a Susana Díaz, y hasta rechaza públicamente saludar al ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero, poniendo así en imágenes un muro entre su PSOE y el de aquel que aprobó los recortes de mayo de 2010 en el Congreso.

Pero los resultados electorales de su mensaje radicalizado, los peores de la historia del PSOE con sólo 90 escaños, le complicaron a Sánchez su supervivencia, sólo un pacto en el Parlamento para formar Gobierno mirando a su izquierda podemita y a su derecha con Ciudadanos podía rescatarlo del descrédito. Se la jugaba entre llegar a presidente del Gobierno y ser el objetivo de todos los golpes. Pero Sánchez se reveló como un superviviente: con el poder del partido en sus manos se mostró fuerte y diagnosticó públicamente el resultado electoral, para sorpresa de todos, con la frase «Hemos hecho historia», que irritó a sus críticos, entre ellos una indignada Susana Díaz, que veía hundirse al partido.

Aquel Comité Federal no podía negarle a su secretario general que intentara gobernar, pero sí que le puso unas condiciones de vía estrecha, muy estrecha: no podía negociar con independentistas ni con los que «quieren romper España», lo que incluía a Podemos, defensor del referéndum de autodeterminación para Cataluña.

Sánchez escenifica una imagen de ‘hombre de Estado’ firmando un pacto con Ciudadanos, mostrando un programa de Gobierno y capacidad de negociación, pero fracasa, claro, y no llega a La Moncloa. El 26 de junio, el PSOE, su PSOE cae a 85 escaños, aún peor resultado que el peor resultado de la historia de seis meses antes. Aunque Pedro Sánchez, incluso, saca pecho porque no hubo ‘sorpasso’ de Podemos, ni siquiera coaligados con Izquierda Unida.

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Sánchez y Rivera intercambiando las carpetas del acuerdo. (Foto: EFE)

Pero el Partido Socialista no deja de desangrarse en apoyos, pierde todas las elecciones a las que se presenta, generales o autonómicas, y se convierte en irrelevante en regiones en las que gobernaba hace pocos años, como Galicia y País Vasco. Los críticos, reunidos en torno a los barones que ven una esperanza en Susana Díaz, abogan por la abstención del grupo parlamentario para permitir un Gobierno del PP a cambio de condicionar su política desde la oposición. Pero Sánchez dice «no es no» y pregunta, a Rajoy y a quien lo quiera escuchar, «¿qué parte de ‘no’ no entienden?».

El enfrentamiento es ya inocultable, presidentes regionales son cuestionados públicamente por Ferraz, las Juventudes Socialistas se quejan de que el secretario general no las atiende desde enero, y hasta el icono máximo del socialismo se pone en público del lado de Susana Díaz y llama la atención al secretario general: «Se tienen que abstener los que no tengan una mayoría alternativa y dejar formar Gobierno a los otros para hacer oposición», señala Felipe González.

Tras la puntilla de Galicia y País Vasco, Sánchez trata de sobrevivir, de nuevo, manejando los tiempos del partido, y adelantando a conveniencia un congreso que él antes había retrasado. La idea era apelar a la militancia, radicalizada a base de identificar a Díaz y los barones como el ‘establishment’, como los partidarios de que el PP «de la corrupción y del indecente Rajoy» sigan gobernando.

Y las batallas soterradas entre Susana y Pedro se convierten en fuego cruzado. El sector crítico explora todas las vías por desalojarlo de Ferraz al son del ‘Sánchez vete ya’. La guerra ya es abierta en el PSOE.

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