España
EN EL EXILIO

Incertidumbre en Zarzuela por si Juan Carlos I muere en Abu Dabi: el precedente de su tatarabuela Isabel

La Reina Isabel II murió en el exilio de París en 1904, olvidada y tratada como apestada por su hijo y su nieto

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El Rey Felipe y su padre, el Rey Juan Carlos, coincidirán este lunes en Atenas en el funeral del rey Constantino de Grecia, hermano de la Reina Sofía. Los Reyes Felipe y Letizia volverán a coincidir con don Juan Carlos y doña Sofía, como en el funeral de la Reina Isabel de Inglaterra. La revista ¡Hola! ha desvelado que, después de varios años, la Familia Real, las infantas Elena y Cristina y sus hijos pasaron juntos el día de Navidad y que don Juan Carlos participó de una videollamada con ellos. Tras el funeral por Constantino, don Juan Carlos volverá a Abu Dabi. Dos funerales han unido en poco tiempo a padre e hijo.

El Rey Juan Carlos ha celebrado en Abu Dabi su 85 cumpleaños. Tercer cumpleaños en el exilio de facto que vive el padre del Rey Felipe. «El Rey Juan Carlos goza de buena salud», confirman lacónicamente fuentes oficiales a OKDIARIO. Ninguna fuente consultada duda de que el Rey Felipe traería a su padre a España si enfermara gravemente con riesgo para su vida. Pero lo cierto es que, pese a ello y con 85 años, la pregunta es más que pertinente: ¿Y si muriera repentinamente allí, alejado de su país? ¿Sería justo históricamente que el Rey Juan Carlos falleciera desterrado? ¿Ha de seguir en el exilio? ¿Preocupa la cuestión a su hijo, el Rey Felipe?

Fotomontaje del Rey Juan Carlos en Abu Dabi

Parece evidente que mientras gobierne Pedro Sánchez con sus socios podemitas y separatistas, el Rey Juan Carlos seguirá residiendo fuera de España y sus visitas serán difíciles, por no decir imposibles, pese a no tener ninguna causa judicial o tributaria pendiente. En distintas ocasiones, el Gobierno ha manifestado que el Rey Juan Carlos «tiene que dar explicaciones y pedir perdón», aunque el ministro Félix Bolaños dijera hace pocos días que su vuelta a España «es una decisión personal en la que el Gobierno tiene poco que decir». «En esta materia -aseguraba Bolaños- hemos ido siempre de la mano de la Casa Real».

Pero el hecho de que quede un año para las elecciones generales otorga una nueva perspectiva a la cuestión. El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, se ha mostrado públicamente favorable a que Don Juan Carlos vuelva temporal o definitivamente a nuestro país cuando lo desee. Fuentes de la dirección del PP confirman a OKDIARIO que «Feijóo facilitará, desde el primer momento en el Gobierno, sus viajes a España o su regreso -si lo desea- de acuerdo siempre y en primer lugar con el criterio del Rey Felipe».

Pero fuentes también de la dirección del PP dudan, en realidad, de que el Rey Juan Carlos «quiera volver a vivir en España, por ahora, y en según qué circunstancias». Las mismas fuentes reconocen que «allí goza de la privacidad que desea, especialmente respecto a la prensa, y el nivel de vida al que está acostumbrado». El propio Rey Juan Carlos ha agradecido la «hospitalidad» del emir de Abu Dabi y presidente de los Emiratos Árabes Unidos, el jeque Mohamed bin Zayed Al Nahayan.

Residencia propia

El Rey Juan Carlos acaba de estrenar residencia en Abu Dabi. Allí le han llevado, según diversos medios, pertenencias personales que seguían en Madrid. En agosto de 2020 se fue de España con lo puesto prácticamente y se instaló en el Emirates Palace, hotel de super lujo propiedad del jeque, donde aguantó cuatro meses. En enero de 2021 se trasladó a una mansión en la isla de Nurai: 11 villas y un hotel también de super lujo, que después de dos años, era ya, más bien, una cárcel de super lujo, a 20 kilómetros por mar de Abu Dabi. «Quiere intimidad, sin estar tan aislado, y un espacio que sienta suyo después de tres años», dicen fuentes solventes al comentar su nueva residencia.

En marzo, al archivarse en España las investigaciones de las que estaba siendo objeto, el Rey Juan Carlos expresó, con claridad, en una carta al Rey Felipe, que no renunciaba a volver a España: «Me parece oportuno (decía) considerar mi regreso a España, aunque (puntualizaba) no de forma inmediata». Y añadía: «Prefiero, en este momento, por razones que pertenecen a mi ámbito privado y que sólo a mí me afectan, continuar residiendo de forma permanente y estable en Abu Dabi, donde he encontrado tranquilidad, especialmente para este periodo de mi vida».

Una hipotética vuelta para vivir del Rey Juan Carlos a España tiene no pocas complicaciones. La primera, dónde establecer su residencia si no se levanta el veto de que pueda volver a Zarzuela. ¿Qué lugar de España (o la vecina Portugal) podría reunir las características necesarias? El compromiso del Rey Juan Carlos en aquella carta fue que «tanto en mis visitas (decía) como si en el futuro volviera a residir en España organizaré mi vida personal y mi lugar de residencia en ámbitos de carácter privado para continuar disfrutando de la mayor privacidad posible». La segunda complicación, en función de la primera, es cómo evitar que sus entradas y salidas se conviertan en un show mediático como el de su viaje en mayo a Sangenjo, que el Gobierno y la izquierda usaron políticamente contra la institución y que disgustó al Rey Felipe motivando un real rapapolvo de hijo a padre antes de volver a Abu Dabi.

Desde entonces, las relaciones entre el Rey Felipe y su padre parecen haberse suavizado notablemente, según diversos medios. Un ex miembro del Gobierno de España consultado por OKDIARIO dice: «Don Juan Carlos está acostumbrado a hacer su voluntad y se siente injustamente tratado, pero es consciente de que, en las circunstancias políticas actuales, puede perjudicar a su hijo, que es lo mismo que perjudicar a la Corona, y no quiere pese a las desavenencias habidas».

En su opinión, «la Corona es, hoy, el Rey Felipe y su esfuerzo de renovación y transparencia. Hoy por hoy, la mera presencia del Rey Juan Carlos distorsionaría ese esfuerzo por consolidar, a futuro, la institución en medio de nuevos desafíos y un poder político que coquetea con la idea de un proceso constituyente para acabar con el Régimen del 78».

La sombra de su tatarabuena Isabel II

A nadie se le escapa que el Rey Juan Carlos fue el gran arquitecto de aquel proceso del 78 que el Rey Felipe reivindica cada vez que defiende la plena vigencia de la Constitución. ¿Cómo hacer encajar las piezas? Es posible que el Rey Juan Carlos acepte vivir fuera de España, pero parece claro, por lo que ha expresado a sus allegados, que no quiere morir fuera de España ni, por supuesto, sin el reconocimiento histórico que -cree- merece. Es lo que a todos los reyes preocupa, con lógica, a estas alturas de unas vidas plenamente dedicadas al deber para el que nacieron.

Un alto funcionario del Estado, ex miembro también del Gobierno de España, buen conocedor de estas cuestiones señala a OKDIARIO que «sobre Zarzuela planea el precedente de la Reina Isabel», su tatarabuela, muerta en el exilio en París en 1904. Una gripe repentina que derivó en neumonía provocó, sorpresivamente, su muerte, a los 74 años. Isabel II no sólo murió en el exilio. Murió como una apestada para la Familia Real, aunque estuviera plenamente resignada o acostumbrada a su vida parisina de exiliada.

Su hijo, Alfonso XII, y su nieto, Alfonso XIII, nada hicieron por restituir su figura histórica y su imagen pública. Tampoco, la Reina María Cristina durante su Regencia. Sus diferentes gobiernos les aconsejaron alejarse de la mujer que había hecho perder la Corona a los Borbones, entre otras razones, aparte de las políticas, por sus escándalos personales, incluidos sus múltiples e innumerables amoríos al margen de su matrimonio fallido con Francisco de Asís.

La Reina Isabel II vivió 36 años en el exilio. Prácticamente, la mitad de su vida. Huyó de España al triunfar la Revolución de 1868, La Gloriosa. Isabel II vivió recluida en el Palacio de Castilla, la imponente residencia que compró en la avenida Kléber, a tiro de piedra del Arco de Triunfo. Hoy es el Hotel The Peninsula Paris. Su vida social extramuros fue mínima, aunque sí organizaba reuniones y tertulias en el propio palacio hasta la madrugada. Isabel II tuvo siempre fama de vida nocturna, también durante su reinado.

Desde París, Isabel II fue testigo del breve paso por España de Amadeo de Saboya, del fugaz y desastroso experimento de la I República y de la Restauración borbónica en la figura -a su pesar- de su hijo Alfonso XII, en 1874, fruto del levantamiento en Sagunto del general Martínez Campos. Antonio Cánovas del Castillo fue nombrado presidente del Gobierno. Cánovas llevaba años preparando la vuelta de la monarquía, pero al modo constitucional del Reino Unido. El recuerdo de Isabel II era un estorbo.

Cuatro años antes, en 1870, Isabel II había, finalmente, accedido a abdicar la Corona en favor de su hijo Alfonso tras enormes presiones, incluida la del Emperador Napoleón III, que la había acogido en su exilio con todos los honores. A Napoleón III le interesaba que a España volvieran los Borbones antes que las Cortes españolas buscaran un rey prusiano enfrentado a Francia.

A cambio de la abdicación, Napoleón III apoyó a Isabel II en su tortuoso divorcio de Francisco de Asís, con el que le habían obligado a casarse (por exclusión de otros pretendientes) nada más cumplir ella los 16 años. En Madrid, las coplas y chanzas sobre la fogosidad de la Reina y la posible homosexualidad del consorte eran comunes. Francisco de Asís (“Doña Paquita” para los madrileños) fue testigo callado y bien recompensado económicamente de los innumerables amoríos de su esposa.

Isabel II tuvo 10 hijos, pero sólo 5 sobrevivieron. Además, sufrió dos abortos. Se da por hecho que, ni mucho menos, todos sus hijos fueran de su marido. En París, Francisco de Asís no llegó ni a pisar el Palacio de Castilla. Pidió el divorcio y exigió para su familia los derechos dinásticos. La intervención de Napoleón III, y al parecer mucho dinero, evitaron otro conflicto dinástico en la Corona española, que vivía, entonces, su Tercera Guerra Carlista.

Alfonso XII restauró a los Borbones en el Trono. En una carta a Isabel II, Cánovas le expresó con esta crudeza que era imposible su vuelta a España, como mínimo, hasta que se aprobara una nueva Constitución y el reinado de Alfonso estuviera consolidado: «Vuestra Majestad no es una persona, es un reinado, es una época histórica, y lo que el país necesita es otro reinado, otra época diferente».

Desde entonces y hasta su muerte, la Familia Real eludió a la Reina Isabel y la abandonó en París. Isabel II consiguió volver a España en 1876. Fue tal el vacío de la Familia Real que, viajando a Madrid, tuvo que alojarse en El Escorial. El Rey no la aceptó en el Palacio Real. Jamás fue a verla en sus viajes a París. Las opciones de residencia que se le ofrecieron para una posible vuelta a residir en España eran todas alejadas de Madrid. Desde 1877 hasta su muerte, Isabel II no volvió a pisar España.

Ni siquiera al morir, el 9 de abril de 1904, su nieto, el Rey Alfonso XIII, fue a recoger sus restos a París. Envió a su cuñado, el príncipe Carlos de Borbón, esposo de la infanta María de las Mercedes. Y, ello, pese a que el propio Gobierno francés, encabezado por el presidente de la III República, Émile Loubet, rindió a Isabel II honores de jefe de Estado. Su féretro fue escoltado por varios batallones del Ejército galo por los Campos Elíseos con toda solemnidad hasta la estación de ferrocarril de Orsay, donde se llevó a cabo una parada militar. El féretro partió de París directamente a El Escorial donde Isabel II fue enterrada, discretamente, en el Panteón de Reyes del monasterio. Nada que ver con la vuelta que el Rey Juan Carlos dispensó en 1980 a los restos del propio Alfonso XIII, su abuelo, fallecido en 1941 en otro exilio como el de la Reina Isabel a la que Alfonso había despreciado.

En la retina de todos, también, hoy aún, las lágrimas del Rey Juan Carlos (con la Reina Sofía a su lado) al enterrar a su padre, don Juan de Borbón, en El Escorial en 1993. Aquellas fueron las lágrimas de una reconciliación tardía entre padre e hijo. Don Juan Carlos ordenó, sin embargo, que su padre fuera enterrado con todos los honores bajo el nombre de Juan III, con el que habría reinado.

De la Reina Isabel II, «la de los tristes destinos», escribió Benito Pérez Galdós tras visitarla en París poco antes de su muerte: «El reinado de Isabel se irá borrando de la memoria y los males que trajo, así como los bienes que produjo, pasarán sin dejar rastro. La pobre Reina, tan fervorosamente amada en su niñez, esperanza y alegría del pueblo, emblema de la libertad, después hollada, escarnecida y arrojada del reino, baja al sepulcro sin que su muerte avive los entusiasmos ni los odios de otros días. Se juzgará su reinado con crítica severa: en el se verá el origen y el embrión de no pocos vicios de nuestra política».

¿Ocurrirá así con el Rey Juan Carlos? ¿Merecerá morir en el remoto y desértico Abu Dabi? ¿Es el final que evitará el Rey Felipe?