EDUARDO INDA ENTREVISTA AL PRESIDENTE DEL PARTIDO POPULAR

Feijóo no es Sánchez: él sí puede salir a la calle

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Le propongo sobre la marcha a Alberto Núñez Feijóo hacer el mismo experimento que superó con éxito su correligionaria Isabel Díaz Ayuso: dar un paseo por la calle, continuar la entrevista entre los que algún día serán sus administrados. Ver si es como Sánchez, que concita la tirria de la mayor parte de los españoles, o al revés. La respuesta no se hace esperar: «¡Por supuesto!». Si algo ha caracterizado proverbialmente al orensano que ganó las últimas elecciones generales es su normalidad, representa todo lo contrario que su adversario Pedro Sánchez, tipo altivo, chulesco y malencarado donde los haya, un ADN que claramente no aprobó la asignatura de inteligencia emocional. Activamos el botón de «pausa» de nuestras cámaras y, sin quitarnos el micro, abandonamos la séptima planta del cuartel general de la sede del PP no sin antes mostrarme orgulloso el lavado de cara a unas instalaciones que llevaban sin remodelar la friolera de dos décadas. «A nivel económico no es lo mismo tener 89 escaños que 137, por eso hemos podido permitírnoslo», reflexiona.

Salimos a la calle Génova y enfilamos a la derecha. A pesar de que estamos en el ecuador de abril, hace un frío de justicia. Nuestro protagonista no se queja, lo normal en alguien que creció en el epicentro de Galicia y vivió su etapa adulta entre Santiago y esa La Coruña en la que la humedad cruje los huesos. Lo primero que hacemos es toparnos con una pareja de jóvenes que le reconocen ipso facto y exclaman: «¡Vamos, presidente!». El siguiente episodio resulta tragicómico. Un conductor que va en dirección al Paseo de la Castellana baja la ventanilla de su viejo utilitario y vocifera:

—¡A ver cuándo echas a esta gentuza!

Feijóo simplemente sonríe. No ha entendido el mensaje. Reclama mi traducción simultánea. Cuando se lo pormenorizo, pasa sin solución de continuidad a las carcajadas. A pesar de que Madrid está medio vacío, nos cruzamos con toda suerte de extranjeros, que preguntan quién es el hombre al que preceden dos cámaras. Los ánimos son constantes cuando el transeúnte es made in Spain:

—¡Vamoossss!

—¡No nos falles!

—¡Haz que acabe esta pesadilla de una vez!

Una pareja acompañada de sus tres hijos simplemente sonríe al presidente popular. La timidez da paso a cierta confianza cuando la madre nos espeta: «¡Muy bien!». No se atreve a más. La cara de los ciudadanos que jalonan nuestro camino por el barrio de Chamberí es todo un poema. No se imaginaban a uno de los dos grandes políticos de este país transitando por las calles como uno más. Juan Español asocia a los grandes personajes de la cosa pública al coche oficial y muy especialmente desde que Pedro Sánchez llegó al poder. Bueno, en su caso también a ese Falcon que se ha convertido en símbolo del abuso de poder y el despilfarro. El presidente nunca va a un restaurante o de compras. La última vez que se le ocurrió plantarse en el cine con su tetraimputada mujer le llamaron de todo y por su orden. El asombro con el Feijóo ser humano es total. La cara delata a los viandantes.

Tras cruzar Génova, entramos brevemente en Alonso Martínez y ponemos rumbo a Bárbara de Braganza. Viendo lo cómodo que se siente entre sus conciudadanos le pregunto si le gustaría seguir viviendo en su casa cuando gobierne. El hijo de Sira y Saturnino esboza un rictus de satisfacción:

—Aunque en Madrid no tengo piso propio, vivo alquilado, claro que me gustaría, más que eso, me encantaría. Pero ya lo intenté en Galicia y fue un desastre por el tema de la seguridad. Los inhibidores no permitían abrir los coches de mis vecinos, la gente se quejaba por todo y tuve que desistir. Y eso que el nivel de seguridad de un presidente autonómico nada tiene que ver con el de un presidente del Gobierno.

En la plaza de Santa Bárbara prosiguen las muestras de perplejidad de los viandantes. Lo mismo que cuando cruzamos el umbral de una de las cervecerías más famosas de Madrid: Santa Bárbara, a la que algunos califican como «la mejor» de la capital por su destreza en ese arte que supone tirar una caña. Nos dirigimos directamente a la barra mientras desde la otra mitad del establecimiento, la reservada a las mesas, todo hijo de vecino se levanta para observar al líder del principal partido de este país. El que estaba en Babia se percata porque su compañero de mesa le propina el correspondiente codazo.

—¡Es Feijóo!

—¡Mira quién está ahí!

Lo primero que hace es saludar a una de las encargadas del local, Érika Roa, que sabe mejor que nadie cómo se las gasta el comunismo porque es nicaragüense. La siguiente en estrecharle la mano es Ana Doricia, nacida en la República Dominicana. Feijóo le comenta la reciente conversación que mantuvo con el presidente de la isla centroamericana, Luis Abinader, para darle las condolencias por la tragedia de la discoteca Jet Set que dejó más de 200 muertos.

Antes de que pidamos, Fabiana se aproxima con dos enormes cañas, un plato de gildas y otro no menos apetecible de boquerones. Feijóo se sincera: «Una de las cosas que más me gustan del mundo son las gildas». Ni que lo diga. Da buena cuenta de ellas en cuestión de 10 minutos. Los boquerones en vinagre, exquisitos por cierto, top 10 de Madrid, los deja a su interlocutor. No ha consumido ni media caña cuando los camareros se presentan con otro vasazo de esa bebida, la cerveza, cuyas excelencias para la salud gustaba cantar y contar Manuel Fraga, máximo responsable de El Águila en su tiempo. Rechaza la segunda caña.

Los aspirantes a selfie se ponen a la cola. Alberto Núñez Feijóo posa con una sonrisa franca, interesándose, además, por la procedencia, la profesión y las inquietudes de cada uno de ellos. Creo, sinceramente, que no es una actitud impostada toda vez que escucha pacientemente y pregunta y repregunta una y otra vez. No se acerca todo el local quizá por timidez o por el natural respeto que imponen las cámaras. Pero ni uno solo de los presentes evita ponerse en pie para divisar al ganador de las últimas elecciones generales.

Cumplido el ritual de los selfies, nos quedamos conversando de lo divino y lo humano. Feijóo me enseña, orgulloso, la pulsera que luce en su muñeca derecha. Y me inquiere:

—¿Sabes de qué es?

—Ni idea—, respondo tras analizarla detenidamente pensando inicialmente que contendrá el símbolo del patrón de Galicia: el apóstol Santiago.

—Me la regalaron los responsables de la Fundación Pueblo Gitano el otro día cuando estuve en Jerez.

Acto seguido, ensalza la «perfecta» integración en Jerez de las personas pertenecientes a esta etnia. «Nadie se mete con ellos, nadie practica el racismo, porque llevan viviendo allí cinco siglos», recuerda. Más tarde revela cuál es su bar-restaurante preferido de Madrid: «El Almagro». «Ahí», prosigue su relato, «como de menú muchísimos días, cocinan de maravilla». Como los camareros no se atreven a pedirle la foto de rigor, soy yo quien rompe el hielo:

—¿Queréis un selfie?, —disparo yo.

—¡Síiiiiiiii!, —aclaran al unísono.

Luis David, Maryolis Blanco, Yesseni Roa, Fabiana Arias, Ana Doricia y Luis Villavicencio flanquean al hombre que cuenta con más papeletas para ser el próximo primer ministro de España. Cuando pedimos la cuenta, se aprestan a responder:

—Están invitados.

Uno de ellos le espeta antes de despedirse: «No nos falle».

Alberto Núñez Feijóo concluye el experimento de la calle sin un solo pito o un solo insulto. Ni siquiera he atisbado una mala cara. Algo que sería imposible física y metafísicamente en el caso de un Pedro Sánchez al que ni siquiera las dos docenas de guardaespaldas que le acompañan permanentemente pueden librarle de silbidos, improperios y severas recriminaciones. El marido de Begoña Gómez cae mal. Muy mal. Cómo será la cosa que ya hace tiempo renunció a salir del búnker monclovita.

El presidente del PP se siente como en su casa casi una hora después de llegar a Santa Bárbara. Pero como quiera que empieza a anochecer y al día siguiente tiene que levantarse a las cuatro y media de la mañana, opta por replegar. Cogerá un vuelo de Ryanair para viajar a Italia, donde le esperan su mujer, Eva Cárdenas, y su hijo Alberto. Lo nunca o casi nunca visto: un presidenciable en low cost y sin escoltas. Igualito que el obseso del Falcon… Ciertamente, Feijóo es otra historia.

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